on sus codiciados minerales y decenas de grupos armados fomentando el conflicto, la República Democrática del Congo es uno de los países más devastados del mundo. Se estima que más de cinco millones de personas han muerto en el país desde 1996, cuando comenzó la guerra, y otras cinco millones se han visto obligadas a desplazarse. La firma de la paz llegó en 2003, sin embargo, esto no supuso la disolución de los grupos armados, nacionales y extranjeros, que a lo largo de estos años han ido cambiando e, incluso, multiplicándose.

Según Justine Masika, fundadora y presidenta de la asociación Synergie des femmes pour les victimes de violences sexuelles de Goma, solo en Kivu Norte, fronterizo con Ruanda y Uganda, hay unas 150 milicias. En el este de la República Democrática de Congo, estos grupos compiten de forma atroz por el control de las minas de coltán, oro, wolframita y caserita, los llamados minerales en conflicto, muy conectados con nuestro día a día.

“Para fabricar nuestros móviles se necesitan cuatro minerales que vienen de ese país: el oro (que se usa para cubrir el cableado), el coltán del que se extrae el tantalio (que almacena la electricidad para que suene), la casiterita de la que se extrae el estaño (que se usa para soldar los circuitos) y la wolframita de la que se extrae el wolframio (que hace que vibre)”, explica Lorena Fernández, ingeniera informática y directora de comunicación digital de la Universidad de Deusto.

“Occidente tiene una gran responsabilidad, porque es Occidente quien trasforma estos minerales”, denuncia Masika, activista contra la violencia sexual que ha convertido los cuerpos de las mujeres en el principal campo de batalla de esta guerra. La mujer habla sin tapujos y exige a los países occidentales la trazabilidad de todos los minerales utilizados para la fabricación de tecnología. En su campaña Tecnología Libre de Conflicto, la ONG vasca Alboan persigue el mismo objetivo. “Su extracción, procesado y venta está controlada por grupos armados que han convertido el Congo en el peor de los infiernos. Esos minerales manchados de sangre son los que llegan a nuestras manos escondidos en nuestros móviles”, denuncia.

Gran parte de la explotación minera que se lleva a cabo en el rico este de la República Democrática del Congo es artesanal: trabajo manual, herramientas simples y falta de seguridad. Es el caso de la mina de oro de Kadumwa, en Luhwindja, Kivu Sur, donde cientos de hombres, mujeres y niños trabajan en condiciones precarias por unos pocos dólares al día y malviven sin agua ni electricidad en viviendas de madera construidas sobre la misma mina.

“La mayoría de las mujeres que trabajan en la mina son desplazadas, mujeres que necesitan buscar medios de vida, que han sido abandonadas por los maridos o se han quedado viudas”, explica Sifa, desplazada y madre de siete hijos. En la mina de oro de Kadumwa, trabajan unas 120 mujeres, tienen prohibido bajar a los pozos porque según las creencias “desaparecen los minerales”, así que pican a mano la piedra que ellos extraen.

Yoel realiza ese trabajo siempre que tiene algo de dinero. Necesita dos dólares para comprar una piedra a los chicos que bajan a la mina. “Luego la lavo y la pico, pero es un juego de azar, puede haber oro o puede que no haya nada. Si tengo suerte, puedo ganar entre tres y cuatro dólares por el oro, así pago el alquiler y la comida de mis hijos. Pero hay días que no consigo oro y pierdo todo el dinero”, cuenta. Yoel tiene 22 años, es viuda, también desplazada y madre de cuatro hijos. “Me gustaría regresar con mi familia, a la que no veo desde hace cinco años, pero no tengo los medios”, lamenta.

Quienes no tienen recursos para comprar piedras trabajan cosiendo ropa o recogiendo agua para limpiar el material o para beber -transportan hasta 20 bidones al día desde la única fuente de agua de la comunidad para conseguir un mínimo de dinero para dar de comer a sus hijos-. Otras muchas se ven obligadas a ejercer la prostitución. “Hay mucha prostitución en las minas. Antes, las mujeres solo tenían dos roles: la prostitución o el comercio pequeño, ahora ha cambiado y también picas piedras”, explica Julienne Baseke, coordinadora de AFEM (Asociación de Mujeres de los Medios de Kivu Sur), que trabaja para mejorar las condiciones de vida de estas mujeres. “Hay mucho VIH/Sida, no se realizan pruebas y muchos niños nacen con sida. Las mujeres son muy vulnerables y muchas veces son obligadas a ceder sus cuerpos a cambio de cosas como agua”, añade.

En las minas viven y trabajan niños, aunque las autoridades lo nieguen. “El código minero prohíbe que en las minas trabajen mujeres embarazadas y niños, pero no se respeta”, denuncia Masika. “La situación de los niños es muy crítica, con lo que ganan las mujeres no pueden mandarlos a la escuela. Los niños están abandonados, cogen muchas enfermedades. Hay también muchas violaciones a niñas. Aparte de eso, ya hemos visto las casas que tiene, están mal construidas y son inseguras. Hay muchas enfermedades de los niños relacionadas con el agua, pillan cólera, diarrea, malnutrición. Mueren niños a cada instante”, añade Baseke.

Comienza a llover con fuerza en Luhwindja. El terreno, frágil, se convierte entonces en un lodazal, donde cientos de personas continúan trabajando y arriesgando sus vidas por unos pocos dólares al día, con “suerte”. Y allí pasarán la noche, atrapados en la miseria más absoluta.

Gran parte de la explotación minera en el rico este del país es artesanal: trabajo manual, herramientas simples y falta de seguridad

En la mina de oro de Kadumwa, cientos de hombres, mujeres y niños trabajan de forma precaria por unos pocos dólares al día