a crisis provocada por la epidemia de la covid-19 nos sitúa a todos ante un nuevo paradigma que obliga a reformular el mundo y la manera en que en él vivimos los humanos. Para la Unión Europea supone una prueba de esfuerzo como nunca habíamos vivido. Pone en cuestión la propia existencia del proyecto de construcción común y cuáles deben ser sus prioridades para dar respuesta a las necesidades de sus ciudadanos en la salida de la crisis. Un enfoque y una estrategia europea que debe ser capaz de conjugar el idealismo que da sentido conceptual al espacio democrático y de libertades que configuramos, con el pragmatismo en la toma de decisiones. Debemos ser idealistas a la par que útiles en las políticas europeas. Un proceso que además no puede demorarse, por lo que tendremos que cambiar la gobernanza para favorecer un mayor ritmo, tanto en la elaboración de políticas como en su ejecución.

La primera reflexión que deberíamos hacer es cuáles son los nuevos parámetros de valor en que se va a mover el nuevo mundo poscrisis. Podemos coincidir en que si ha habido dos ámbitos de actividad que se han situado a raíz de la pandemia en el centro de las necesidades esos han sido la ciencia y la seguridad. Y en ellas han faltado capacidad de previsión y certezas en los escenarios probables de evolución. Por ello, la UE debe invertir mucho más en ellas, como también debemos darles la importancia que merecen supervisando y controlando mucho más sus resultados. Es evidente que, por su capacidad de simulación a través del uso del data estructurado, la inteligencia artificial debe situarse en la cúspide de la toma de decisiones. Y no de menor trascendencia, pasa a ser la garantía de abastecimiento de bienes de primera necesidad, especialmente, la alimentación, lo que obliga a una reformulación de nuestra PAC, recuperando el protagonismo del sector primario que creíamos desaparecido.

Si algo ha puesto en cuestión la covid-19 es la actual aplicación de la globalización al modelo económico lineal y especulativo actual. La Unión Europea tiene un tramo importante recorrido en el proceso de cambio de modelo de producción y consumo. Lo ha hecho como método de combate contra el cambio climático, pero ahora sirve como herramienta de trabajo para salir de la crisis de la epidemia. En el fondo, se trata de dotarnos de una forma de vida sostenible, sana y segura. La economía circular, a través de programas, legislación y ayudas, debe ser el enfoque estratégico de la nueva política económica europea. En ella cobra especial trascendencia la soberanía energética y el uso 100% de energías limpias. Fotovoltaica, eólica, mareas, biomasa… toda fuente renovable de energía va a cobrar un protagonismo absoluto, por ser más eficiente y más sostenible. Ahora sí que podemos decir que la era del petróleo y la era de Wall Street están cercanas a desaparecer.

Todo lo dicho será imposible de implementar en una agenda de prioridades de las instituciones europeas si no reformulamos el pensamiento europeo. Necesitamos una reflexión desde la filosofía, desde las ideas, que dote de discurso conceptual a las necesidades y a las soluciones. Repensar Europa es hoy repensar el mundo y esa es nuestra primera tarea. Demos a los pensadores el papel de referencia que siempre deberían haber ocupado. Y, por último, es impensable que con las actuales estructuras de toma de decisiones, la UE pueda salir al ritmo necesario de la crisis sin perecer en la lucha hegemónica que van a protagonizar por liderar el nuevo mundo Estados Unidos y China. Se impone una visión pragmática del modelo de gobernanza que pasa por asumir el proyecto de distintas velocidades o círculos concéntricos que deben sí o sí girar en torno al eje francoalemán, por su peso histórico en la construcción europea y por su realidad demográfica y de riqueza. Reconocer los distintos pesos de los miembros de la Unión no tiene por qué perjudicar la pluralidad, ni la igualdad de todos los europeos, pero no ser conscientes del papel que cada cual debe jugar en este momento decisivo puede acabar con el propio proyecto común.