EN nuestro país todos los días parecen el mismo y, sin embargo, si nos tomamos el trabajo -o nos damos el gusto, que a veces lo es- de mirar hacia atrás, encontramos mil diferencias entre la tierra que pisamos y la que hemos pisado. Depende del cuerpo que tengamos al hacer ese ejercicio, nos invade la nostalgia, la desazón por las toneladas de minutos perdidos en la nada o, por qué no, la vivificante sensación de que la esperanza, por cursi y ñoña que la vistan, está hecha a prueba de bombardeos de realidad.
Pesimista irredento con trienios de motivos para serlo acreditados, soy el primer sorprendido en estar escribiendo esta versión desafinada del Himno a la Alegría. Me declaro incapaz de explicar cómo ha pasado, pero el discjockey que pone la banda sonora a mi vida ha dejado de pinchar el Eta zer ez da berdin? de Hertzainak y ahora escucho los primeros acordes de Los tiempos están cambiando de Dylan. Estaba sólo medio punto por encima del insuficiente de los interesados calificadores oficiales y empiezo a ver que echando unos cuantos codos podemos llegar al aprobado. Justito, pero aprobado. Viniendo de donde venimos, pasar un curso es un éxito apoteósico.
Me apresuro a aclarar que no hablo de ETA ni de sus mensajes urbi et orbi, que he leído con la misma pasión que los prospectos del Omeprazol. Dejo a los profesionales de la mediación la tarea de lidiar con esa densa prosa, que para eso -oh, sí- les pagan. Mantengo que, pese a su poder hipnótico y, desgraciadamente, letal, la banda pinchará y cortará lo que le dejen, o sea, lo que le dejemos. Si hemos de interpretar algún poso de café, que sea el de la izquierda abertzale (tradicional, oficial, ilegalizada; elijan apellido), que es quien tiene la llave. Y también la fuerza, medida en respaldo social, para echar la puerta abajo si la cerradura no responde después de tanto tiempo sin engrasar. Su firma en el documento que se presentó ayer en Gernika es algo más que un indicio de que hay ganas de probar otros caminos.
Se podrá decir -se está diciendo ya- que todavía queda mucho trecho, pero el texto es sincero en su enunciado. Bien claramente señala que es un acuerdo de mínimos. Reconozcamos que, como decía el viejo anuncio del brandy, un poco de Magno es mucho. Tal vez merezca la pena arriesgarse a una nueva decepción. ¿Qué nos importa otra más, si ya sabemos de memoria cómo encajarlas, si hemos aprendido a amortizarlas? Ni siquiera hace falta que nos ilusionemos en esta ocasión. Si sale, sale. Y si no... Pues no.