Bruselas. Tras el arrollador e histórico triunfo de la Alianza Nueva Flamenca (N-VA) en las elecciones legislativas celebradas el pasado domingo en Bélgica y la resaca postelectoral, los partidos políticos se pusieron ayer manos a la obra para negociar el futuro de un país que inexorablemente pasa por dotar de más competencias a sus regiones. Como es tradición, el rey de los belgas, Alberto II, inició ayer las consultas políticas que deberán desembocar en el nombramiento del formador de la nueva coalición de gobierno, un puesto que habitualmente suele recaer en el futuro primer ministro.

Por el palacio real pasaron ayer el primer ministro saliente, Yves Leterme, los presidentes de la cámara baja y el senado y, los grandes vencedores con 27 y 26 escaños respectivamente de los 150 asientos del parlamento: el líder del N-VA, Bart De Wever, y el del Partido Socialista francófono, Elio Di Rupo, los dos partidos más votados en un proceso que ha ahondado la fractura entre un norte de talante conservador e independentista, o al menos sediento de más autonomía, y un sur del país claramente socialista y aferrado a mantener la seguridad social bajo competencia federal. El presidente de los nacionalistas, republicano e independentista, llegaba al palacio poco antes de las tres de la tarde, sin corbata, en lo que muchos ven un claro signo de rebeldía frente a un monarca por el que no se siente representado.

De hecho, hace no demasiados meses este historiador de formación advertía que los Saxo-Coburgo -la familia que reina Bélgica desde el siglo XIX- habían sido contrarios a todo movimiento de emancipación flamenca, social, obrera y ética, "así que no veo porqué tendría que ser mi amigo", decía De Wever.

entrevista con el rey Amigo o no, su resultado no podrá ser obviado por Alberto II, con quien se entrevistó durante tres cuartos de hora. "Somos conscientes de la responsabilidad que tenemos como partido. Queremos ponernos en marcha cuanto antes para conseguir unas estructuras que funcionen", decía antes de la reunión. Pese a que las preferencias del monarca puedan recaer por simple supervivencia del lado de Di Rupo, una cara más amable con la realeza y con quien la reunión duró hora y media, las urnas han sido meridianamente claras sobre lo que quieren y es la reforma de un Estado federal que los partidos francófonos han estado evitando y retrasando durante años. De hecho, muchos piensan que la explosión y el tsunami nacionalista se debe en parte a este inmovilismo que se ha terminado por volver contra ellos. Según las previsiones, el desfile de partidos políticos continuará durante uno o dos días más tras lo cual el rey podría designar un formador de gobierno. El objetivo, en todo caso, es acelerar al máximo los contactos para cortar cuanto antes la crisis institucional en la que lleva inmerso el país desde que Yves Leterme presentara su dimisión a finales de abril.

Antes de encontrar la futura coalición de gobierno tendrán que superar el escollo más difícil: ponerse de acuerdo sobre un programa de gobierno que hoy por hoy es como el sol y la luna. El voto diferente al norte y al sur "no conduce necesariamente al enfrentamiento", aseguraba ayer Di Rupo que habló por teléfono con De Wever.

Los francófonos reconocen ya abiertamente que habrá que reformar el Estado. "Se puede ser separatista y demócrata. Si presentan soluciones estamos dispuestos a colaborar", decía ayer el todavía líder de los liberales francófonos, Didier Reynders, uno de los grandes perdedores de los comicios. "Hay una gran diferencia entre hacer musculatura en campaña electoral y asumir un papel político en un Estado para hacer reformas. En mi opinión va a tener que negociar y hacer compromisos como todos sus predecesores", opinaba la líder de los centristas del sur, Joelle Milquet, sobre el papel que tendrá que asumir De Wever a partir de estos instantes.