comenzar, como parece preceptivo, haciendo profesión de fe en el derecho de las víctimas del terrorismo a la reparación, al reconocimiento y al afecto, a fin de cuentas no es más que una justificación para esquivar las iras y reproches, de acuerdo con el proceder impuesto desde que dio comienzo la instrumentalización de las víctimas para intereses partidistas y electorales. "Estoy con las víctimas", a estas alturas, viene a ser como "No soy racista", "No tengo nada contra los homosexuales", o cualquiera de las justificaciones no pedidas que van poco más lejos que de la retórica y encubren algún pronunciamiento disconforme o políticamente incorrecto.
El espectáculo que a cuenta de las víctimas se está dando en el Parlamento Vasco es penoso, no solamente por la falta de consenso en un tema que ya parecía cerrado sino por el posicionamiento descarnado y excluyente de unas víctimas contra otras. Quizá más exacto sería hablar de la intransigencia partidista que utiliza a las víctimas para sus intereses políticos. En realidad, el trabajo meticuloso e imparcial presentado por Jon Landa, director de Derechos Humanos del Parlamento Vasco en el Gobierno de Ibarretxe, fue menospreciado por el Gobierno del Cambio que prefirió elaborar su propio informe sobre las víctimas. Para empezar, nombrar como directora de la Comisión de Derechos Humanos a Mari Mar Blanco, hermana del concejal de Ermua cruelmente asesinado por ETA es -y perdón por la metáfora- como meter al zorro en el gallinero. Difícilmente a una persona que haya sufrido tan de cerca la acometida de la violencia terrorista podrá pedírsele la imparcialidad necesaria para tomar decisiones en materia tan delicada y con tantas derivaciones sensibles y afectivas.
Era evidente que en el pacto PSE-PP, los socios preferenciales no iban a renunciar a su ventaja en cuanto a la instrumentalización de las víctimas, después de una década de tutela interesada de la mayoría de sus colectivos. Era una quimera que el PP hubiera aceptado equiparar a las víctimas de ETA y a esas otras que se engloban bajo la denominación genérica de "víctimas de motivación política". Y el PSE, a tragar. A tragar con alivio, teniendo en cuenta que entre esas otras víctimas están las asesinadas por los GAL.
Por más que se pretenda disimular, por más que la directora de Atención a las Víctimas, Maixabel Lasa, intente buscar consensos desesperadamente, los manipuladores de las víctimas de ETA no van a consentir de ninguna manera que se equiparen unas víctimas y otras, ni siquiera que se las tenga en consideración en la misma iniciativa parlamentaria. Aún hay clases. Y para que nada se escape a esta discriminación, alguien filtró a la prensa de la derecha extrema el informe de Maixabel Lasa para reventar el esfuerzo de búsqueda de complicidades políticas y sociales que su Oficina estaba tejiendo antes de su remisión al parlamento Vasco. La versión del contenido del documento que propagó La Gaceta de los Negocios fue distorsionada, hostil, mientras la directora de Derechos Humanos, Inés Ibáñez, echaba gasolina al fuego reprochando una pretendida indiferencia histórica de la sociedad vasca ante las víctimas y Felipe González resucitaba de forma insolente e irresponsable el fantasma de los GAL. Así está el patio.
Las que habitualmente son reconocidas como víctimas del terrorismo tienen todo el derecho a la justicia y a la reparación, pero ni su condición les otorga un plus en política, ni mucho menos les corresponde a ellas impartir justicia. En el Decálogo que las asociaciones de víctimas han hecho público se detallan las condiciones necesarias para que "Batasuna y el resto de su entramado político" pueda ejercer en política, se decide la política penitenciaria y se imponen los requisitos para la reinserción. El empeño de estos colectivos por interferir en la política y en la justicia, en definitiva, no es más que consecuencia de las atribuciones que se les otorgó desde las tribunas políticas y mediáticas afines al PP, con el PSOE a la zaga para no perder comba. Hasta tal punto se lo creyeron, que no dudaron en abrir un cisma entre víctimas aislando y rechazando a la asociación de Víctimas del 11-M presidida los Pilar Manjón, sencillamente porque no se dejaron controlar por los de siempre.
Aquí todos se mueven, a la espera de acontecimientos que propicien el fin de la violencia política en Euskal Herria. Mientras unos piensan, sueñan, en la reconciliación, otros marcan territorio para repetir el escenario de vencedores y vencidos. Ese escenario levantado sobre el sufrimiento pero en el que unos fueron "gloriosos caídos" y los otros, muertos anónimos sin tumba. Condecorando a Melitón Manzanas e ignorando a Mikel Zabalza no es posible la reconciliación.