Prólogo

Nunca empieces un libro hablando del tiempo.

¿Quién dijo eso? No lo recuerdo. Algún escritor famoso, supongo.

Quien fuera tenía razón. Hablar de la climatología es aburrido. Nadie quiere leer sobre el tiempo que hace, y menos aún en Inglaterra, donde resulta tan omnipresente.

La gente quiere leer sobre la gente, y suele saltarse los párrafos descriptivos, me da la sensación.

Evitar hablar del tiempo es un consejo sensato, pero voy a desoírlo por mi cuenta y riesgo. Será la excepción que confirme la regla, espero. No sufras, esta historia no está ambientada en Inglaterra, así que no voy a hablar de la lluvia. El límite lo pongo ahí, en la lluvia: ningún libro debería empezar con lluvia. Jamás. Sin excepción.

Voy a hablar del viento. El viento que azota las islas griegas. El indomable e impredecible viento de Grecia. Un viento que te hace perder la cordura.

Esa noche, la noche del asesinato, arreciaba un viento furibundo. Era un vendaval feroz, furioso, que arremetía contra los árboles, racheaba por los senderos, silbaba, aullaba, arramblaba con todo sonido y se daba a la fuga con él.

Leo estaba fuera cuando oyó los disparos. Se encontraba en la parte de atrás de la casa, en el huerto, y se había puesto a gatas porque le habían entrado arcadas. No estaba borracho, solo colocado. (Mea culpa, me temo. El chico nunca había fumado maría, así que seguramente no debería habérsela ofrecido). Después de una experiencia inicial casi extática -con visión sobrenatural incluida, al parecer-, sintió náuseas y empezó a vomitar.

Fue justo entonces cuando el viento se abalanzó sobre él y le metió el sonido en los oídos: pum, pum, pum. Tres disparos, muy seguidos.

FICHA

  • Título: ‘La furia’
  • Autor: Alex Michaelides
  • Género: Thriller
  • Editorial: Alfaguara
  • Páginas: 328

Leo se puso en pie con dificultad y luchó contra el vendaval para abrirse paso en dirección a los tiros, tratando de mantener la verticalidad mientras se alejaba de la casa, avanzaba por el sendero y cruzaba el olivar hacia las ruinas.

Y allí, desovillado y tendido en el suelo del claro, vio un cuerpo.

Yacía sobre un charco de sangre cada vez mayor, rodeado por un semicírculo de columnas de mármol medio derrumbadas que proyectaban sus sombras sobre él. Leo se acercó con cautela intentando verle la cara, y entonces retrocedió, tambaleante y contrayendo el rostro a causa del horror, abriendo ya la boca para gritar.

Yo llegué con los demás justo en ese momento: a tiempo para oír el inicio del alarido de Leo antes de que el viento le arrebatara el sonido de los labios y saliera huyendo para desaparecer con él en la oscuridad.

Todos permanecimos un segundo inmóviles y en silencio.

Fue un instante horrible, aterrador, como el clímax de una tragedia griega.

Pero la tragedia no terminó ahí.

Aquello solo era el principio.

Portada de 'La furia'.

Portada de 'La furia'. Elkar

Primer acto

Esta es la crónica de un asesinato. Aunque quizá eso no sea del todo cierto. En el fondo se trata de una historia de amor, ¿verdad? La clase de historia de amor más triste de todas, la que habla del final del amor, de su muerte.

De manera que supongo que ya lo había dicho bien al principio.

Tal vez creas que sabes lo que ocurrió. Seguramente leíste algo sobre ello en su momento. A la prensa amarilla le encantó, no sé si lo recordarás. «La isla asesina» fue un titular muy sonado. Y no es de extrañar, en realidad, porque la historia contaba con los ingredientes perfectos para causar sensación: una antigua estrella del cine que llevaba una vida recluida, una isla privada griega aislada por el viento y, cómo no, un asesinato.

Escribieron un montón de basura sobre esa noche.

Toda clase de teorías descabelladas y erróneas sobre lo que pudo o no pudo haber pasado. Yo evité leer nada de todo ello. No me interesaban las especulaciones desinformadas sobre lo que debió de ocurrir en la isla.

Sabía lo que había sucedido. Estuve allí. 

¿Que quién soy yo? Pues soy el narrador de esta historia...y también uno de sus personajes.

Éramos siete, en total, atrapados en la isla.

Uno de nosotros era un asesino.

Pero, antes de que empieces a apostar por quién de nosotros fue, me siento obligado a informarte de que esto no es una novela de suspense centrada en la resolución de un asesinato. Gracias a Agatha Christie, todos sabemos cómo se supone que se desarrolla ese tipo de obra: alguien comete un crimen que nadie se explica, y a ello le sigue una investigación tenaz, una solución ingeniosa y, luego, con algo de suerte, un sorprendente giro final. Esta, sin embargo, es una historia real, no una obra de ficción.

Habla de personas de verdad, en un lugar que existe. En todo caso, podría decirse que se trata de una novela de suspense centrada en resolver por qué se cometió el asesinato, un tratado del carácter humano, un estudio sobre quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos.

Lo que sigue es un intento sincero y sentido de reconstruir los acontecimientos de esa noche aciaga: el asesinato en sí, pero también todo lo que condujo a su culminación.

Me comprometo a presentarte los hechos puros y duros, o lo más que pueda acercarme a ello. Todo cuanto hicimos, dijimos y pensamos.

«Pero ¿cómo? -te oigo preguntar-. ¿Cómo es posible?». ¿Que cómo puedo saberlo absolutamente todo? ¿No solo cada una de las acciones que se llevaron a cabo, todo lo que se dijo y se hizo, sino también las cosas que no se hicieron ni se dijeron, los pensamientos que jamás salieron de las cabezas de los demás?

Me baso en gran medida en las conversaciones que mantuvimos, tanto antes como después del asesinato..., quienes sobrevivimos, claro está. En cuanto a la víctima, confío en que me concedas licencia poética para presentarte su vida interior. Dado que soy dramaturgo de profesión, puede que esté mejor preparado que la mayoría para esa labor en concreto.

Mi relato se nutre también de las notas que tomé antes y después del crimen. Una aclaración a este respecto: hace ya años que tengo por costumbre escribir cuadernos de notas. No los llamaría diarios, puesto que no están estructurados como tales. Solo son un registro de mis pensamientos, ideas, sueños, retazos de conversaciones que he oído por ahí, mis observaciones sobre el mundo. Los cuadernos en sí no son nada particular, simples libretas Moleskine negras, muy corrientes. Tengo la correspondiente a ese año abierta junto a mí, y sin duda la consultaré a medida que avancemos.

Hago hincapié en todo esto para que, si en algún punto de la narración te llevo a engaño, comprendas que ha sido sin querer, y no adrede; es que, al haber presenciado los hechos en primera persona, acabo presentándolos torpemente de manera sesgada. Gajes del oficio, supongo, cuando se narra una historia en la que resulta que uno interpreta un papel secundario.

No obstante, haré lo posible por no apropiarme del relato demasiado a menudo, aunque, de todos modos, espero que me permitas alguna que otra digresión de vez en cuando. Y, antes de que me acuses de contar mi historia de una forma laberíntica, déjame recordarte que se trata de una historia veraz, y así es como nos comunicamos en la vida real, ¿o no? Somos caóticos: saltamos adelante y atrás en el tiempo, ralentizamos y extendemos algunos momentos, aceleramos otros para pasarlos deprisa, vamos editando sobre la marcha para minimizar fallos y maximizar aciertos. Todos somos narradores poco fidedignos de nuestra propia vida.

Qué curioso. Siento que, ahora mismo, mientras te cuento todo esto, tú y yo deberíamos estar sentados en los taburetes de la barra de un bar. Como dos viejos amigos que han salido a tomar algo.

«Esta es una historia para cualquiera que haya amado alguna vez», declaro mientras te paso tu bebida -un copazo, porque lo necesitarás-, tú te acomodas y yo empiezo a contar.

Te ruego que no me interrumpas mucho, por lo menos al principio. Más adelante habrá numerosas oportunidades para debatir lo que quieras. De momento, te pido que tengas la cortesía de escucharme, como harías con un buen amigo que te cuenta una anécdota interminable.

Ha llegado la hora de presentar al elenco de sospechosos, y por orden de importancia. Esto implica que, durante un rato y a regañadientes, debo abandonar el escenario.

Aguardaré entre bambalinas, esperando mi pie para entrar.

Empecemos, como es de rigor, por la estrella.

Empecemos por Lana.

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Alex Michaelides, autor de 'La furia'.

Alex Michaelides, autor de 'La furia'. Elkar

SOBRE EL AUTOR

ALEX MICHAELIDES

Alex Michaelides (Chipre, 1977) estudió Literatura Inglesa y Psicoterapia. Trabajó en una unidad de seguridad para adultos jóvenes, experiencia que le proporcionó material e inspiración para La paciente silenciosa (Alfaguara Negra, 2019), su primera novela: un thriller traducido en cuarenta países, que cuenta ya con seis millones y medio de lectores en todo el mundo y cuyos derechos cinematográficos han sido comprados por la productora de Brad Pitt. Tras Las Doncellas (Alfaguara Negra, 2021), que será adaptada como serie para la televisión, La furia es su última novela. Michaelides también ha sido guionista de películas como Un robo inesperado, protagonizada por Uma Thurman y Tim Roth, y ha colaborado con David Fincher.