los romanos decían que de los difuntos no se ha de decir nada más que cosas buenas (de mortibus, nisi bene), pero de la difunta pertenencia de Gran Bretaña a la Unión Europea sí que se puede preguntar uno ¿y si los brexistas tenían razón ?
Porque pensando con un mínimo de objetividad se ha de recordar que el Reino Unido ingresó en la Unión Europea cuando esta era aún el Mercado Común y lo hizo exclusivamente en aras de los mutuos beneficios que suponía formar parte de un enorme y rico mercado. Y ya entonces, gobernando en Londres Margaret Thatcher, a los británicos se les indigestaban las secuelas transnacionales del ingreso. Concretamente, encajaban a contrapelo unos reglamentos y valores políticos supranacionales que, en última instancia, aguaban mucho -o demasiado- la mentalidad y los hábitos británicos.
Vista así, la salida del Reino Unido de la UE es la mar de coherente. Porque la rentabilidad del libre comercio dentro de la UE ha disminuido a medida que a la Unión se ha ido ampliando con países pobres de Europa y en tanto que el mercado asiático, amén del estadounidense, prometen mejores rentabilidades tanto a corto como largo plazo. Y si esta alternativa es hoy en día discutible (la mitad escasa de los británicos no lo consideran así), lo que es evidente es que el empeño bruselense de diluir cada vez más la personalidad de las naciones miembro en beneficio de una difusa y mermada entidad supranacional tampoco encaja bien en muchos Estados miembro. Para citar sólo dos de los defectos mayores de la actual UE, esta no tiene ahora ni tiene visos de tener próximamente un régimen fiscal unitario ni una política exterior y militar propia; en lo militar, la UE es hoy tan insignificante que todavía no ha tenido protagonismo alguno en ningún conflicto del mundo.
Pero como en cualquier divorcio de un matrimonio mal avenido, si el divorcio es la solución evidente, el reparto de los gananciales no lo es. Y en el brexit, tampoco. Dado el gran volumen del comercio británico-comunitario, cualquier ruptura a la brava será perjudicial para todos. Pero la acrimonia de las últimas fases del brexit ha intoxicado de suspicacias y orgullos las negociaciones sobre las normas de convivencia postruptura.
Quizá -ojalá- se acaben imponiendo las razones objetivas sobre la subjetivas y las de políticas localistas, pero hoy por hoy ni en Londres ni en Bruselas imperan aires de buena voluntad. A uno, el ambiente actual le recuerda el de las negociaciones para el ingreso del Reino Unido en el Mercado Común. Con la diferencia, grande y alarmante, de que entonces se negociaba para algo que querían las dos partes y hoy parece que se negocia? Dios sabe qué.