HAY algo en el nuevo Buenafuente que recuerda a Berto. Un intento de parecerse a su compañero del alma o verdaderos celos por conseguir alcanzar su juventud. No sé. Lo cierto es que la noticia televisiva de la semana ha sido el regreso de BNF. La recuperación para el espectador prudentemente trasnochador, de un espacio donde trabajan con materiales maleables como el humor, la actualidad, la cultura y la reflexión. Y todo ello con el fin de alcanzar la risa y, por supuesto, la crítica social. No creo que sea un problema que su regreso no venga acompañado de una innovación revolucionaria. No. Más bien su nuevo plató es como si ya lo hubiéramos visto. Un almacén oscuro, vacío y recuperado para la ocasión. Vamos, como el karaoke que todas las semanas se cierra o no en la serie Vive cantando que con tanta energía protagoniza la Trini. No sé por qué ha puesto tan lejos de él al público, pero parece que a Buenafuente le preocupa el tema del escenario y da prioridad al directo. De momento se le ve seguro de sí mismo. Las nuevas incorporaciones una vez que Berto (su otro yo) repite, como no podía ser de otra forma, también parecen tener algo de repetidas. Jorge Ponce todavía no se lo cree y Belén Cuesta va a tener que evolucionar en su papel si quiere que no se le muera en una temporada.
¡Qué falta hacía Buenafuente a esas horas! Aunque sea por mantener el nivel de la marea crítica que ya ha dejado el Gran Wyoming. Un horario en el que se agradecen la entrevistas de buen rollo, pero tampoco conviene que se acabe en el peloteo, que para eso ya está El hormiguero. Si pudiera mandarles una carta como al Olentzero o los Reyes Magos a Berto y su alter ego, Buenafuente, les pediría que no bajen la guardia. La complacencia es una decepción ahora que los hemos visto aparecer como tras un relámpago en plena tormenta. Bienvenidos.