madrid - Ramon Gener confiesa que no suele desayunar, y entonces la conversación se convierte en una absoluta sorpresa: está repleto de energía, es locuaz y subraya que “no hay nada mejor en el mundo que las personas”. Así, no se pone sesudo matizando sobre ópera, ni da importancia a que hable media docena de idiomas. “Soy enfermizamente sociable y optimista”, se autodefine. Tras presentar Ópera en vaqueros en Canal 33, ha logrado trasladar una pedagogía sorprendente a La 2 de Televisión Española con This is Opera, coproducción de Brutal Media con la alemana Unitel. Ha mantenido, dice, una relación de amor-odio con la música desde cuando, con 6 años, se durmió en el Liceu viendo una ópera con su madre.
Y ahora se ha convertido en nuestro despertador musical...
-Ja, ja, ja... Los que me conocen a diario saben que soy enfermizamente sociable, enfermizamente optimista, enfermizamente compartidor de todas las cosas que tengo... porque al final, todo lo que tienes, si no eres capaz de compartirlo, no sirve para nada. Es una cuestión vital. ¿Hoy es lunes? Lo más importante es que mañana nunca más será hoy.
¿Qué tal la presentación del libro, Si Beethoven pudiera escucharme? ¡Ha cogido una ola imparable!
-Muy bien, en el Retiro la gente hacía colas para que se lo firmara. La anterior versión fue en catalán, pues hacía el programa sólo en Catalunya. Ahora la ola se ha vuelto más grande y yo, encantadísimo.
¿En qué países se está viendo?
-En Italia, Austria, Suiza, Alemania, Letonia, Australia... En unos se ve en castellano y en otros, en inglés.
Es que es poliglotísimo: alemán, italiano, inglés, francés...
-Ja, ja... No sé si tiene mucho mérito. He pasado temporadas en Estados Unidos, y así aprendí inglés. No soy muy favorable a estudiar idiomas; sí a sumergirse en los sitios, dejar que esos sitios te penetren. Eso me ha pasado con el italiano, pues por la ópera he estado en contacto desde siempre; o el alemán, por motivos familiares; o lo que chapurreo de francés...
Aparte de Humanidades y Música, estudió Empresariales. Sorprende.
-Tuvo que ver con mi padre, que me dijo: “Hijo, todo esto está muy bien, pero nunca te vas a ganar la vida. Te ayudaré en lo que quieras, pero tienes que estudiar alguna cosa que valga la pena, aparte”. Lo hice un poco por él.
En cualquier caso, su pasión por la música le viene de lejos, ¿no?
-Bueno, con 6 años mi madre me llevó al Liceu, y me dormí. A los 11 años logré que me borraran del Conservatorio, porque odiaba la música con todas mis fuerzas.
¿La odiaba?
-Es importante entender que para que una cosa te apasione tienes que haberla odiado antes, de manera visceral. Si no, nunca es un amor de verdad. De niño, todos mis amigos jugaban al fútbol y se lo pasaban de maravilla mientras yo iba al Conservatorio. Lo que hice fue alejarme de la música, dejar el piano y dejar todo. A los 18 años, apareció Victoria de los Ángeles y me devolvió al redil de la música. Si no, no sé qué habría pasado.
¿Cuándo se dio cuenta de que podía tender puentes hacia la ópera? Porque esa energía que contagia nos ha pillado en un momento lacio, en que la cultura parece recortable y extirpable...
-De lo único que se trata en la vida es quién eres, adónde vas, cómo eres capaz de mirarte al espejo, quiénes son tus amigos... La única manera de saber eso es leyendo un balance de pérdidas y ganancias, es una opción, y la otra es yendo al teatro, leyendo a Dante, a Shakespeare, a Goethe; escuchando a Tschaikovsky, viendo un cuadro de Munch o La Traviata. Prefiero la opción dos, porque la cultura, el arte, nos explica quiénes somos y por qué somos como somos. Al final, la ópera no es más que eso. Es un teatro que nos explica cuáles son las cosas importantes de la vida.
Tienen un enfoque humanista: explican a Pelléas et Mélisande con los impresionistas, interpretan a Bizet y a Verdi con psicólogos...
-Todo está interconectado, la ópera no está aparte del mundo. Todo está creado en un momento determinado, por unas circunstancias determinadas. Es imposible explicar a Debussy sin saber quién era Monet, cómo comía, por qué pintó sus cuadros como lo hizo, etc. Intento llegar a las cosas por la puerta de atrás, por donde a lo mejor la gente no se espera, y revelar un poquitín por qué esas cosas nos afectan o tocan personalmente.
En Praga, Varsovia o Leipzig sí van a la ópera en vaqueros, a precios populares. Aquí, en muchas ciudades quienes pueden pagar la entrada lucen frack o vestido de gala y a veces no son melómanos... ¿Se puede democratizar en este contexto?
-Es difícil de contestar. Lo que podría decir a esto es que mi hijo me pidió ir al concierto de Lady Gaga. La entrada a la pista costaba 175 euros, lo que vale una platea del Liceu. Es mucho dinero, pero en ambos casos hay que abrir un teatro o estadio, pagar la luz, montar el escenario; venir los técnicos de luces, los tramoyistas, los cantantes, los bailarines... Es un espectáculo que vale un dinero.