EL C3 es un automóvil prometedor. Sobre todo si uno se queda con la imagen y el precio promocionales. Sus cualidades dinámicas y prácticas, lo colocan a la altura de los mejores turismos de talla y clase media (Ibiza, Corsa, Polo, 208, Clio, Fiesta?). Al debutar a estas alturas, sus provisiones de tecnología nada tienen que envidiar a las de sus rivales. Se destaca de muchos de ellos exhibiendo un diseño refrescante inspirado por el del Cactus; eso sí, la puesta en escena más singular y sugestiva -mezcla pintura bitono, adhesivos acolchados en los flancos (‘Airbumps’) y completas dotaciones- se reserva a las interpretaciones más costosas. El C3 menos ambicioso ajusta cuentas (11.750 euros) prescindiendo de equipamientos hoy casi irrenunciables, como son el aire acondicionado y la radio.

La nueva propuesta de la casa francesa da en el clavo con un envase de cinco puertas de aspecto robusto y simpático. Aprovecha sus proporciones armoniosas -mide 3,99 metros de largo, 1,75 de ancho y 1,47 de alto- para acondicionar una cabina bastante diáfana y desahogada. Los 2,54 metros de separación entre ejes propician acomodar a bordo adultos de piernas largas y hombros anchos; el cofre de la zaga admite 300 litros de bultos.

Citroën elige una puesta en escena semejante a la del crossover hermano. El C3 presenta un tablero plano y despejado, en el que destaca la presencia de la pantalla táctil central (disponible en los acabados altos). Su menú pone especial énfasis en la personalización al ofrecer cuatro ambientaciones interiores y treinta y seis combinaciones cromáticas externas. La intención del fabricante es que cada cual se confeccione su coche a medida. Cuando las posibilidades financieras lo permiten, el desenlace final de este diseño a la carta provoca un efecto fascinador comparable al que en su día causó el MINI.

Para no perder el toque alternativo que siempre ha caracterizado a sus productos, Citroën pertrecha al modelo aplicando unos criterios particulares. La versión más sencilla sale relativamente bien provista de fábrica. Instala elementos inusuales en la categoría: detector de presión de neumáticos, ayuda al arranque en pendiente, alerta de cambio involuntario de carril, reconocimiento de límites de velocidad, etc. Sin embargo, cobra aparte otros ya mencionados que parecen obligados.

Las dotaciones van aumentando en paralelo al desembolso, hasta empatar con las de cualquier berlina de gama superior. Lo que ya no se entiende tan bien es la decisión de ofertar, como si se tratase de un accesorio revolucionario, una cámara conectada a internet integrada en el retrovisor interior. Está pensada para tomar en marcha fotos y/o vídeos, que se pueden descargar al móvil y difundir de inmediato a través de las redes sociales. Afortunadamente, además de esta dudosa utilidad, nada compatible con el sentido común y con las leyes del tráfico, el dispositivo desempeña una segunda función de mayor provecho. Si el coche experimenta un cambio brusco de velocidad que el sistema interprete como un posible accidente, activa la cámara y graba los segundos previos y posteriores al incidente.