Madrid - La ropa de los años 40, el fino bigote, un rasgo característico en la época del franquismo, y una seriedad rayana a la antipatía otorgan el aire retro necesario a Fran Perea para meterse de lleno en un personaje que puede resultar odioso, Mauricio. Nada que ver con el chico guapo y muy mono que arrasaba entre las quinceañeras en la época de Los Serrano, un tiempo en el que evitaba pasar cerca de colegios e institutos. Hoy, toda aquella locura ha pasado y vive contento con lo que fue y con lo que es. Explica que grabar La sonata del silencio, la serie de La 1 basada en la novela de Paloma Sánchez Garnica, ha sido toda una experiencia. Su otoño va a ser puro teatro con dos funciones: La estupidez y El Jurado.
Está usted irreconocible en la caracterización que le han hecho para ‘La sonata del silencio’.
-No me diga usted que estoy peor (risas)? De eso se trataba. Muchas gracias, lo tomo como un halago porque uno siempre intenta sorprender y hacer bien su trabajo.
Con Mauricio, su personaje en esta serie, parece que ha roto con Marcos, el guaperas de ‘Los Serrano’.
-Ha pasado el tiempo, los personajes son muy diferentes y los papeles como el de Marcos los debe interpretar gente más joven.
¿Qué tal se vive de juez en la época más dura del franquismo?
-Mauricio vive bien. Él hace un buen uso de su cargo. Le juro que ha sido toda una experiencia hacer de un tipo tan complejo y tan enrevesado. Habla de una época que no es lejana?
Tampoco nos parece ahora cercana.
-A pesar del paso del tiempo hay muchas huellas que no se han borrado. Esta serie nos hace ver cómo las instituciones servían para hacer y deshacer al antojo de las personas que estaban al frente de ellas, jugaban favorablemente a favor de los hombres y no de las mujeres. Ha pasado el tiempo, pero esa etapa acabó ayer como quien dice.
Según la historia que contó el libro y ahora la serie, es una etapa en la que pierden vencedores y vencidos en la guerra española.
-No se salva nadie, ni el apuntador. El que haya leído el libro no sabe dónde colocarse?
Generalmente, la balanza se inclina de parte de los vencidos.
-Ya, usted dice: Me voy con este. Sí, pero es que ese tiene de todo. Según va avanzando la trama te das cuenta de que no hay por qué lado tirar.
En la serie es usted un juez bastante machista.
-¿Y quién no lo era? Era una sociedad muy machista la que se refleja en la serie. Era un machismo que afectaba a hombres y mujeres, pero lógicamente eran ellas las que salían perdiendo porque eran las que lo sufrían. Hay personajes que son muy complejos y todos ellos son víctimas de muchas circunstancias y muchas situaciones. Vencedores y vencidos tenían muchas sombras, la posguerra fue un tiempo difícil.
Mauricio está muy fuera de su tiempo. ¿Se ha inspirado en alguien para hacer un personaje que roza la maldad en la mayor parte de sus actuaciones?
-El personaje está trazado en el libro y en los guiones, pero es cierto que hay que meterse en la situación. Yo he tenido unos abuelos longevos que han hablado a sus nietos mucho de otras épocas. Y he tenido también la suerte de viajar hacia atrás en el tiempo a través de otros proyectos, como en Las Trece Rosas, por ejemplo.
¿Qué queda del Fran Perea que vimos en ‘Los Serrano’?
-Queda todo lo que era, sumado a todo lo que he vivido en estos años. Veo a aquel personaje con mucho cariño, sería un ingrato si dijera lo contrario. Era un adolescente tardío.
Lo que supongo que no añora de aquella época es la fama que desencadenó Marcos en la persona de Fran.
-Uy, la verdad es que no. De hecho, hubo momentos en los que me aparté un poco. No tenía posibilidad de distanciarme de lo que estaba ocurriendo porque estaba montado en la noria. Cuando lo ves un poco lejano, con distancia, empiezas a colocar las cosas en su sitio, lo interiorizas. Fui muy feliz pero también pasé por momentos malos.
Usted fue ídolo de las adolescentes que veían la serie.
-Sí, pero no lo echo en falta. Hay gente que ha crecido conmigo, que me vio en Los Serrano y que ahora me sigue en otros proyectos. Cada momento en la vida tiene su cosa. Creo que ahora les toca a otros ser ídolos de jovencitas, hay que dejar paso a las nuevas generaciones.
¿Pasaba por delante de un colegio o de un instituto?
-Lo llamaba el síndrome del uniforme escolar, era horroroso, llegué incluso a ver a gente con uniforme sin que realmente ocurriera. Era complicado. Es cierto que buscas cierta fama, pero no esa locura, buscas fama con tu trabajo; viví la locura un tiempo, pero no la quería para siempre, yo no estaba diseñado para eso. La gente me sigue parando por la calle pero con más tranquilidad.
Su pasión es el teatro.
-Absolutamente. Yo soy actor porque quería hacer teatro. Nunca imaginé que mi vida iba a ir también hacia el cine y la televisión. Cuando vas creciendo te das cuenta de que es estupendo ser actor, que no hay un medio único, y que cuanto más allá mejor. Pero el teatro es el origen.
¿Le da tiempo a combinar los tres medios?
-Combinar con el cine es más complicado porque también se rueda los fines de semana. Televisión y teatro casan mejor, si las giras son los fines de semana y hay buena voluntad por todas las partes, se puede. A nosotros nos viene muy bien que se pueda compaginar porque del teatro es muy complicado vivir.
¿Qué tiene entre manos en estos momentos?
-Estoy volcado en la obra de teatro La estupidez. Todo el otoño estamos de gira, tenemos lío todas las semanas y eso da gusto. Además, también voy a hacer una participación en El jurado, otra función teatral. Hay también algún proyecto de televisión que no sé si saldrá.
¿Cuántos años lleva viviendo en Madrid?
-Llegué con el milenio, así que dieciséis años, un tiempo considerable.
No ha rebajado ni un ápice el acento malagueño.
-Sí, claro que sí; lo he suavizado un poco, pero cuando voy a Málaga me embrutezco. Sé que el acento se me nota, pero está muy suavecito.