Hay una leyenda que asegura que Ischia nació cuando Zeus arrojó pesadas rocas sobre Cyclope al caer en el intento de asaltar el Olimpo. Tifeo, el líder de la revuelta, se refugió en el golfo de Nápoles llorando amargamente la derrota, pero Venus se apiadó de él y le prometió larga vida si cuidaba su cuerpo en fuentes cálidas y curativas. No tiene nada de extraño que esta pequeña isla recurra a la mitología y a viejas creencias para justificar su existencia, porque han sido muchas las civilizaciones que han pisado su oscuro suelo de lava vesubiana, la misma que sepultó a Pompeya y Herculano.

La naturaleza ha sido generosa con este peñasco de 56.000 metros cuadrados. Su situación estratégica fue aprovechada por fenicios, griegos, romanos y bizantinos para controlar el tráfico comercial de uno de los puntos clave del Mediterráneo.

Dicen los lugareños que no se conoce Ischia sin haber subido al castillo, bastión que a lo largo de la Historia ha servido para que Nápoles durmiera tranquila al saberse protegida desde este punto. Fue construido sobre las ruinas de otro levantado cuatro siglos antes de nuestra era por uno de los personajes más abyectos de la Historia, Hierón I de Siracusa. Este tirano, terror de las islas italianas, se las daba de intelectual y gustaba de la compañía de célebres dramaturgos como Esquilo, autor de Agamenón, o el poeta Píndaro, el de las famosas Píticas y Olímpicas.

La imponente estructura del Castillo Aragonés. Cedida

El castillo actual fue levantado en 1441 por Alfonso de Aragón cuando recibió la isla como regalo en uno de esos convenios políticos tan propios de la Edad Media. Había que defenderse y, por las ruinas que se pueden ver, la fortaleza, además de inexpugnable, cumplía su misión con amplitud de miras. Sus ocupantes llegaron a autoabastecerse, lo que da una idea de las dimensiones de un recinto que rezuma historia en cada una de las piedras de su abandonada catedral y del sinfín de pasadizos del subsuelo.

El macizo que sustenta la fortaleza es en realidad un islote que se ha unido a Ischia por medio de un pasadizo de piedra donde se recuerda al personal que está pisando terreno privado y que hay que pasar por taquilla si se quiere acceder a la cima para poder ver las interesantes ruinas y asomarse a sus zonas abalconadas desde donde se disfruta de las mejores vistas del Mediterráneo.

 Aquí vivió y se casó a los 17 años la notable poetisa Victoria Colonna con el noble napolitano Francesco Fernando de Ávalos, formando una pareja destacada en el mundo del Renacimiento italiano. Victoria tuvo una estrecha relación artística con el pintor Miguel Ángel.

Una isla muy familiar

El aspecto de la ciudad que se ve desde las murallas contempla la extraña amalgama que produce la fusión de los lugareños, mayormente descendientes de los bravos pescadores, con los turistas llegados de todos los rincones del mundo. Tal vez, con un poco de suerte, se pueden encontrar aún supervivientes auténticos del viejo Ischia que no hayan transformado sus viviendas en lugares de reposo ocasional para el extranjero y los bajos en tabernas de forzado estilo típico.

Ischia tiene una población que no llega a los 60.000 habitantes. Se conocen todos, de Casamicciola al Norte a Barano d’Ischia al Sur y de Ischia Porto al Este a Forio al Oeste. Muchos están emparentados. La vida se les complica en las temporadas fuertes del turismo, cuando su pequeño territorio da cobijo a unos seis millones de personas.  

La capital de Ischia desde la cima del Castillo Aragonés. Cedida

Las tabernas próximas al puerto viejo se detectan por el olor a pescadito a la parrilla que preparan en el exterior para el turista, mientras en la cocina se hornean auténticas pizzas napolitanas que no tienen nada que ver con las que compramos en el supermercado. Mientras el menú queda listo, nada mejor que un vasito de grappa para entonar el cuerpo. Este tradicional aguardiente de uva tiene como serios competidores a los exquisitos vinos blancos que se obtienen en las laderas del Vesubio. “No todo va a ser malo en ese volcán”, me dice riendo un viejo lobo de mar mientras me da a probar un sorbete de Lacrima Christi.  

El nombre de este caldo napolitano podría inducir a error, cuando en realidad, fundada por cierto, se trata de un alegra corazones. “Cuando Satanás fue arrojado por Dios, robó un trozo de cielo para mantener un terrenito en la bahía de Nápoles. Dicen que el Sumo Hacedor lloró cuando se enteró de semejante faena y algunas de sus lágrimas cayeron sobre este suelo que empezó a producir este vino”. Como me lo cuentan se lo transmito para que se den cuenta de que aquí hay leyenda para todo. 

Imagen del Cristo de la leyenda.

Imagen del Cristo de la leyenda. Cedida

CHIESA DEL SOCCORRO

En Ischia existe una leyenda –otra más– en torno a la iglesia de la Virgen del Socorro de Fioro. El Cristo que se venera en su interior, al parecer, fue encontrado flotando en el mar por unos marineros que lo recogieron en su barco. Cuando regresaban a la isla les pilló una fortísima tempestad que les hizo pensar en un inmediato naufragio.

Viendo cercana su muerte, los miembros de la tripulación se encomendaron al Cristo que acababan de pescar. Cuando alcanzaron la costa atribuyeron su salvación a las plegarias que hicieron a bordo y levantaron en su honor el templo donde ahora se le venera.

Termas milagrosas

Virgilio, el gran poeta italiano cuyos pasos siguió Dante para hacer su Divina Comedia, ya se fijó en la belleza y propiedades de la isla, a la que llamó Inarime y Arime, hasta que el papa León III, en la comunicación de su elección que envió a Carlomagno, citó por primera vez la palabra Ishia. A partir de entonces, su fama se extendió por todo el continente recuperándose la vieja tradición: sus aguas termales que, según dicen, curan algunas enfermedades.

Estos manantiales volcánicos ya fueron utilizados por los primitivos griegos y más tarde por los nobles romanos. Además de su función de limpieza, las termas tenían un claro carácter de lugar de recreo, una especie de club social con jardines, gimnasio e, incluso, biblioteca. Era el lugar ideal para relacionarse y hasta para conspirar.

Puerto viejo de Ischia. Cedida

Arreglando 'bodys’

En el siglo XVI, Giulio Iasolino analizó los efectos que estas burbujeantes aguas sulfurosas ejercían sobre el cuerpo humano y lo constató en el primer tratado de hidrología médica que se ha escrito y que aún está en vigor. La sociedad europea descubrió así que no sólo se aliviaba el asma, sino que la terma producía también acciones analgésicas, relajantes y vasodilatadoras. Añadan a estas propiedades el efecto de la brisa del mar sobre la piel y que el lugar era maravilloso.

El nombre del científico corrió de boca en boca. Había nacido el turismo del spa al que, con el tiempo, se le han encontrado nuevos atractivos.

¿Quién puede resistirse a semejante tentación? Ischia se puso de moda y aquel rincón de pescadores empezó a darse cuenta de que, bajo la lava del Vesubio que tantos problemas presentaba en el cultivo de los campos, había manantiales que las gentes del continente estaban dispuestas a probar en sus cuerpos.

Ruinas de un templo cristiano. Cedida

Forio, ventana al Mediterráneo

Una de las mejores atalayas que tiene el Mediterráneo es Forio, en la parte occidental de la isla. El pueblo, que no pasa de los 17.000 vecinos, hace gala de estar bañado por las aguas más cristalinas que imaginarse pueda. Las playas son de arena volcánica, un poco pedregosa, pero lo más curioso es que algunas son particulares y tienes que pagar no sólo por las hamacas, sino también por la entrada. 

Punto fundamental de Forio es la iglesia de la Virgen del Santo Socorro, situada en una atractiva entrada al mar. Dentro de su sencillez, o tal vez como consecuencia de la misma, es uno de los templos más bonitos de Italia. Lo suelen visitar muchos turistas por eso de que, en su momento, lo visitó el Papa anterior dejando su impronta.

Pero quien realmente lo catapultó a la fama en todo el mundo fue el cineasta Billy Wilder con su película ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre?, protagonizada por Jack Lemmon, que se rodó en este lugar. Todo el mundo quiso conocer el escenario donde ocurrían los momentos más divertidos de aquella comedia. Sucedió un fenómeno turístico semejante al de nuestro San Juan de Gaztelugatxe, redescubierto por una serie de televisión.

El ambiente que se respira en Forio es distinto al de Ischia Porto por el toque rural que posee y que se agradece frente al elitismo de otras localidades. Huelga decir que la vida nocturna es semejante, pero se agradece durante el día poder conversar con los lugareños, cambiar impresiones, comentar problemas comunes… Y hablar de gastronomía que aquí, como en cualquier punto del Mediterráneo la buena mesa gira en torno al aceite, las aceitunas y los platos típicos.