¿La sección 'Bebés robados' se emitirá todos los lunes?
En principio sí, pero si hay algún elemento informativo que lo demande cambiará a otro día. Hemos empezado con bebés robados porque había casos muy potentes, pero no está descartado abordar otras historias de desapariciones.
¿Por qué ha elegido este tema?
En todas estas historias de búsqueda biológica hay muchos elementos comunes y yo tengo un background desde que hacía Quién sabe dónde. Las primeras búsquedas biológicas arrancaron allí de manera pública. El movimiento de padres que buscan hijos y de hijos que buscan padres empezó en Quién sabe dónde. De hecho nació un colectivo que se llamaba Asociación Nacional del Derecho a Saber (ANDAS).
¿Le sorprende el auge que han tomado estas investigaciones?
Es algo formidable. Las redes sociales han multiplicado el trabajo silencioso y lleno de dificultades de asociaciones que se han ido enfrentando en solitario a todas las barreras imaginables. La Administración siempre fue muy hermética... ¡y no te digo ya las asociaciones religiosas que tuvieron algún tipo de implicación! Han ido abriendo brecha como podían, pero con la intercomunicación de las redes sociales se han convertido en un movimiento muy potente.
¿Han logrado avances concretos?
Sí, bastantes. Ha sido una demostración de asociación horizontal de gente con un problema común. El sociólogo francés Maffesoli lo llamaba la hipótesis de la centralidad subterránea: cuando las personas necesitan resolver un problema y no pueden hacerlo por las vías conocidas, por la superficie de la estructura social, buscan otra manera. Es fantástico que se haya producido esa suma que ha terminado siendo una gran multiplicación de energía y ha conseguido que el Estado tenga que reaccionar. El 22 de mayo los ministros de Interior, Justicia y Sanidad y el fiscal general recibieron a las asociaciones de afectados y nombraron una fiscal especial para los casos de niños robados. Además, el Estado se ha comprometido a crear una base de datos y a que los análisis de ADN para verificar las identidades cuenten con el Instituto de Toxicología y no tengan que sufragarlos las familias.
¿Los delitos no han prescrito?
Incluso en el aspecto puramente jurídico, esto está siendo cuestionado seriamente. El propio Gallardón recordó que el derecho a conocer el propio origen está en la Constitución, y es que es así. Ese derecho no se puede denegar en nombre de la prescripción de tal o cual delito. Además, siempre hay alguno que no ha prescrito, por ejemplo el de la suplantación de identidad, que es bastante común. Cuando se verifica que no son casos aislados, sino que son miles -ahora mismo en torno a 3.000-, entonces es un hecho socialmente muy relevante.
¿En qué situación se encuentran?
Una parte importante de los 3.000 casos están bien encaminados. Hay 1.500 que ya están en manos de las fiscalías, que son las que tienen que pelear para que no se archiven y prevalezca la investigación.
¿Qué hechos están probados?
Hasta 1986 no hay una primera ley para el control de los neonatos y por tanto una identificación inapelable. Hasta entonces había unas prácticas tremendas porque existía una fuerte demanda de adopciones y no estaba el sistema organizado. Existía un reducto con elementos de ideología nacionalcatólica que consideraban que una madre soltera era una pecadora y su hijo podía ser transferido a una familia bien constituida que le diera un futuro como Dios manda. Ese es el trasunto ideológico de buena parte de los casos. Es una barbarie ideológica perpetrada al amparo de un vacío legal. Pero esto es solo una parte, además hay un componente de interés económico descarado. Y a veces están las dos cosas mezcladas.
¿Depende de la época?
Hay una primera parte, que se corresponde con la postguerra más dura, en la que familias de bien, por ejemplo de militares, lo tenían muy fácil. Las víctimas eran personas que habían pertenecido al bando republicano, incluso de manera muy colateral. Esto en la investigación de los crímenes del franquismo del juez Garzón estaba contemplado y empezaba a estar cuantificado, pero ha quedado interrumpido. Pero esa es una parte. En los 60, 70 e incluso 80, ya no es así. En esa dinámica en la que hay familias que piden adoptar y sobre todo madres solteras, hay intermediarios que conectan ambas situaciones y sacan provecho.
¿Está recibiendo ahora muchas peticiones de ayuda?
De momento no es abrumador, pero es bastante notable. Yo dije desde el principio que para mí no son casos, son causas. Es una causa lo que me motiva como periodista y también como ciudadano. Profesionalmente, Canal Sur me pidió que hiciéramos unos especiales de niños robados. Hicimos tres en prime time y seis más en late night. Yo estoy siempre disponible para eso porque ahí hay historias que son parte de nuestra Historia con mayúscula.
¿Saber la verdad, aunque sea mala, ayuda?
Sí, estoy convencido. El derecho a la información es el principal. Incluso si la verdad final es la más dura que se pueda esperar, es mejor que la incertidumbre. A mí lo primero que me impactó en el tema de los desaparecidos fue que el mayor sufrimiento por no saber qué había sido de un ser querido era la incertidumbre, no tener claves del por qué, dónde y cómo. Una madre me dijo las palabras definitivas: "Si al menos supiera dónde llevarle flores..." Esa frase me dio la clave.