A Ocho apellidos vascos le están buscando secuelas. Unos trabajan ya para cambiar el guión y hacer una secuela catalana con diez apellidos tipo Rosell, Cavallé, Adriá, Marsillach, Samaranch, Crivillé, Rechac, Puyol, Gasol y Roca (este sería el que no es catalán como le pasa a Clemente en la original). Se piensa en repetir hasta el equipo y el reparto. O sea montar la historia tal cual pero en Catalunya. Otro de los destinos de la cinta parece ser hacerla para televisión. Hay ya movimientos en este sentido, por lo que los irreconciliables que siempre aguardan a ver el cine por la tele pueden estar de suerte. O de mala suerte: ¿tan cara está la imaginación? El éxito de Ocho apellidos vascos del director Emilio Martínez Lázaro (el Woody Allen del cine español) es la prueba de que la ficción sigue de moda; que el cine no está muerto. Pero una cosa es confirmar esto y otra repetir la fábula de La gallina de los huevos de oro. Hay como una desconfianza a que en el futuro aparezcan otras historias que conciten la atención del público. Quien no está dispuesto a dejar de llamar la atención domingo a domingo es Évole. Lleva toda la semana calentando motores para que conectemos con La Sexta esta noche. Su hashtag en Twitter #yotambiénlasaltaría, se ha convertido en trending topic. Ya lo sé: odiosa sucesión de palabras que ya hemos aceptado por obligación. Llevamos todo el año hablando de los inmigrantes que saltan las valla y el único que ha cogido el toro por los cuernos ha sido él (como ocurre con casi todos los temas polémicos). Se ha ido a Melilla y también a Marruecos. Con los cientos de imágenes televisivas que ocupa el tema, no me digan que no es raro que, a estas alturas, a casi nadie se le haya ocurrido hacerlo. Jordi Évole triunfa porque es el más valiente a la hora de meter la cámara y el micrófono donde otros miran para otro lado, les da pereza o, directamente, no se atreven.