El viernes que viene celebraremos el 120 cumpleaños de la cruz de Gorbeia. El 12 de noviembre de 1901 se inauguró, precipitadamente, para que no terminase el primer año cristiano del siglo XX (el 0 no existe en el calendario, empieza en 1), la cruz en una montaña de porte más grande y alta en toda la cristiandad. La misma divide por mitad, exactamente, Bizkaia y Araba, y fue uno de tantos curas de los que entonces había en Zeanuri, Juan Bartolomé de Alcibar, quién propuso el cordal de Gorbeiagane como lugar para levantarla.
Entonces y ahora nos rompen cruces en las cumbres, también buzones alpinos y monumentos varios que nuestros antepasados montañeros dejaron allí. Es obvio que las cimas no deben llenarse de más elementos que los que ya tienen, pero también es cierto que debemos respetarlos. Actualmente, las federaciones disponen de normativas para ello y se llevan a efecto.
Pero veamos cuál es el origen de colocar cruces montañeras. La petición del Papa León XIII es la primera cita documental fechada a finales del s.XIX en la cual propone erigir cruces en los montes, aunque con anterioridad ya existían algunas. Llamémosle la costumbre moderna. Aquella petición papal correspondía a la realización de construcciones significativas que recordasen al redentor con motivo del comienzo de un nuevo siglo, el XX, y fueron las comisiones religiosas de fieles de cada lugar las encargadas de hacer cruces.
La construcción se realizaba en las cumbres de las más significadas montañas, aquellos eran lugares temidos, bien por ser los más altos y estar más cerca del cielo, bien por ser lugares de habitación de seres misteriosos. En parte eran lugares mágicos.
Como escribe mi colega montañero Ricardo Hernani, "las cruces han congregado primero a los habitantes de los pueblos más cercanos que acudían a ellas en sus procesiones anuales, y más tarde, con el nacimiento del montañismo, a los caminantes en su búsqueda de nuevas cimas. Montañismo y tradición popular se daban cita de esta forma en las cotas más señaladas de cada comarca".
De entre todas las cruces levantadas, la cruz de Gorbeia fue, sin duda, la más singular, espectacular y grandiosa. Pero no fue la primera vasca, si no la tercera.
Fueron muchas las construidas, tantas que podemos contar hasta 140 montañas con cruces en sus cimas en todo Euskal Herria. Con anterioridad a estas, y en muchas de ellas, existían ermitas, todavía antes, en algunos lugares, templos de culto pagano. Hoy día catalogamos en 186 ermitas las existentes en otras tantas cumbres vascas.
Tanta cruz y ermita en semejantes e inhóspitos lugares eran construidas normalmente bajo advocaciones de santos un tanto especiales, en lugares llamados sagrados, para su visión general por el pueblo y que este se pudiera santiguar al salir del caserío a las mañanas, mirando a la cruz en la cumbre más cercana.
Hablando de cruces en los montes, vamos a ver la propia clasificación que podemos encontrar en cumbres o en parajes montañeros, siempre relacionadas por sus orígenes. Por un lado están las religiosas con objeto de anunciar la existencia de un santuario o ermita cercana, servir de indicador a peregrinos, establecer el final de un vía crucis, perpetuar el lugar donde hubo una ermita, señalar el fallecimiento de una persona o santificar el comienzo del s. XX. Y también hay civiles, para conmemorar acciones bélicas, celebrar aniversarios o servir de soporte al buzón montañero.
También hubo una bonita costumbre, bastante desaparecida, de instalar belenes en Navidad, que duraban lo que las condiciones atmosféricas permitían, y que era motivo de celebración y alegría para quien coronaba el monte en dichas fechas.
Posiblemente el belén de la Cruz de Gorbeia, que un grupo de montañeros de Santutxu lleva instalando 52 años consecutivos, sea el más longevo que exista en nuestro país.