BILBAO. Proliferan los pretendientes al trono, pero el Golf sigue siendo el rey. A pesar de los años, o quizá debido precisamente a ellos (la veteranía siempre es un grado), el polivalente alemán mantiene su condición de valor seguro. Es, de paso, el principal referente de una concurrencia cada vez más nutrida y competente. Eso prueba que Volkswagen atinó con la tecla precisa hace cuarenta años, justo los que lleva reinterpretando la misma partitura. El Golf quizá no sea el mejor en nada, pero al final es el mejor de todos.
Con dinero y sin dinero, VW hace siempre lo que quiere y su palabra es la ley. Al menos la que, a ritmo de ranchera, impera en el mercado de los automóviles medios, donde lleva impartiendo doctrina desde 1974 con las siete generaciones del Golf. Todos y cada uno de los principales constructores del mundo han intentado cuajar la misma receta y sacar a la calle una respuesta que contrarreste los efectos de este mítico coche. Desde su nacimiento ha visto brotar réplicas, algunas más afortunadas que otras y con distinta aceptación por el parte del público. Pero hasta los fabricantes que han acertado con sus proyectos, llegando incluso a superar puntualmente las ventas del VW, anhelan el prestigio del popular y longevo modelo. Hoy convive con rivales que venden más, si bien ninguno supera los treinta millones de clientes de un Golf siempre en el candelero.
El alemán sigue siendo ese automóvil al que aspira una parte importante de la clientela, incluso quienes luego se conforman con conducir un sucedáneo. Es también el paradigma del compacto multiusos. Ese pozo asambleario de sabiduría que es Wikipedia lo define describiendo uno de sus principales éxitos: "Logró en el decenio de los ochenta que los clientes europeos aceptaran a los compactos como vehículos para la familia". La enciclopedia virtual no menciona otra de sus grandes méritos: promover el gran salto cualitativo que han experimentado los automóviles de clase media. A rebufo del Golf, sus discípulos, contrincantes e imitadores, se han enfrascado históricamente en una competencia tan intensa que los ha hecho progresar y ponerse a la vanguardia del diseño y la tecnología.
El escaparate actual presenta una legión de productos con los mismos ingredientes, cuando no directamente inspirados por el Golf. Algunos brillan más en determinadas facetas -los hay más seductores, más rápidos, más austeros, más baratos?-, pero ninguno supera la nota media del Volkswagen. Son productos de líneas recogidas y similares proporciones; necesitan cuatro metros y un palmo para aparcar. Casi todos proponen en sus repertorios variantes de tres y de cinco puertas, aunque ya comienzan a ser habituales otras ejecuciones formales del proyecto original (familiar, monovolumen, descapotable o crossover), a veces con diferente denominación.
En el caso del Volkswagen, siete generaciones han dado mucho de sí. La creación de Giugiaro ha ido evolucionando y aumentando la familia poco a poco. En los últimos tiempos los coches han crecido notablemente y el Golf no es una excepción; el primer ejemplar medía 3,7 metros de largo, mientras que el contemporáneo ocupa 4,25. Su transformación formal es, por tanto, considerable, aunque las líneas maestras del primer diseño aún aparecen latentes en el envase moderno. Mucho más intensa es su progresión tecnológica. Discurre siguiendo la doble línea continua de que trazan la seguridad y la eficiencia. En el transcurso de las siete ediciones los motores del Golf -en realidad los de todos los automóviles del mercado- han prosperado de forma espectacular al aumentar su rendimiento casi tanto como descendían su consumo y su impacto medioambiental. La asignatura que ahora ha de superar el constructor germano es aplicar al modelo los beneficios de la propulsión eléctrica.