O llevaban: una nueva norma obliga rotular todas las tiendas en turco. La grafía árabe no puede ocupar más del 25% del letrero. La medida, ordenada en julio por el Ministerio turco del Interior, simboliza el cambio de actitud hacia los refugiados sirios, antes considerados “huéspedes bienvenidos”. No solo por parte del Gobierno, en manos del partido islamista AKP, que hasta ahora había tratado a los sirios como “hermanos en la fe”: también crecen las agresiones y los ataques contra los sirios y sus propiedades en Estambul.
Una ocurrida en junio pasado en Ikitelli, un tranquilo barrio a una hora del centro de la ciudad. “A las tres de la mañana empezaron a romper tiendas, sin que hubiera ningún tipo de provocación. La Policía lanzó gas lacrimógeno pero luego vino más gente, y la Policía ya no tuvo capacidad de intervenir”, afirma Hassan, un estudiante de informática de 23 años. “Rompieron los cristales de nuestra tienda, aunque no entraron a robar. Yo me escondí en casa de un familiar; si me hubieran visto, me habrían apaleado”, asegura. Un comunicado policial atribuye este ataque a una “incitación en las redes sociales” y a la difusión de un bulo según el cual un joven sirio habría agredido a una adolescente turca. Es el clásico motivo escuchado en otras agresiones a lo largo de los últimos años. Era falso: la propia familia de la chica confirmó que no hubo más que un “malentendido sin contacto físico”. Pero el daño ya estaba hecho: coches volcados, motocicletas destruidas, letreros arrancados, cristales hechos añico y una convivencia destruida.
“A mí también me rompieron el escaparate. Yo estaba encerrada en casa; los niños estaban asustados, llorando. Al día siguiente no abrimos la tienda, nadie fue a trabajar. Luego, poco a poco volvió todo a la normalidad”, cuenta Umm Ahmet, una mujer de Alepo que regenta la pequeña tienda textil en la misma calle. “¿Adónde quieren que vayamos? No venimos a hacer turismo. Yo estudié enfermería; he estado atendiendo a heridos bajo los bombardeos en Alepo, he visto morir a tanta gente, destrozada por la metralla”, narra la mujer. No está claro quién organiza estos ataques callejeros contra los sirios en Estambul, que algunos comparan ya con los “pogromos” de otras épocas en la ciudad (contra armenios y griegos).
Mohamed Garzun, dueño de un negocio de productos de limpieza en Esenyurt, llegó a Turquía hace cuatro años, a través de Líbano. “Entonces, Turquía era el único país que permitía la entrada a los sirios, nos lo ponían fácil, había un aprecio especial por el ciudadano sirio. Pero luego, especialmente este año, empezó a haber presión”, cuenta. No muy lejos de su tienda, un vecino turco no oculta su opinión. “¿Los sirios? Son todos unos cobardes. Tendrían que haberse quedado a combatir en su país en lugar de huir”.
Sobre su dura vida ha caído otra jarro de agua fría: en julio, el Gobierno turco ordenó a todos los sirios no oficialmente registrados en Estambul que abandonen la ciudad. Tienen plazo hasta el 20 de agosto. Según datos del Ministerio del Interior, en Estambul hay 547.000 refugiados sirios, un 3,6% de la población de la ciudad, que supera los 15 millones de habitantes. En realidad son más, aclara el politólogo Murat Erdogan: “Hay unos 300.000 que están registrados en otras provincias, pero han venido a Estambul para buscar trabajo, lo que eleva el total a unos 850.000”.
Turquía no reconoce a los sirios como refugiados bajo la definición internacional, pero les otorga una “protección temporal”. Les expide un carné que les da derecho a estancia indefinida, acceso gratuito a los servicios de salud y, en caso de no disponer de ingresos, a una modesta ayuda social.
Solo 87.000 sirios, un 2,4% del total, residen en los campamentos de casas prefabricadas que el Gobierno estableció en el primer año de la guerra siria. El resto vive como cualquiera ciudadano turco, pagando alquileres.
Cambiar de provincia nunca fue legal para los refugiados, pero no parecía importarle a nadie. Ahora, la Policía hace redadas diarias para pedir el carné a cualquiera que hable árabe en Estambul. Si está registrado en otra provincia, se le recuerda el plazo del 20 de agosto. Y si no tiene registro alguno, directamente se le lleva a un centro de internamiento temporal para expedirle un carné, asegura la Gobernación de Estambul. Sin embargo, la ONG internacional Human Rights Watch afirma tener testimonios de refugiados deportados a Siria después de que se les forzara a firmar una declaración de retorno “voluntario”. Ramazan Seçilmis, portavoz de la Dirección de Migraciones turca, lo niega: “Todos los retornos han sido voluntarios”.
El total de retornados lo cifra en 337.000 personas. Un número que Murat Erdogan, el politólogo, no se cree. “Será que han sumado todas las salidas registradas. En realidad, solo unos 55.000 sirios han retornado de Turquía a Siria para recuperar su vida allí”, explica.
En Ikitelli, los destrozos han sido para muchos sirios la gota final. “Llevan tiempo abandonando el barrio. Cada día salen tres o cuatro autobuses. O bien van a otras provincias o van a Siria”, cuenta el joven Hassan. Sin sus vecinos, ya apenas tiene clientes. “Si antes vendía 200 panes al día, ahora vendo 70”, se lamenta este tendero, sentado entre una mercancía rotulada en gran parte en árabe. “Los turcos no compran nuestros productos, no saben ni lo que son”, explica el dueño de otra tienda en la misma calle. “La expulsión afecta a toda la comunidad, nos dejan sin ingresos”, concluye Ziyad.
“Es una medida política”, asegura Murat Erdogan, en referencia a los comicios municipales de marzo y junio en Estambul que dieron la victoria al opositor partido socialdemócrata CHP, y acabaron con 25 años de gobiernos islamistas en la ciudad. “Se considera que el descontento de la población con la presencia de los sirios influyó en el voto y se están tomando medidas para reaccionar”, subraya. “El Gobierno cambió su política porque cree que ha perdido votos a causa de los sirios. Lo malo es que el CHP e incluso la izquierda están de acuerdo”, resume la analista turca Hürrem Sönmez.
En los barrios ricos de Estambul donde hay mucho turismo saudí o kuwaití no faltan letreros en árabe: “El problema no son los árabes, sino los árabes pobres”. Pocos turcos defienden a los sirios. Apenas hay voces críticas en contra del plazo del 20 de agosto. “Son nuestros vecinos, deberíamos cuidar más de ellos. Es una cuestión de humanidad”, reclama Dilial, una de las pocas personas que participa en una manifestación de protesta en el barrio conservador de Faith convocada por una organización caritativa islamista.
Quienes no están protestando en ninguna parte son los sirios. Ellos coinciden todos en la misma frase: “Queremos volver a Siria, mejor hoy que mañana”. Pero su país aún está en guerra.