en Twitter se ha castigado a Buenafuente por la entrevista a la ministra de Cultura, González Sinde. No es la primera vez que la red social castiga a uno de sus colaboradores más fervientes. Existe un poco de mala leche entre los usuarios. A todas horas los famosos van buscando que se les asocie gente a sus cuentas y luego, el día que se equivocan, los miles de presuntos admiradores comienzan a soltar estopa; sacan la mano a pasear por la red o les dicen de todo menos bonito o como queremos llamarlo.
La entrevista es el punto flaco de Buenafuente (alguno tenía que tener). Sus preguntas eluden el mal rollo. Recuerdan a aquellos delegados de clase tan enrollados que querían quedar bien con el profesor y con los compañeros. Y claro: eso es imposible. Y luego está que le pierde el sentido cómico de la vida: un camino por el que lleva las entrevistas a lugares que eluden los periodistas notario. Pero a esas horas de la noche lo que pide el cuerpo para no dormirse es que le toquen la campanilla de la risa, si puede ser. Con todo, en la entrevista del otro día con Sinde, Buenafuente fallo por otra circunstancia: se había cortado la barba. Su cara tenía una expresión como de adolescente empanao. Quien se la haya afeitado alguna vez sabe de lo que hablo. Le pasó a Aznar, a Pepiño Blanco y le pasará al príncipe de Letizia cuando del rasurado de la sotabarba avance hacia el mentón. Buenafuente como le ha pasara a Sansón, sin ir más cerca, no tuvo en cuenta que cortándose el pelo no tendría lo que haya que tener para enfrentarse a la ministra: la Dalila de la cultura, la que le ha puesto una puerta al campo abierto de internet. Tu verás Andreu. Ahí te va un consejo de abogado del diablo: déjate la barba. Las entrevistas ganarán en profundidad y mala leche. Y se te quitará es carita de..., en fin, no sé si me entiendes.