El Emmanuel Macron que este domingo ha conseguido, si se cumplen las primeras estimaciones, su segundo mandato como presidente francéssegundo mandato como presidente francés es muy diferente del que en 2017 sedujo al país como un candidato casi llegado de fuera de la política para instalarse en el Elíseo.
El que entonces era el hombre más joven (no ha habido mujeres presidentas) en llegar a la jefatura del Estado en 2017 con 39 años, ha perdido buena parte de su capital político en su accidentado mandato de cinco años en el Elíseo.
Una grave crisis doméstica (las protestas de los "chalecos amarillos") y otras dos de alcance mundial (la pandemia de coronavirus y la guerra de Ucrania) han pesado mucho en un mandato en el que las controversias no han cesado.
Muy lejos parece haber quedado el político de aspecto juvenil y atractivo, que sedujo a los franceses y pasó de ser casi un desconocido a ocupar la Jefatura del Estado.
Si entonces Macron prometió una "revolución" con transformaciones muy ambiciosas, ahora se contenta con continuar el rumbo emprendido, con reformas como la de las pensiones y unos objetivos, y un tono, mucho más moderados.
Experiencia frente a la crisis
Su empaque actual es el de un tecnócrata experimentado que propone seguir pilotando el país con mano segura, muy diferente del recién llegado sin partido que conquistó los cielos políticos en 2017.
"Habrá más crisis" y cuando lleguen los franceses "ya tendrán una cierta idea de la forma en que voy a actuar", afirmó Macron en la presentación de su programa, un compendio más técnico que audaz de propuestas.
Fiel a su objetivo de abrir una tercera vía entre conservadores y socialistas, ha combinado medidas de derecha (como la supresión del impuesto sobre la fortuna o la promesa de subir la edad de jubilación) con otras de izquierda (como abundantes subsidios para las capas más sensibles a las alzas de precios de la energía o de los productos básicos).
Pero su medida más destacable fue, posiblemente, la estrategia del "cueste lo que cueste" por la que el Estado inyectó enormes cantidades de dinero para sostener las empresas obligadas a cerrar durante los confinamientos sanitarios de 2020/21 y pagar los salarios de quienes no podían trabajar.
Defensor de la lucha contra el cambio climático y de Ucrania tras la invasión, Emmanuel Macron ha ejercido un importante liderazgo tanto en la Unión Europea (UE) como a nivel global, en busca de mantener la destacada posición mundial de Francia.
En la UE ha sido el complemento de Angela Merkel en el eje francoalemán y, tras la marcha de esta, ha asumido un papel protagonista aprovechando la bisoñez exterior del nuevo canciller alemán, Olaf Scholz.
Hijo de médicos nacido en Amiens (norte) aunque con raíces en el sur, Macron reconoce su predilección por los Pirineos, ya que su abuela materna era de una localidad cercana a la comunidad española de Aragón.
Se formó, como tantos otros dirigentes franceses, en la Escuela Nacional de Administración (ENA), un auténtico vivero de la clase gobernante francesa, una institución tan alabada por su calidad como denostada por el supuesto elitismo de sus egresados.
Tras debutar en la Administración como inspector fiscal, pasó en 2008 a la banca de negocios Rothschild, de la que dos años después ya era socio.
De allí volvió al sector público, pero en un nivel muy superior. Primero fue secretario general adjunto del Elíseo y luego ministro de Economía (2014) con el presidente socialista François Hollande, cargo que dejó dos años después para lanzar su asalto a la Presidencia.
Creó un partido a su medida (La República en Marcha, LREM) para ganar el poder Legislativo y logró la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Pero la formación, carente de implantación territorial, no controla el Senado.
Confrontado en una reciente entrevista con una fotografía de cuando llegó al Elíseo, Macron, con sienes clareadas por las canas que han dejado atrás al hombre que cautivó a Francia en 2017, reconoció con voz melancólica: "Me temo que he cambiado y envejecido un poco. Soy consciente".