ueron 4.000 de entre ellos, niños, maestras, auxiliares y sacerdotes, los que embarcaron en el buque Havana en Santur-tzi, rumbo a Southampton, en Inglaterra. Y desde ahí fueron repartidos en colonias por toda Gran Bretaña. Con el tiempo, la mayoría de ellos regresó con sus familias, pero unos 250 permanecieron en el Reino Unido, donde rehicieron sus vidas. De aquellos 4.000 son ya pocos los que sobreviven para poder contar su historia. Entre ellos, Vicente Cañada, de 91 años, memoria ávida y corazón limpio. “He pasado página”, dice. “Rencor he tenido para exportar y he soñado años con el dictador”.
La historia de Vicente parece un relato novelado de su vida, pero todo indica que es fiel a lo que vivió. Sin adornos literarios. Tenía 6 años cuando marchó en el buque Havana huyendo de la guerra. Era un niño así que no recuerda bien lo que sucedía, lo que en cambio sí le viene a la memoria “son los aviones sobrevolando Bilbao cuando regresó. “Al oír el ruido de las sirenas corríamos a los refugios. Éramos chavales que jugamos en la calle y nos sorprendían las sirenas”. Embarcó solo, con unos primos de su edad y una prima algo mayor, 12 años, que sería la que en principio se haría cargo de ellos. “Fueron dos años en el Reino Unido que los recuerdo feliz”.
El Gobierno Vasco procuró que los niños vascos en el exilio estuvieran siempre agrupados de manera que aunque estaban apartados de sus familias podrían sentirse arropados al encontrarse siempre en el mismo grupo según relatan algunos de los supervivientes de aquella época.
Peores recuerdos tiene de la vuelta. “Al llegar aquí era de llorar. Veníamos derrotados a entregarnos al enemigo. Atemorizados, arruinados”. La gente de mi época hemos tenido racionamiento del 36 al 50 y de hecho lo primero que se levantó fue el tabaco”.
Vicente dice que ha “pasado página” pero eso no impide que cada año y cada día muchas veces le asalten los recuerdos. Recuerdos que a veces lamenta no poder compartir con sus nietos. “A mí me da mucha pena no haber podido conocer más de la historia de mi abuelo, por eso les digo a mis nietos que aprovechen ahora que todavía me tienen aquí”.
Fueron 4.000 niños y eso le hace pensar en el presente. “Cuando oigo que han llegado a las costa 200 emigrantes y nos llevamos las manos a la cabeza me acuerdo que nosotros fuimos 4.000”. Una lección de hospitalidad que no olvida. Como tampoco se olvidó de su protector. “Fue para mí un padre, diría que más importante que el mío porque mi padre estuvo refugiado en Francia y en realidad tuve más relación con él”. Harry Seed fue un padre para él según lo recuerda todavía hoy.
Vicente volvió a verle después de años gracias al contacto que mantuvo con otro de los niños de la guerra amigo suyo, Luis Arrollo, que se quedó a vivir en Gran Bretaña. “Pude ir a su casa y lloramos recordando todo lo ocurrido”, confiesa Vicente.
Vicente cree que ahora la gente vive demasiado a lo suyo y no se interesan tanto por lo que pasó en otra época.
Pero su historia es parte de la nuestra. Como cuando descubre los lugares en los que se refugiaban para protegerse de las bombas en la Sala Cuna así como en un túnel que había en lo que se llamaba el comunicó, porque era un terreno municipal donde los obreros dejan los postes, las grabas...
Vicente fue durante muchos años presidente de la Asociación de los niños evacuados en el 37, pero en 2012 se disolvió. “Éramos muy mayores y quedábamos pocos. Habíamos cumplido en parte nuestro objetivo”.
Pero entonces, precisamente cuando pensaba disolverse como asociación se dieron cuenta de que tenían una deuda que saldar. Nada más y nada menos que reconocer el amparo que les dio el capitán del Havana.
“Fue una persona crucial en nuestra evacuación y no habíamos sabido reconocerle. Por eso estábamos en deuda con él”. Vicente explica que eran niños y ni siquiera repararon en aquel capitán que cruzó con ellos el mar y puso millas de distancia con las bombas.
Fue cuando pensaban disolver la asociación cuando “una señora catedrática de Filología Hispánica en Burdeos nos mandó un mensaje diciendo si podía acudir porque tenía con ella al nieto y al biznieto del capitán del Havana. Fue un descubrimiento para nosotros”.
Y así, es como relata Vicente que cree que pudieron agradecer a Ricardo Fernández, capitán del Havana, la valentía de llevar a aquellos 4.000 niños, maestras y auxiliares lejos de la guerra.
Han pasado muchos años, tantos como para conmemorar el 84 aniversario del bombardeo de la villa y la posterior evacuación de los niños pero la memoria sigue viva en los supervivientes que como Vicente viven ahora sin miedo el presente a pesar de que una pandemia haya puesto en jaque a toda la sociedad.
“Mis peores recuerdos son de cuando volvimos a Bilbao y pasaban los aviones”
“No he tenido miedo a esta pandemia, sí respeto pero no miedo después de lo vivido”
Niño exiliado