- Confieso en estas líneas mi envidia por Italia, que dentro de menos de un mes se convertirá -si ningún otro le sigue- en el primer estado del mundo en exigir un certificado de vacunación o una PCR negativa en las últimas 48 horas para trabajar o prestar servicios a domicilio. A diferencia de Estados Unidos, que limita la obligatoriedad a las empresas con más de cien empleados, en el país transalpino no habrá excepciones. Quien voluntariamente haya decidido saltarse la inmunización no podrá desempeñar su oficio y, en consecuencia, no cobrará. Es una medida drástica, como corresponde al carácter espartano y tajante del primer ministro, Mario Draghi, que no se ha parado en barras pese al roto que le hace a la facción parda del gobierno, la Liga de Matteo Salvini. Como ocurre en otros lugares, los simpatizantes de la extrema derecha son mayoritariamente negacionistas. O viceversa: los negacionistas son mayoritariamente ultraderechistas sin complejos.

- El paso adelante italiano debería marcar el camino, como poco, para toda la Unión Europea. Por desgracia, debemos abandonar cualquier esperanza. A lo más que se ha llegado, y también con una notable y violenta oposición de los cerriles conspiranoicos, es a la exigencia del pasaporte covid en Francia para disfrutar de las actividades de ocio. En los lugares del Estado español donde se ha pretendido aplicar una disposición tan primaria y razonable, sus togadas señorías, siempre a favor del virus, han venido inmediatamente con la rebaja y la han tumbado sin compasión. Como tenemos tristemente comprobado, es doctrina del Constitucional, del Supremo y de los Superiores autonómicos con el vasco a la cabeza que el derecho a contagiar es inalienable. Del confinamiento hacia abajo, cualquier intento de las autoridades sanitarias de frenar la pandemia ha recibido el correspondiente varapalo judicial.

- En resumen, que en nuestra latitud estamos lejos de plantear la obligatoriedad de la vacunación en el ámbito laboral y en el del ocio. De hecho, ni siquiera se puede exigir a los profesionales sanitarios o al personal de las residencias de mayores, pese a que como acabamos de comprobar en esta quinta ola ya en retirada, el fanatismo egoísta de los que se han negado a la inmunización ha devuelto las muertes a los centros donde habían quedado desterradas. Es una aberración sin límites que en nombre de la falsa libertad individual se permita la propagación del virus entre los más vulnerables.