El 26 de mayo los europeos votamos para elegir a los miembros del Parlamento Europeo los próximos cinco años. Y lo hicimos bastantes más que en los anteriores comicios, concretamente un 8,34%, hasta alcanzar una participación no vista en los últimos veinte años del 50,95%. Pero además, decidimos que los eurodiputados electos fueran muy mayoritariamente europeístas, frente a las predicciones apocalípticas de los sondeos que anunciaban una irrupción de eurófobos y ultras que podría producir el bloqueo de las instituciones europeas. Es cierto que se ha roto el bipartidismo tradicional de populares y socialistas y que la Eurocámara ha quedado mucho más fragmentada, lo que requerirá hacer política con mayúsculas si queremos estar a la altura del momento. Salvados dignamente los muebles en las urnas, ahora toca llevar a cabo el relevo en la Comisión y el Consejo, tareas decisivas en el nuevo tiempo político que se abre.