De Ágreda, coronel del Ejército del Aire, se adentró en 2014 en el mundo de la tecnología como coordinador en el Mando Conjunto de Ciberdefensa y desde entonces ha indagado en los límites de la privacidad versus seguridad, la desinformación, el control social de la tecnología y el posible fin del trabajo como lo entendemos hoy. En 2019 plasmó sus reflexiones en el ensayo Mundo Orwell. Manual de supervivencia para un mundo hiperconectado, que ya va por su tercera edición, y ahora se muestra especialmente preocupado por la cesión de privacidad y el destino de nuestros datos sanitarios, más valiosos, dice, que los bancarios.

Empecemos por lo positivo, ¿qué puede aportar la tecnología en época de pandemia?

Nos da ventajas en todos los campos, desde el más próximo de poder estar comunicados hasta el más práctico desde el punto de vista de la medicina. La tecnología está permitiendo dispositivos que nos ayudan a controlar los desplazamientos de la población y de la pandemia. Tenemos muchísimos más datos sobre los que trabajar. El problema es que el virus está siguiendo una progresión exponencial y, por muy rápido que avancemos, siempre vamos un poco por detrás. Aún así, estamos en muchas mejores condiciones que en otros momentos de la historia para afrontar este tipo de retos.

Entonces, ¿gracias a ella vamos a salir antes?

No solo vamos a salir antes, sino que vamos a salir con muchísimas menos bajas y preparados para evitar rebrotes o minimizarlos. Lo haremos entendiendo mucho mejor las pandemias y cabe esperar que elaborando una serie de protocolos para reaccionar ante futuros riesgos similares. Habrá retos que tendremos que gestionar de una manera global, como por ejemplo el del cambio climático, que afecta a toda la humanidad y tenemos que afrontarlo todos juntos.

"El teletrabajo está propiciando que se usen medios tecnológicos que no están preparados a nivel de seguridad".

¿Qué hay del lado oscuro, de la ciberdelincuencia y la desinformación?

Desde prácticamente el principio se está haciendo un mal uso de la tecnología. Está habiendo ataques informáticos a hospitales y ayuntamientos, intentando sacar partido de aquellas estructuras que son más críticas en este momento y que no puedes dejar caer. Han crecido muchísimo los ataques y la delincuencia en internet aprovechando que hay muchísima más gente conectada. También ha crecido mucho la difusión de bulos, la desinformación, la manipulación... Eso está radicalizando el discurso y las posturas de la gente en casa, porque estamos muy condicionados por una visión parcial que nos da un círculo de amigos dentro de un grupo de WhatsApp.

"No deberíamos acostumbrarnos a cierta vigilancia"

Y el ciberespionaje, ¿ha aumentado?

Ha crecido sobre todo en la utilización de plataformas para videoconferencias, para celebrar consejos de administración y reuniones. El teletrabajo está propiciando que se usen medios tecnológicos que no están preparados a nivel de seguridad, como alguien que se ha comprado un ordenador ayer, ni siquiera le ha puesto el antivirus y se está conectando con su jefe y trasladándole documentación por canales que no son tan seguros como los de la empresa. Se ha abierto una ventana de oportunidad que están usando los espías de tipo industrial y económico, y evidentemente también a nivel estatal.

Controles de la población con apps

Un grave problema es la utilización de la tecnología para hacer el seguimiento de la difusión de la enfermedad utilizando los datos que proporcionamos los mismos ciudadanos, lo que podría ser una puerta de entrada a la invasión de nuestra privacidad. Lo que más me preocupa no es el uso que se haga ahora de nuestros datos, sino que nos acostumbremos a un determinado nivel de vigilancia. Que una situación excepcional dé lugar a legislación y costumbres que se van manteniendo en el tiempo y que condicionan nuestra libertad y privacidad.

¿Se puede revertir el proceso?

Lo primero que tiene que haber es la voluntad de regularlo muy estrictamente. Habría sido mejor hacerlo antes de la crisis, porque ahora legislar en caliente va a ser mucho más complicado, ya que estamos muy condicionados por el miedo y el dolor. Tenemos que ser conscientes, como ciudadanos, del valor de nuestros datos y de nuestra privacidad. Y desde instancias gubernamentales se tiene que poner coto a su utilización. O la limitas en el tiempo, es decir, que los datos serán borrados de todos los registros, cosa que es muy difícil de controlar, o se condiciona geográficamente: juntamos los datos por municipios pero no transcienden más allá. La epidemia pasará y lo que no podemos permitir es que esas condiciones de estado de guerra, de estado de sitio, que han dado lugar a esa legislación, se mantengan.

¿La pandemia servirá para amplificar el Gran Hermano digital?

Para que se acelere su llegada. El problema es que ahora estamos aceptando muchas cosas que hace tres meses nos habrían parecido impensables. La situación de aislamiento y de miedo a la pandemia nos hace relajar otras actitudes.

"Tenemos que ser conscientes, como ciudadanos, del valor de nuestros datos y de nuestra privacidad".

¿Dónde podrían acabar esos datos?

Lo que están haciendo los estados es recopilar datos que les proporcionan empresas privadas, que dan en principio de forma anónima, aunque el anonimato en el ciberespacio es casi imposible de garantizar. Pero las empresas siguen teniéndolos y tienen un valor creciente. Los datos de salud, antes de la pandemia, eran ya de los más cotizados por los hackers, al mismo nivel o incluso más que los financieros. Estas empresas buscan un beneficio y no solo van a usarlos para condicionar nuestra forma de ver el mundo, sino que al mismo tiempo los están vendiendo. Ahora nos están avisando de que estamos potencialmente infectados porque estamos en contacto con una persona, pero más adelante, si tienes sobrepeso, pueden provocar que las aseguradoras empiecen a cobrarte más caro el seguro. Al final, acabamos cada vez más controlados por el interés común en detrimento de nuestra libertad.

¿Y eso lo deben regular las naciones o la Unión Europea?

La UE tendría que tener un papel fundamental, porque los valores europeos son el mayor capital que tenemos. No estamos en la competición tecnológica que hay entre Rusia y China, pero seguimos manteniendo unos valores, unos derechos y libertades que son distintos del resto del mundo. La UE tiene que imponer unos estándares y una tecnología propia que permita poner en marcha esos valores.

El teletrabajo, ¿ha llegado para quedarse?

Creo que va a cambiar la estructura de las empresas, que va a ser más colaborativa al tener que trabajar en red. Vamos a acostumbrarnos a otro tipo de jerarquías y posiblemente va a cambiar dónde vivimos. Las ciudades seguirán siendo el centro desde el que se potenciará la innovación y el emprendimiento, pero la gente no va a tener que estar necesariamente en la ciudades. En España tenemos la mayor red de fibra óptica de toda Europa y la mayor red de trenes de alta velocidad. Tenemos la mejor conectividad física y tecnológica, la estructura más preparada para poder rellenar esa España vaciada. Podemos cambiar absolutamente toda nuestra forma de trabajar.

¿Como visualiza la sociedad que saldrá de todo esto?

Tenemos un potencial tremendo para acabar con una sociedad mucho mejor, con menos desigualdades, en la que trabajando menos consigamos más cosas, que se responsabilice mucho más de sus propios datos, pero eso dependerá de cómo enfoquemos la salida. Por eso me parece importante pensar ahora qué vamos a hacer cuando terminemos. Si dejamos que todo esto se dirija hacia una mayor competición para ver quién desarrolla los recursos, las empresas habrán salido ganando y la sociedad perdiendo. Pero si lo que hacemos es desarrollar una sociedad que utilice la tecnología para convertirnos en mejor humanidad, entonces el potencial es casi infinito.