Si habitualmente es aconsejable apagar la tele cuando uno está en casa para mirar por la ventana, coger un libro, pensar un rato en Babia e incluso, fíjate, para conversar con quien tengas al lado. Cosas sencillas que muchas veces no se consiguen por el ruido de la televisión en nuestras vidas. Unas veces es con motivo de pasar la mañana, otras para ver la mayor de las catástrofes del día que recojan los informativos, también para no perder el hilo del culebrón de la tarde y para cotillear en el reality de la noche. Algo así es el resumen medio de los espectadores de televisión. Aunque habría que decir espectadoras ya que son las mujeres quienes más tiempo pasan delante de lo que un día se llamó caja tonta y que hoy ya es una superficie tan plana que podría formar parte de la pared como un cuadro. El otro día leí unos datos que hablaban de que el 38% de los espectadores de la televisión convencional son mujeres de más de 65 años (eso quitando internet y todos esos instrumentos como la tablet o los teléfonos móviles). El dato es aterrador ya que ver la tele en muchas ocasiones es sinónimo de encierro, aislamiento o pura imposibilidad de movimientos de quien ve la tele por la simple razón de que no puede moverse de donde está. Y es aquí donde la manera de hacer la televisión sí que importa. Contamos con cadenas que apuestan a ganador fiando su éxito a los llamados realities y a los debates que surgen en torno a ellos. Es una fórmula que no falla y que más que aburrir a los espectadores, cada temporada se va perfeccionando. Hace un tiempo uno podía pensar que estos programas acabarían aburriendo. Ahora las dudas de que esto pase son muchas. En nuestra televisión es muy alta la especialización de esta fórmula dirigida a un público muy determinado. Así que aquí lo dejo. Apago un rato esta ventana a ver si dentro de un par de meses algo ha cambiado y lo hablamos.