Hay un tipo que ha demostrado mucha habilidad para colarse en los platós e intentar tener unos segundos de gloria en televisión. El hombre parece pacífico y se conforma con una pizca de protagonismo. Primero probó en TVE y luego saltó a La Sexta y lo último fue el viernes colándose en Telecinco nada más y nada menos que en el programa de Ana Rosa Quintana. Es una especie de duende que llega hasta allí sin levantar muchas sospechas y que llegado un momento se hace visible y es atrapado por los encargados de seguridad. Según decía en la carta que le entregó a Ana Rosa al protagonista frustrado le persigue la CIA y quiere que todo el mundo lo sepa. No le dejaron hablar y nadie se molestó en comprobar si tenía una exclusiva. Estaban entusiasmados repitiendo las andanzas de El Pequeño Nicolás, Bárcenas y la declaración complementaria de la renta que ha entregado Monedero tras el chivatazo del mismísimo Montoro, el ministro chivato de Hacienda. Y es que el intruso está teniendo mala suerte. Las tertulias políticas no quieren cambiar de tema. Les va bien con lo que hablan así que no quieren admitir innovaciones. Así se ve según los últimos datos entre los dos grandes grupos de televisión (Atresmedia y Mediaset) se llevan el 90% del rosco publicitario. Algo falla aquí porque levantarse ese porcentaje cuando en realidad suman solo el 60% de los espectadores, indica que este pastel está muy mal repartido y que los que hoy ganan acabarán desplomándose cuando este reparto se regularice. Qué pasará cuando por fin llegue en su justa medida a las cadenas públicas que son las grandes marginadas por las centrales de compras de publicidad. Pero allá ellas. A los espectadores tampoco nos importa el tema. Claro, siempre y cuando luego no vengan con que las televisiones públicas son deficitarias y hay que cerrarlas. Que alguien nos explique a qué viene este liberalismo que solo beneficia a las privadas.