Apenas dos mil coches del millón y pico que se vendieron el año pasado lucen el logo de Subaru. Con toda probabilidad, tan restringida clientela aglutina personas más sensibles a los avances de la tecnología que a las fluctuaciones de la moda. Quien ficha por la marca japonesa lo hace por la ingeniería antes que por el diseño, más por la precisión y la eficiencia que por el qué dirán. Eso no impide que la otrora espartana firma oriental construya hoy coches acordes a los tiempos que corren, es decir, cada vez más sugestivos y sofisticados.

Vender dos mil unidades obliga a cuadrar muy bien los números a fin de alcanzar la rentabilidad. Lo cierto es que Subaru no vende más en Europa porque no quiere. La explicación es sencilla: prefiere aprovechar su limitada capacidad productiva para satisfacer la demanda en el mercado doméstico y, sobre todo, en el norteamericano, que es donde viene obteniendo la mayor rentabilidad a su inversión. Así que la importadora hispana de la marca se tendrá que seguir conformando con cuotas de producto ínfimas, salvo que las decisiones de la administración Trump alteren significativamente las reglas de la competencia en EEUU.

La primera consecuencia de esa escasez de unidades es que Subaru permanece aquí en un relativo anonimato. Quien adquiere uno de sus modelos demuestra un nivel de información considerable, además de una notable autonomía a la hora de decidir. Porque sus productos no siguen el rumbo de la mayoría, ni el técnico ni el estético. Son legatarios de una época en la que al diseñar coches contaba más el criterio de los ingenieros que las imposiciones del departamento de marketing.

La gama contemporánea se mantiene leal a esa tradición, aunque asume con naturalidad prioridades modernas como la seguridad y el bienestar. Con todo, entre quienes adquieren un Subaru siguen proliferando los entendidos, librepensadores inmunes a las corrientes de la moda y sensibles a las cualidades de la tecnología.

Los clientes llegan a cuentagotas, pero lo hacen para quedarse. Por lo visto, la firma nipona engancha, ya que ostenta uno de los índices de fidelidad más elevados. En Estados Unidos, en concreto, obtiene el mejor ratio de conquista de clientes: por cada uno que la abandona llegan 3,4 procedentes de otras marcas, muy por delante de Jeep (1,8), Kia (1,7), Mercedes-Benz (1,5) y BMW (1,4).

El catálogo Subaru, integrado por seis referencias, contiene un par de propuestas deportivas (BR-Z y WRX), un turismo con formato wagon (Levorg) y tres variantes SUV de distinta talla que comparten querencia familiar (XV, Forester y Outback). Todas ellas asumen las dos señas de identidad que distinguen a la marca: motores tipo Boxer y tracción integral.

Subaru instala propulsores longitudinales de cilindros opuestos, tanto gasolina como diésel. Cubren un abanico de potencia que discurre desde los 114 CV, rendimiento del 1.6 atmosférico instalado en la versión de acceso del XV, hasta los 300 suministrados por el 2.5 turboalimentado que anima al WRX STI.

El motor Boxer es uno de los elementos esenciales del sistema simétrico de transmisión Symmetrical All-Wheel Drive, que utiliza la firma desde 1972. Esta modalidad de 4x4 depara una eficaz combinación de estabilidad y tracción. La simetría del sistema de transmisión, que va unido de forma longitudinal al motor, favorece también una adecuada distribución de pesos. Se fomenta así la estabilidad a alta velocidad y la precisión en curva.