HOSTELEROS y vecinos. Dos posturas en apariencia enfrentadas que el Ayuntamiento de Vitoria aspira a acercar con la revisión de la normativa municipal que rige el sector. En este difícil juego del tira y afloja, abre la mano a los titulares de bares para que, a través de una flexibilización de las distancias entre establecimientos, puedan reconvertir los locales en pubs y disponer, de esta manera, de una hora más para trabajar las noches de los fines de semana.
Eso sí, pensando en el descanso al que por ley los vecinos tienen derecho, exigirá que dichos pubs cumplan al detalle todas y cada una de las exigencias asociadas a este tipo de negocios, lo cual incluye insonorizaciones, dobles puertas, accesibilidad y demás. Como remate a esta declaración de intenciones, el Departamento municipal de Medio Ambiente estudia la posibilidad de rebajar el límite de decibelios que han de soportar los domicilios, actualmente fijado en 27, a 22.
Una compleja carambola que, de llegar a buen puerto, podría lograr la paz social en la capital alavesa, aunque sobre este asunto siempre planea la sombra de una competencia supramunicipal: la revisión del decreto de horarios de hostelería del Gobierno Vasco. Un documento de 11 años de antigüedad que los hosteleros consideran obsoleto y que las asociaciones vecinales juzgan intocable por ser el garante de su reposo.
Lakua
Alazne y Yolanda
Dan las cinco de la mañana del sábado en el domicilio de Alazne, vecina de Lakua, y la tensión provocada por el insomnio obligatorio se masca en el ambiente. Vive en la plaza Cataluña y desde que en 2003 abriera una discoteca, justo debajo de su casa, no ha habido quien duerma en el domicilio entre el viernes y el domingo. El cansancio acumulado tras tres años de batalla contra el ruido pasa factura.
Viernes, sábados y vísperas de fiesta. En su calendario tiene estos días señalados en rojo. Jornadas en las que las noches se hacen eternas tratando de dormir. "Es como si el vecino golpeara fuerte contra la pared. Bum, bum, bum...". Con licencia de discoteca, el establecimiento bajo su cama abre puntualmente hasta las cinco. En ese momento se apaga la música y puede dormir. Los horarios se cumplen, pero, según denuncia, no los requisitos de aislamiento. En una ocasión, hartas de soportar la música, contactaron con un programa de ETB especializado en quejas vecinales. Un ingeniero acudió a su domicilio armado con un sonómetro y una cámara. Alazne saca el DVD que da fe de la medición y las imágenes hablan por sí mismas: 35 decibelios registrados y filmados. El máximo permitido es de 27.
Y quejarse a la Policía Local no parece ser la solución. "Hemos llamado decenas de veces, pero sólo tres quejas han acabado en denuncia formal", explica. ¿Por qué sólo tres? "Sólo hay una patrulla en toda la ciudad acreditada para medir decibelios y durante los fines de semana debe estar muy solicitada, porque tarda horas en llegar. Además, es curioso, porque parece como si alguien avisara a los de la discoteca de que viene la Policía. En la mayoría de las ocasiones, según asoma el coche patrulla, la música baja hasta niveles por debajo de los famosos 27 decibelios", comenta la vecina.
Yolanda, que comparte primera planta con Alazne, se ve expuesta a los mismos niveles sonoros. Añade que "incluso 26 y 25 decibelios, que son legales, son totalmente insoportables". Ella y su marido arrojaron la toalla y, visto que la discoteca se dedicaba a hacer "chapucillas" que no amortiguaban el ruido, decidieron insonorizar la casa. A grandes males, grandes remedios. "Hubo que tirar el piso entero y rehacerlo de nuevo, con el consiguiente gasto. Ha bajado mucho el ruido, pero no del todo. Para conseguir que la vibración no suba, los de la discoteca deberían insonorizar el local", explica.
Mientras Yolanda y su familia han conseguido entregarse a los brazos de Morfeo de viernes a domingo, Alazne sigue desesperada. De hecho, cuando le toca trabajar en fin de semana opta por mudarse provisionalmente a casa de su madre. Tiene la esperanza de que el Ayuntamiento rebaje el máximo permitido de 27 a 22 decibelios, tal y como el Departamento de Medio Ambiente anunció en septiembre. Se verá.
calle cuchillería
Ander
Ander tiene 30 años y reside en la calle Cuchillería. La primera vez que vio la que se convertiría en su casa, hace ya más de un par de años, se enamoró de la zona y de su magia. Lo malo es que la vio de día y entre semana. Los fines de semana se han convertido en un vía crucis para él, su chica y el niño que llegó el pasado julio, así que se ven obligados a emigrar a casa de los suegros. Una solución que Ander considera injusta. "Reconozco el derecho que tienen los hosteleros a trabajar, porque soy joven y me ha gustado salir de fiesta. Lo que no entiendo es por qué eso tiene que entrar en conflicto con el descanso de los vecinos", protesta.
El ruido alcanza el nivel "insoportable" a eso de las once de la noche. Sus quejas se dirigen a un establecimiento en concreto. "El volumen resulta atronador, me duermo escuchando a Bisbal", explica. Pero, ¿es posible conciliar el sueño en estas condiciones? "Al final, caes por agotamiento", reconoce. "Pero no descansas bien, te levantas hecho polvo", aclara. El jueves es más llevadero, aunque la música gana enteros de volumen durante el viernes y el sábado. "Es como si tuvieras la fiesta en el salón. Y no acaba hasta las tres y media. Es acojonante", lamenta. A ello se suma un problema añadido: "los cánticos de los parroquianos cuando salen de los bares. Todos los fines de semana toca repaso al catálogo de canciones populares. El himno del Alavés, Que viva Vitoria, los borrachos en el cementerio... Todos. No se dejan ninguno", detalla. "Elegimos vivir aquí y somos conscientes de lo que significa, pero es que esto no es un sambódromo", se queja.
casco viejo
Iñaki
Iñaki Lazkano es uno de los socios del bar Parral del Casco Viejo de Vitoria. Recibió el anuncio de la "flexibilización" municipal con una cierta dosis de escepticismo. Echando cálculos cree que no más de media docena de bares de los de toda la vida puedan acogerse a la reconversión. "La mayoría de los bares del Casco Viejo -evalúa-, más concretamente los de Cuchi, son muy pequeños y no se pueden insonorizar porque te quedas sin local. El 80% de los bares no tiene posibilidad de acogerse a una insonorización, a una doble puerta, instalar baños para minusválidos, etc...".
Porque todo este paquete de requisitos conlleva ventajas horarias, pero también inconvenientes físicos y económicos. Una buena insonorización para pub, que aísle suelo, paredes, techos y vigas, significa crear una cámara dentro del bar y una operación de esas características representaría, en algunos establecimientos del Casco Viejo quedarse literalmente sin espacio. "Aparte de una inversión importantísima, por lo que habría que ver qué tipo de subvenciones proponen", añade Lazkano.
Los hosteleros también están a favor de que se cumpla la ley, pero en lo que al control del botellón se refiere. "La gente sale, así que es mejor tenerla en la calle que en los bares. Con buen tiempo, en octubre he visto a los chavales haciendo botellón a la una y media en las escaleras de Montehermoso. Un ruido del carajo. Mucho más ruido que si estuvieran en los bares", expone.
En opinión de Lazkano, el quid de la cuestión radica en poner al día el decreto del Gobierno Vasco que regula el horario de cierre de la hostelería. "Lakua dijo este año que se podía hablar del tema, pero llegó una federación de asociaciones de vecinos, que representa a los que representa, y como tienen derecho a veto ni siquiera se entró a negociar", señala.
calle san antonio
José Ángel
José Ángel Martín también regenta un local de hostelería, pero en la calle San Antonio. Se trata del Pub Lipp, que reúne todos los requisitos técnicos exigidos y que, según explica, "nunca ha recibido una sola multa por ruidos ni quejas de parte de los vecinos del inmueble". Sus problemas son otros y tienen que ver con los horarios.
El pub está perfectamente insonorizado y el equipo de música cuenta con limitador, de manera que el anuncio de posible rebaja en el máximo de decibelios autorizados no le preocupa. "Se ajusta el limitador al nivel adecuado y punto. Obra ni me plantearía hacer, porque lograr un solo decibelio más de insonorización resulta escandalosamente caro. Es más práctico bajar el volumen", apunta.
En cuanto a otro tipo de volumen, el de trabajo, cataloga 2009 como un año "muy flojo" que, confía, le dé una alegría en su recta final. "Algo mejorará, pero no mucho", indica. Tuerce el gesto cuando se le comenta la apertura de la mano municipal a la reconversión de los bares del Casco Viejo en pubs. "Siempre el perjudicado es el del medio, en este caso los que ya somos pubs. El bar se quedaba abierto ya hasta el horario de pub, las discotecas abren hasta las cinco... El que ya era pub se lleva la peor parte", sopesa. "Además, ¿qué significa abrir un pub? ¿Cualquier bar con música puede ser un pub? Yo creo que no, que hay que tener en cuenta la decoración, la comodidad, el servicio...", opina.
Como su colega de profesión, José Ángel se queja de que la Policía Local de Vitoria ponga más celo en el control de horarios que en el del botellón juvenil. No hay más que pasarse por la puerta de los supermercados y echar un vistazo para ver a los chavales salir cargados de botellas. Luego salen a eso de la una y media y vienen a mear a nuestros locales. Nos hemos convertido en los urinarios públicos", ironiza.