Bilbao. Como no son muchas las producciones británicas que se abren paso en cadenas españolas, el maratón de Black Mirror que ha organizado Cuatro esta noche puede calificarse de acontecimiento. Sin embargo, quienes esperen ver algo parecido a Downton Abbey o a cualquiera de esas series con el sello de ITV o BBC -es decir, una narración clásica con una ambientación exquisita- se quedarán pasmados con esta miniserie del mucho menos convencional Channel 4. Black Mirror (estrenada en abril por TNT) consta de tres capítulos independientes y autoconclusivos, con actores diferentes, que se emitirán entre las diez de la noche y la una y media de la madrugada. Su título en castellano, Espejo Negro, alude a la pantalla del televisor cuando se apaga, aunque la miniserie no tiene como único objetivo de su sátira a la industria audiovisual, sino que también dispara contra todas las nuevas tecnologías y la inconsciencia con que gran parte de la sociedad se entrega a ellas. El experimento de Charlie Brooker, crítico de televisión y guionista, tiene un resultado desigual pero inquietante: ¿qué están dispuestos a hacer los políticos por mantener su popularidad?, ¿cómo serían las relaciones personales si pudiéramos volver a ver cada instante de nuestra vida?, ¿hasta dónde pueden llegar las cadenas para subir la audiencia? Más de tres horas con el denominador común de la provocación en unas pesadillas futuristas. O no tanto.

El primer episodio, El himno nacional, analiza cómo la rapidez con la que se transmite la información hace que las decisiones de los políticos estén condicionadas por los ciudadanos sin otra lógica que intentar caerles bien. Arranca con el secuestro de una princesa, uno de los miembros más queridos de la Familia Real. La noticia se da a conocer en Youtube. El Primer Ministro debe decidir si cumple las humillantes exigencias del secuestrador (mantener relaciones sexuales ante las cámaras con un cerdo) o se niega al chantaje. El segundo capítulo que emite Cuatro (que en realidad es el tercero) se titula Toda tu historia y viaja a un futuro en el que las personas tienen implantado un chip que registra todo lo que hacen, ven o escuchan... y podrán o incluso tendrán que proyectarlo después en una pantalla, lo mismo en la intimidad que en una entrevista de trabajo. Finalmente, los protagonistas de 15 millones de méritos se resignan a realizar trabajos físicos para conseguir créditos que les permitan ganar privilegios como nuevas aplicaciones o la personalización de su pantalla. La única manera para escapar de esta vida es participar en un talent show, algo que también suena familiar.