En la nueva novela del artista madrileño encontramos una historia de personajes heridos que buscan abrazar a los niños que fueron para seguir avanzando. La salud mental, la pérdida, el desamor, la soledad y los hallazgos planean en definitiva sobre los cimientos de El taller de los niños interiores.
En este libro, como no podía ser de otra manera, sigue habiendo mucha música.
Eso es algo que no voy a perder. En cada novela me gusta hacer la conversión alquímica de canciones que he creado, descontextualizarlas, usar sus universos y hacer novelas, y en este caso tocaba sobre la canción A mi yo de ayer, para poder hacer este Taller de los niños interiores, y la verdad es que estoy contento con cómo ha quedado.
También ha hecho una pequeña labor de psicoanálisis. ¿Cómo se ha sentido en la piel de un psicólogo que analiza a sus personajes, sus conductas...?
He intentado hacer una novela restauradora. Me gusta pensar que no hay que reparar nada, sino que de vez en cuando si se puede volver al modo de fábrica, intentar volcar con lo que vinimos a ser en este garbanzo, eso está guay. Creo que a lo mejor tengo una relación sana con mi niño interior y por eso sé reconocer los niños interiores de los demás, o sé ver de qué vida huyen, y me parece que es una forma bonita de empatizar tener esa indulgencia -tan necesaria en estos días-.
Son historias distintas, todas acaban entrelazándose. Todas tienen diferentes detonantes, y analiza la pérdida en distintas formas. Muchos tienen también dificultades para poner límites. ¿Siente que vamos a aprender a ponerlos con esta historia?
Me gustaría. Al final, aunque pueda sonar un poco naíf, la novela lo que te promete al final es un abrazo contigo misma o contigo mismo, y que veas en qué punto de la vida estás, en qué punto de prioridades tienes las cosas. Me gustaría que la gente se parara a pensar o se pusiera a indagar en ellos gracias a esta novela. Qué bonito es que una novela te inspire a mirarte. Me parece que es una doble cura para los ojos.
Lo que está claro es que vamos a reconectar con nuestro niño interior. Ese era su propósito desde un inicio, ¿no?
Sí. Había una cosa que tenía mucho miedo, sin desvelar mucho, que es la parte final, para que no fuese muy críptico pero que a la vez cada uno fuese diferente, y que fuese un momento emotivo porque creo que lo merecía. Ahí creo que se ha solventado bien, que si escribo desde el niño es más fácil que escribir desde el adulto (risas). Creo que esta novela, que era la primera en tercera persona, es algo que he sabido sostener.
¿Hasta qué punto cree que las heridas del pasado pueden hacer mella en nuestro yo de adulto?
Hasta que creas que tienes una vocación. No solo traumas, sino que muchas veces cuando se nos da bien algo y creemos que hemos nacido para eso, al final es una máscara para sentirnos queridos. Esto lo represento con los personajes. Lo que representan es en cinco posiciones diferentes de la vida y profesión, cómo han desarrollado actitudes para crecer y buscar ese reconocimiento o ese amor. Entonces, en mitad de la novela intento cuidar mucho a los personajes y el de Coral me dijo: “De la vocación también se sale”, y fue como un mantra chungo que me dejó meditando. Yo de pequeño era una persona muy introvertida y cuando quería contar cómo me sentía a mis padres les escribía una carta, se la daba en mano, me iba a la habitación y les decía: “Cuando la hayáis leído, me llamáis”. Ahora me dedico a esto, a expresarme, y la gente dice que se me da bien, pero fue por el niño que no sabe cómo comunicarse.
¿Se siente especialmente identificado con alguno de los cinco personajes de esta historia?
Con los cinco. Tirso representa mi sombra, Coral representa mi satisfacción en la música, con Ovidio también me veo identificado, Guzmán siempre tiene el síndrome del niño bueno, y en el caso de Mérida con que ha habido cosas con mis padres que no he querido perdonar que a lo mejor con un conocido perdonaría al momento. Con los cinco personajes conecto en algún punto.
De todos podemos aprender algo. También de la música. ¿Cuál es la canción que más le ha marcado de todas las que hay salpicadas en el libro?
Caracoles, de Xoel López, es la última que aparece y me parece que guarda mucha energía de lo que quiero transmitir a la gente con la novela. Si llueve, al final, al día siguiente se pueden recoger caracoles.
Hoy calentamos ya motores para Eurovisión. ¿Cómo está viendo esta nueva entrega?
Genial. Le deseo la máxima de las suertes a Melody. Seguro que va a hacer un grandísimo papel.
La canción tiene muchas claves para triunfar.
En Eurovisión uno nunca sabe cuál es el baremo de medir, pero si gana o termina muy arriba diremos que muy bien, y si no, diremos que tongo y ya está (risas).
¿Qué poso le gustaría que quedara ahora con El taller de los niños interiores?
Bueno, que en estos tiempos no tenemos que impresionar a nadie, y que creo que muchas veces incluso si nos hablamos de otra manera, empezando por nosotros, la película cambia. La novela ayuda a eso, a parar un momento, a saber hablarse de otra forma bonita, y me gustaría pensar que una persona cuando entra en la novela y cuando sale es diferente.