Gasteiz - Ane Irazabal (Arrasate, 1984) no es optimista en este conflicto y apuesta por un pacto internacional para acoger a estas personas “visto que en la UE no hay ningún interés”.
¿Pensaba hace un año que el asunto de los refugiados seguiría igual?
-Igual no, ¡peor! Hace un año ni me imaginaba la existencia de Idomeni o Calais. Esos campos en el corazón de Europa eran impensables, hemos visto cómo nuestros líderes son capaces de dejar a miles de personas abandonadas a su suerte en un prado donde no había absolutamente nada. Ahora estamos en situación de impasse: los bloqueados en Turquía se encuentran en situación pésima pero no saben hacia dónde tirar y los más de 50.000 atrapados en Grecia, en los campamentos oficiales, tampoco saben qué hacer. Un impasse que en los próximos meses puede explotar: se puede ampliar la ruta adriática, haber más protestas en Grecia de refugiados que piden su derecho a seguir su camino o a ser reubicados en otros países; y no hay que olvidar la ruta mediterránea porque en Libia y Egipto hay miles de personas esperando a cruzar y llegar a Italia, una ruta incluso más peligrosa. En este caso son africanos, los grandes olvidados de este momento.
¿Las personas bloqueadas en la frontera turca son sirias?
-Por ahí entran ahora todos los que escapan de Afganistán, Pakistán,? toda esa zona asiática; pero hay dos millones de sirios. Muchos, vista la situación que están viviendo y la respuesta que han tenido en Europa, deciden volver a la guerra, a sus casas, a la muerte... a la situación de la que escaparon. Al menos allí tienen sus raíces, es el lugar donde nacieron aunque su casa tal vez ya no exista. Ellos razonan que intentaron llegar a Europa y comenzar una nueva vida, pero eso se ha esfumado y no quieren pasar años y años en Turquía para que no suceda nada.
¿Es grande su decepción con la UE, están dolidos, asombrados...?
-Antes de escapar de sus países tenían la idea de que Europa era un ente unitario, que las decisiones se tomaban de manera conjunta y una vez que atravesabas las fronteras exteriores, el resto era sencillo. Nada más llegar se dieron cuenta de que no es así, de que la UE está completamente fragmentada. Hay muchos muros que hasta ahora no existían y cada país actúa con fines electoralistas, sin ningún compromiso intergeneracional, sin plantearse qué tipo de Europa queremos dejar a nuestros hijos y nietos.
¿La UE ha conseguido decepcionar no solo a sus propios ciudadanos, sino también a los de fuera?
-Absolutamente. Para muchos refugiados la UE ha pasado de ser un sueño a una pesadilla.
Usted fue retenida en Idomeni con otros periodistas. ¿Pasó angustia?
-No, sabíamos que los refugiados habían organizado una marcha desde Idomeni hasta la frontera con Macedonia. Se fue corriendo la voz y se juntaron más de 2.000 personas. Con ellos íbamos 72 periodistas. Para entrar en Macedonia hay una frontera física, oficial; y nosotros pasamos por una carretera de montaña. Nos detuvieron, pero los periodistas internacionales sabíamos que iba a ser una sanción burocrática: quedó en 255 euros y la prohibición de entrar en Macedonia durante seis meses. Nunca pasamos miedo, solo de que nos rompieran el material o intentaran borrar las imágenes pero no sucedió nada.
¿Entonces para qué lo hicieron?
-Nos utilizaron para desviar la atención mediática y que se hablara de nosotros cuando el verdadero drama eran las miles de personas que habían cruzado un río congelado para entrar en el país. Muchos fueron detenidos y golpeados y todos devueltos inmediatamente a Idomeni a pie, de noche, sin nadie para contarlo. Familias enteras caminando de regreso con la cabeza gacha. Hay que admitir que los macedonios tuvieron éxito porque se habló más de los periodistas, que volvimos en coche a nuestros hoteles. Para la prensa sólo fue un trámite.
¿Está bajando la cobertura informativa de este problema?
-Vivimos una dictadura del breaking news. Algo es noticia durante un par de días y después se desvanece, pero puede resurgir. No hay un seguimiento continuado, es una especie de consumo de noticias de usar y tirar. En el caso de los refugiados ha habido muchos picos. Yo creo que se le ha prestado mucha atención si se compara con otras crisis humanitarias como la del ébola.
En el peor de los escenarios, ¿estos campos pueden durar años?
-Estamos poniendo parches temporales desde 2011. Con la decisión de crear en Turquía un Estado-tapón, como ya se hizo en Marruecos; es probable que todo siga igual hasta que vuelva a explotar. Ni Merkel, que el año pasado tomó una decisión valiente al abrir las puertas y recibir a más de un millón de personas, está dispuesta a hacer más porque tiene a sus socios bávaros muy enfadados y solo el 47% de la población aprueba su política migratoria. Yo no veo a ningún líder europeo con poder y valentía para hacer frente a esta crisis.
Si mientras hay prensa pasa todo esto, ¿qué sucederá si se marcha?
-Esto se va a seguir contando porque hay que hacerlo. Cuando evacuaron Idomeni y los refugiados fueron trasladados a los campamentos oficiales del Gobierno de Tsipras, esas personas nos pidieron que no las olvidáramos. Sabían que aunque en Idomeni estaban en condiciones pésimas, allí había periodistas, activistas internacionales, observadores, ciudadanos que iban a ayudar... pero a los campamentos cerrados no tenemos acceso y su mayor miedo era caer en el olvido. Y es lo que está pasando poco a poco... Igual que en Turquía, nadie sabe cómo les están tratando, cómo es su día a día.
¿Cómo se sintió ante esa petición?
-Mal, te quedas mal. He vivido situaciones muy duras, por ejemplo con el ataque contra Gaza en 2014; pero nada me ha afectado tanto como esta crisis y mi experiencia en Idomeni. Al final se tiene un trato diario con ellos, pero los sentimientos los tienes que dejar para cuando regresas por la noche al hotel. Mientras estás trabajando, no te puedes permitir llorar. Hay que marcar la distancia y creo que es una señal de respeto hacia ellos porque es falso que los periodistas nos ponemos en su piel. Nosotros estamos allí, pero después volvemos a nuestras casas y ellos siguen con sus calamidades.
Entre las fotos de Aylan muerto en la playa y de Omran, ‘el niño de la ambulancia’, ha pasado un año. ¿El periodismo es inútil?
-Los símbolos te abren los ojos un momento mientras estás en la playa en agosto. No digo que la gente no sienta nada, que no le remuevan la conciencia; pero después no se materializa. Hay un enfado colectivo que no se sabe cómo canalizar. Se han creado muchos movimientos bonitos, pero los ciudadanos están frustrados. Es como si la forma de protestar hubiera cambiado, como si con poner la foto en Facebook o Twitter ya cubriéramos nuestro cupo de indignación. Y seguimos a lo nuestro. ¿Nos recuerdan que en Alepo siguen en guerra? Sí. “Pues qué mal”. Y ya está.
¿Qué se puede hacer?
-Tendría que haber una presión ciudadana que no sé cómo podría materializarse para, por lo menos, completar la política de reubicación que está bloqueada. Han dejado a Grecia sola. Como mínimo hay que cumplir aquello a lo que Bruselas se comprometió.
¿Qué país es el que peor se ha portado con los refugiados?
-Hungría me ha parecido muy hostil, tanto las instituciones como la población. Algunos refugiados logran entrar con traficantes, en condiciones pésimas, y son detenidos, golpeados y expulsados. Me crea estupor que los últimos países que entraron en la UE sean así, lo hicieron por razones económicas; no creen en la Europa de los valores, sólo en la unión económica, no en la humanista. Lo han dejado claro y no lo esconden.