tranquilos porque no pienso aburrirles con el Brexit hasta que la clase política británica decida qué piensa hacer con el futuro de sus ciudadanos. Mejor hablemos de nuestro Parlamento que también tiene lo suyo. Salimos todos contentos del resultado de las elecciones europeas del pasado mes de mayo. La temida avalancha de representantes ultras que pudieran bloquear el Parlamento Europeo y, con ello, la política de la UE, no se produjo y además se incrementó la participación especialmente entre los jóvenes. Sin embargo, no nos dimos cuenta de que existía otro riesgo cierto y más probable: la fragmentación de los grupos políticos y, por ende, la falta de consensos y mayoría para sacar adelante las iniciativas de la Comisión Europea. Los primeros indicios de este nuevo mal que aqueja a esta Eurocámara empoderada los hemos vividos en los “hearings” - exámenes a los candidatos Comisarias y Comisarios - que se han convertido en una auténtica escabechina con tres suspensos, los de Hungría, Rumanía y nada menos que la francesa. La venganza a Macron por haberse cargado la potestad parlamentaria del “spitzenkadidat” e imponer a Von der Leyen como presidenta de la Comisión, se interpreta como todo un signo de lo que algunos ya llaman la “westminsterización” del Parlamento Europeo, en referencia a los reiterados noes en que se ha instalado la Cámara británica.
En el equipo de la nueva Comisión se lamentan por los pasillos de que no acaban de encontrar nadie que mande en la Eurocámara. La realidad es que no existen mayorías claras tras los resultados electorales, pero además, los tres líderes de las formaciones que lograron más votos, populares, socialdemócratas y liberales, ni están, ni se les espera. En el centroderecha, Manfred Weber, se lame las heridas y su depresión por ser el candidato más votado y, finalmente, no haber sido elegido presidente de la Comisión, en lo que considera una traición de su compatriota la Canciller Angela Merkel. La socialdemócrata española, Irache García, nueva en el cargo, aun no se ha hecho con las riendas de un grupo venido a menos y entre sus propias filas españolas aun huele a las vendettas entre sanchistas y susanistas. Los liberales con la llegada de los franceses de Macron, cambiaron de nombre pasando de ALDE a Renew Europe y pusieron al rumano Dacian Ciolos de líder, más preocupado por la compleja vida política de su país que por lo que pasa en Bruselas o Estrasburgo.
El nuevo presidente, el italiano David Sassoli, de excelente talante y de profesión periodista, está aprendiendo aun las primeras lecciones de la presidencia de un Parlamento Europeo cada día más complejo y poderoso. Pero eso sí, ya es consciente de que si mayorías claras, ni liderazgos definidos, difícilmente esta legislatura podrá sacar adelante los grandes proyectos que los desafíos de Europa precisan. Hombre sensato y comedido, muy alejado de la dicharachera personalidad de su antecesor y compatriota, el berlusconiano, Antonio Tajani, Sassoli tratará de evitar que el Parlamento Europeo se convierta en el espectáculo mediático de 750 eurodiputados buscando su minuto de oro en los cinco años que dura su mandato. Evitar el bloqueo de las propuestas del Consejo y de la Comisión no parece tarea fácil dada la situación política que se vive en la Eurocámara y también la geopolítica interna de los Estados miembros.
La realidad es que la situación creada proviene de la aprobación del vigente Tratado de Lisboa en 2007. Entonces como fórmula de legitimación democrática de la Unión y ante el no francés en referéndum al proyecto de Constitución Europea, se reforzaron sustancialmente los poderes del Parlamento Europeo, en detrimento de la hasta entonces todopoderosa Comisión Europea, corazón legislativo y ejecutivo de la construcción europea. Una surte de bucle se cierne sobre el panorama comunitario. La Comisión propone, el Consejo tarda en aprobar y el Parlamento veta con su no la propuesta, que debe volver a empezar con el consiguiente desánimo de los técnicos funcionariales de Berlaymont - la sede de la Comisión -. Solo nos falta John Bercow, el ya popular speaker de la Cámara de los Comunes con su patético grito: ordeeeeeeer!, para entrar en el mismo circo de políticos que no saben llegar a acuerdos, para tener a Europa sumida en la temida parálisis que alimenta las ansias destructivas de los eurófobos.