La advertencia no dejaba lugar a dudas. “La amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente”, decía hace un par de semanas la ministra de Defensa española, Margarita Robles, a la par que Macron que, no lo olvidemos, era hace dos años el único mandatario europeo que parecía tener hilo directo con Putin, lanzaba la oscura sugerencia de mandar tropas a Ucrania, a lo que el presidente ruso respondía con la posibilidad de “destruir la civilización”. Así están las cosas, y además de las palabras los hechos tampoco invitan al optimismo. El mismo Macron qtxusue quiere mandar soldados europeos al Este ha sacado a los suyos del Sahel y ha entregado así a Rusia los restos de su imperio colonial y el alimento para sus centrales nucleares, lo que por otro lado deja a Marruecos acorralado y quizá hasta reconsiderando su tradicional política de alianzas, visto como se está poniendo el tema, con Putin como nuevo guardián de la frontera entre África y Europa y los americanos centrados en sus movidas internas. Solo los islamistas, esos primos descarriados de los jeques que nos patrocinan el fútbol y que más allá de sus paranoias no dan puntada sin hilo a la hora de decidir dónde, cuándo y cómo masacran civiles, le ponen obstáculos en ese inmenso desierto a los rusos.