Ayer leí un artículo de Violeta Serrano llamado Zona de Sacrificio en el que decía que no deberíamos de usar el término España vaciada sino España olvidada. El medio rural está lleno de cosas, la mayoría de ellas intangibles, y hacer como que no están es un error. Tiene razón. No es por tirar de clichés, pero la última vez que me sentí completamente en paz conmigo mismo, sin ningún ruido de fondo, fue cuando estuve en mi pueblo el verano pasado. Me encantaría irme a vivir allí, a una León que conozco bien, pero ahora mismo sería un acto revolucionario sacrificado y solitario. Revolucionario porque todo a mi alrededor me “anima” a seguir en la maquinaria de la ciudad y a seguir produciendo en esta o en otras urbes. Solitario porque, para ser honestos, no hay mucha gente de 22 años que tenga ganas de cambiar su estilo de vida tan radicalmente. Pero no tengo prisa. No puedo evitar que el 80% de la población española viva en un 20% del territorio, pero puedo apoyar a los que dan el paso y a los que resisten. Comprar productos de temporada, miel, apoyar a la hostelería local, a los nuevos negocios... Y hablar de ello. Sobre todo hablar de ello. Porque la España vaciada es algo difícil de cambiar, pero la España olvidada tiene una clara debilidad: El recuerdo.