¿Cómo se está comportando nuestro oficio en la pandemia?

—Ha habido de todo, pero el comportamiento de la prensa conservadora en esta pandemia ha sido de juzgado de guardia. En vez de arrimar el hombro, ha torpedeado al Gobierno por interés electoral.

La sobreinformación está provocando hastío y cierta confusión.

—Hastío, cansancio y desconcierto, con saturación de pseudoespecialistas en pandemia.

¿Qué podríamos haber hecho mejor?

—Tener más en cuenta a los verdaderos científicos y responsables de la salud.

Quizá también haber calibrado más la información.

—Por supuesto, y a pesar de sus errores, haber confiado más en las informaciones oficiales y contrastadas.

Casi todos hemos caído en la dictadura de buscar tráfico en Internet. ¿Cómo lo evitamos?

—Internet y las redes sociales nos han inundado, pero hay que saber separar el grano de la paja.

¿Qué fue de aquello de contrastar las noticias en varias fuentes?

—Las noticias son cada vez más volátiles y hemos caído en la trampa de creernos todo lo que se publica con un falta de rigor sorprendente y alarmante.

¿Por qué hay tanta gente dispuesta a creerse las mentiras más burdas?

—Negacionistas siempre los ha habido. Esta vez han pescado en rio revuelto, aprovechando la confusión

de un virus que nos ha cogido a todos a contrapié.

¿Sientes que ha habido un recorte en la libertad de expresión?

—Sí, en todos los casos excepcionales hay tendencia a restringir parte de nuestras libertades.

¿Dónde están los límites de esa libertad?

—La libertad es individual y colectiva, pero se debe tener en cuenta las circunstancia y el interés general.

¿Podemos opinar sin que nos digan que somos serviles a tal o cual amo?

—Serviles, no lo creo; cuando una casa se quema, hay que salvar primero el edificio y después, si se puede, los muebles.

¿Por qué merece la pena, a pesar de todo, seguir en las redes sociales?

—Las redes sociales son la gran revolución de estos nuevos tiempos. Como todo, hay que saber utilizarlas con criterio y respeto. Son una ventana nueva a la comunicación.

¿Hasta cuánto tienes que contar cuando en Twitter te viene un tío a llamarte proetarra justo a ti?

—También me acusan de tener síndrome de Estocolmo. Son gajes del oficio, porque hay mucho sinvergüenza suelto. Siempre queda la posibilidad de bloquear al que insulta. Son una minoría.

Tras el atentado, ¿tuviste la tentación de callarte?

—Nunca, todo lo contrario. Por eso me quedé en Euskadi hasta que llegara la paz y aposté por la convivencia sin olvidar.

Y ahora, ¿te muerdes la lengua?

—Siempre hay autocensura. Pero no me callo, como tampoco antes lo hice. Y es que soy periodista. En Euskadi falta mucha autocrítica y mochilas por descargar sobre todo en la izquierda abertzale.

¿Qué les dices a los que no entienden tu apuesta por la reconciliación?

—Que siempre hay que mirar al futuro sin olvidar el pasado.

¿Serás capaz de jubilarte de esto?

—Nunca. Hay que ser consecuente y luchar contra toda injusticia. Ese debería ser nuestro leitmotiv permanente durante toda nuestra vida.