emos perdido a familiares y amigos, empleos, libertad. Vemos el mundo asomados a una mascarilla, a través de una visera empañada de incertidumbre y miedo. Pero, ¿en qué hemos cambiado como sociedad? Expertos de distintos ámbitos reflexionan sobre esta incógnita medio año después de que se decretara el estado de alarma.
Dice Jon Leonardo, catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto, que en estos últimos seis meses "la incertidumbre y el miedo se han apoderado" de la ciudadanía y "están amenazando la convivencia en una sociedad democrática" que debería sustentarse sobre "la confianza en el otro". Fruto de ese miedo, prendido por la pandemia y avivado por "una profunda reestructuración económica que pone en riesgo el bienestar de la sociedad", esta se ha retraído. "Se ha producido un abandono de la socialización basada en el contacto, en la relación personal. Se ha incrementado el temor al otro y eso está teniendo enormes consecuencias en todos los aspectos de la vida", advierte. Incluido el ámbito educativo. "Me parece una sinrazón la regulación que afecta al rol de los niños obligándoles a llevar máscaras, no teniendo relación con los otros... No sabemos el coste que eso va a tener a medio plazo. El problema es que no estamos dispuestos a pagar un coste razonable en términos de salud por desarrollar comportamientos educativos absolutamente necesarios", lamenta.
Puestos a analizar el impacto de la pandemia en la esfera económica, explica que "la vida social está sustentada sobre un consumo generalizado de ocio y actividades culturales, que se ha visto seriamente lesionado" y que en Euskadi es "determinante" por su "importante repercusión económica". De ahí la encrucijada en la que nos vemos inmersos. "No sabemos qué cuota tenemos que dedicar a la salud y qué cuota a mantener la economía, por lo que estamos en una especie de equilibrio inestable. Si permitimos ciertas actividades de ocio, repercute sobre la pandemia. Si no, se nos cae este sector, del que depende el porvenir de muchas familias, y ahí estamos jugando en una situación de incertidumbre", expone.
Aunque "la receta está clara" y no es otra que "el desarrollo sostenible", llevarlo a la práctica, admite, "supone cambiar el rumbo de la actividad económica 180 grados, tiene sus ganadores y perdedores y ahí estamos atrapados". A este cóctel de zozobra hay que añadir el impacto de la inteligencia artificial, la robótica... "La pandemia se junta con un cambio tecnológico que genera una incertidumbre y una retracción de la sociedad con miedo a ver qué va a pasar", concluye.
Con un goteo incesante de víctimas, que durante el pico sacudió a borbotones estadísticas y conciencias, la muerte se ha colado en los hogares día sí, día también. "La idea de hacer testamento vital, de que hay que aprender a morir y de que vivir a cualquier precio no es el objetivo de muchas personas se está debatiendo cada vez más", señala Iñaki Olaizola, antropólogo y miembro de la asociación Derecho a Morir Dignamente.
Pacientes que han muerto en soledad, mayores abandonados a su suerte... "Las residencias ya tenían muchos déficits, pero ahora se han exteriorizado. Somos una sociedad que enfatiza demasiado la prolongación de la vida sin analizar su calidad. En condiciones adversas, como estas, disminuyen la calidad de la vida y la calidad de la muerte", sostiene. Respecto a "las medidas sanitarias que se hayan podido tomar" cuando los hospitales estaban colapsados, entiende que "no se pueden ocupar los recursos sanitarios con personas que tienen pocas posibilidades de éxito". En este sentido, añade que hay quienes, "en una situación muy delicada de salud, igual lo que quieren es que, en vez de llevarlos a la UCI, les ayuden a morir".
Partidario de que, de confinar a alguien, sea "a las personas mayores, porque somos los que más riesgo tenemos, y que la gente más joven y productiva sea la que tire de la sociedad", Olaizola se hace eco de cómo muchos ciudadanos, tras el "obligadísimo" confinamiento, han optado por "asumir cierto riesgo" para poder retomar "con cautela" el contacto con su entorno más próximo.
Teletrabajar, charlar por videoconferencia con familiares y amigos, darse atracones de series, consultar las normativas de última hora... "La tecnología ha jugado un papel clave en el confinamiento, pero, al usarla de modo intensivo, también ha podido provocar cierta sensación de desasosiego y empacho. Eso nos hace pensar que hay vida más allá de la tecnología y juzgarla de una manera más critica", explica Charo Sádaba, doctora en Comunicación y profesora titular de Publicidad en la Universidad de Navarra. Móviles, tabletas, ordenadores... Los dispositivos, por mucho que sean de última generación, dice, "no satisfacen al 100% nuestras necesidades". "La proximidad física, las manifestaciones de afecto cercanas, el rato de conversación con alguien del trabajo€ nos vinculan a los demás de un modo único", afirma y reitera que, aunque "la tecnología ha afianzado su posición en nuestras vidas, también ha generado inconvenientes que antes quizá no sentíamos".
Referente en la investigación sobre la tecnología en niños y adolescentes, Sádaba reconoce que esta ha sido "vital para poder mantener un vínculo con el entorno escolar", pero "esa saturación se ha visto más agravada en los más pequeños, que han estado conectados muchas horas al día porque no había posibilidad de hacer algo más". Ahora que sí es posible, dice, "está en manos de padres y madres asegurar que se logra una vida más equilibrada, porque esta convivencia con la tecnología en el ámbito educativo ha llegado para quedarse por un tiempo largo. Quizá para siempre".
Tras calificar de "encomiable" el esfuerzo realizado por los profesionales de los medios, Sádaba considera, respecto al "contenido", que "se abusa de mensajes que generan alarma y que en ocasiones la prisa ha llevado a no valorar la difusión de eventos, hechos o incluso noticias que han acabado siendo dañinas o incluso falsas".
Desde que se decretó el estado de alarma la médico nutricionista Miren Marín cuenta que están "observando más obsesiones, un incremento del estrés y miedo a salir de casa y al contacto social". Todo, afirma, "debido a la amenaza" del coronavirus "que nos mantiene en alerta y despierta actitudes de desconfianza, sobre todo, hacia personas desconocidas". Por si fuera poco, han detectado "un aumento de peso en todos los colectivos, consecuencia del aumento de la ingesta de dulces, refrescos, alcohol y aperitivos".
Aunque ahora "nos alimentamos mejor que hace seis meses", los niveles de ansiedad continúan reflejándose en lo que nos llevamos a la boca. "El estrés mantenido provoca una pulsión mayor hacia los dulces y alimentos procesados. En el caso de que lo sufran los y las menores, según diversos estudios, van a tener una mayor preferencia por los dulces en el futuro, pudiendo ser origen de algunas patologías, como obesidad, hipertensión o diabetes". La pérdida de empleo o la reducción de ingresos por los ERTE también se deja notar en el menú. "El bajo poder adquisitivo obliga a consumir alimentos más calóricos y baratos, lo que conllevará un mayor aumento de peso y otros problemas de salud, que pueden ser especialmente graves en la infancia. Comer bien sale caro, pero es posible llevar una dieta sana si alguien nos enseña cómo hacerlo", alienta.
Con la vista puesta en el carrito de la compra, Koldo Nabaskues, presidente de la asociación de personas consumidoras EKA/ACUV, señala que en este medio año "se ha disparado la demanda de marcas blancas y de los productos básicos". No obstante, el consumo, en general, "ha bajado, no solo en alimentación, sino también en bazar, textil, confección, en parte por la situación económica y en parte porque los comercios han estado cerrados". Como gasto "inasumible" se refiere al de las mascarillas. "Con la vuelta al cole, supone del orden de 300 euros por niño", censura y reclama su gratuidad "en el sector escolar" por su mella en "la economía familiar".
Sin olvidarse de la hostelería, que "está sufriendo gravemente", comenta que, "desde el punto de vista social, la pandemia ha restringido muchísimo los viajes, el turismo...". De hecho, indica, "las mayores reclamaciones han tenido que ver con la anulación de viajes", ya que "las compañías, en general, no están devolviendo el dinero, como es su obligación, sino ofreciendo un bono". Ante el nubarrón que se avecina, Nabaskues insta a reflexionar sobre si "hemos sido capaces de restringir el consumo de una forma racional porque el de telefonía, por ejemplo, se ha disparado. ¿Somos conscientes de que cuesta dinero y de que no tiene tanta importancia? Gastamos mucho y la economía va para largo con una gran recesión. ¿Entendemos que hay que ahorrar?"