Cincuenta y dos años y cinco generaciones después, Ford se ha decidido a lanzar el Mustang al mercado europeo. Al singular icono bautizado con nombre de caballo de los ‘pelirrojas’ se le ha pasado un poco el arroz y quizá ya no sea el referente obligatorio de antaño para los bólidos de altas prestaciones. No hay duda, sin embargo, de que el purasangre americano mantiene buen parte de su carisma. También una lealtad absoluta a sus principios, lo que hace de él uno de los deportivos más genuinos del mercado; y de la historia. Se ofrece en formatos cupé ‘Fastback’ y Convertible, con mecánicas a gasolina de 317 y 421 CV. Está disponible a partir de 39.500 euros, precio muy inferior al del resto de propuestas con hechura y caballería semejantes.

El Mustang envuelve su configuración clásica -propulsión y potentes motores de gasolina a proa- en un diseño contemporáneo, aunque coherente con el estilo de la estirpe. Su procedencia explica su notable envergadura: ambas carrocerías coinciden en los 4,78 metros de eslora, en el 1,92 de manga y en los 2,72 de batalla; la capota eléctrica del cabrio alza su techo hasta 1,39 metros, un centímetro más de lo que alcanza el envase cerrado. La silueta de éste deja claro que su catalogación como vehículo de cuatro plazas es un eufemismo, ya que las plazas traseras no dan demasiado de sí. Los aprovechables 408 litros del portaequipajes se quedan en 332 en el más vistoso que práctico envase abierto.

Ford pertrecha al modelo con generosidad pero sin florituras. Abundan los recursos técnicos y funcionales destinados a conferir máxima precisión a sus movimientos, no tanto las exquisiteces ornamentales. Conviene recordar que es, más bien, una pieza de ingeniería destinada a pilotos vocacionales, de ahí su temperamento levemente rudo y su porte pendenciero. No compite, ni lo pretende, con las más sofisticadas y costosas creaciones Premium de similar rendimiento. En el Mustang, el único atisbo de esta naturaleza se da en la carretera, escenario en el que se distingue marcando diferencias con sus rivales. Sobre todo si en la ecuación se valora el inferior desembolso económico que exige.

El capó delantero del modelo puede alojar dos mecánicas de gasolina completamente diferentes, tanto por enfoque como por origen. El constructor norteamericano lo dota para su estreno en el viejo continente con un moderno motor de cuatro cilindros y 2,3 litros perteneciente a la serie EcoBoost. Esta unidad, dotada de distribución variable y sobrealimentación, remite a las ruedas traseras una potencia de 317 CV y aporta 432 Nm de par; dicha energía permite circular a 233 km/h de punta y progresar de 0 a 100 en 5,8 segundos. Asociado a caja manual de seis marchas, este propulsor engulle un mínimo de 8 litros a los cien (emite al menos 179 g/km de CO2), volumen que aumenta a 9,8 cuando se opta por transmisión automática.

La otra interpretación, dirigida a personas de sangre caliente y bolsillo holgado, instala un V8 de 5.0 litros más acorde al linaje Mustang. Produce una sinfonía de metales que impulsa el coche hasta 100 km/h en 4,8 segundos y que puede alcanzar los 250 de punta. En condiciones idóneas, asociado a la caja manual se conforma con 13,5 litros y expele 299 g/km de dióxido de carbono; la transmisión automática atenúa algo esos registros (12 l. y 281 g/km).

Ford pone a la venta un Mustang perfectamente equipado para desempeñar el papel de deportivo de elevadas prestaciones para el que fue concebido. Disfrutar de él requiere apoquinar un mínimo de 39.500 euros en la variante de 317 CV y de 46.500 en la de 421; a esas cantidades hay que agregar tres mil euros más si se prefiere caja automática y otros cuatro mil extras por la carrocería Convertible.