- Vamos de récord en récord y tiramos porque nos toca. 608 contagios en Nafarroa y 1.278 en la demarcación autonómica. Hay que echar unas cuantas páginas atrás del calendario para encontrar registros similares. La diferencia es que en aquellas fechas no teníamos ni de lejos el porcentaje de población vacunada que tenemos ahora. Y eso es bueno y no tan bueno. Bueno, porque de otro modo estaríamos cayendo como chinches. No tan bueno porque, según las cuentas de la vieja que nos habíamos hecho, a estas alturas la curva debería avanzar plana a ras de suelo. ¿Cómo no recordar a Pedro Sánchez haciéndonos la cuenta atrás hacia la inmunidad de rebaño o, buscando una referencia más reciente, anunciando pletórico que "las sonrisas volvían a la calle" porque ya no era obligatoria la mascarilla en exteriores?

- Es evidente que nos merendamos la cena. Fue un error decretar el final de la pandemia alegremente. Y fue un acto de soberbia inmensa por parte de muchas comunidades presumir de que iban como la seda y sacar el dedo a los que avanzábamos al trantrán. En Andalucía se están pagando chulerías como permitir manadas arracimadas en el estadio de La Cartuja y alrededores; un saludo a la Federación española de fútbol y otro a la UEFA. En Catalunya, Valencia, Baleares o Canarias también marcaron paquete con sus cifras y abrieron la barra libre para comprobar, pocas semanas después, que ocupan los primeros puestos de la clasificación general de positivos. Algo parecido les ha ocurrido a nuestros vecinos cántabros y riojanos o, para qué negarlo, a las dos comunidades de Hego Euskal Herria, que incluso estando solo regular, nos sumamos a la algarabía.

- La cuestión es que estamos ante una situación de muy mal arreglo. Por escandalosos que sean los datos diarios, la mayoría de la población no se da por concernida. Miramos el ascenso meteórico de la curva como miran las vacas al tren. Mientras, se percibe la zozobra de las autoridades, que saben que tienen muy poco margen legal para establecer nuevas restricciones y, por añadidura, son conscientes de la escasa disposición social a acatarlas. Quedan las inútiles apelaciones a la responsabilidad individual y elevar oraciones para que la escalada de contagios no tenga su reflejo en los hospitales ni en las funerarias. Algo me dice, por lo demás, que hemos llegado a ese punto entre la resignación y la apuesta temeraria de pensar que llegaremos a la inmunidad de grupo por las bravas.