donostia - El último caso se ha conocido la semana pasada. La Fiscalía de Gipuzkoa y la acusación particular, que ejerce la víctima, reclaman diez años de cárcel para un hombre acusado de abusar de su hija adoptiva e hija biológica de su compañera sentimental, en Hernani entre 2015 y 2017, cuando la niña tenía entre diez y once años. El procesado aprovechaba los momentos en los que la progenitora se marchaba al trabajo para mantener "contactos físicos de índole sexual" con la pequeña. Entre un 10 y un 20% de la población vasca ha sufrido algún tipo de abuso durante su infancia. En el Estado cada tres horas se denuncia un caso, aunque el 70% no supera siquiera la fase de investigación. "Incluso conocemos párrocos que, tras ser denunciados, han recibido homenajes", denuncia Carmen Escudero, directora de Garaitza, asociación vasca que ofrece tratamiento a quienes han sufrido abuso sexual y maltrato en la infancia. Los abusadores han campado a sus anchas porque "nadie quería creer".
¿La sociedad comienza a hacerlo?
-Llevamos muchos años trabajando, tanto con víctimas como con agresores. Este tiempo nos ha permitido observar que lo que en 2006 era impensable se ha convertido en una realidad y comienza a visibilizarse. Se percibe una creciente sensibilización...
Pero la estadística revela que se sigue mirando hacia otro lado...
-Sin duda. Solamente el 2% de los abusos se descubren mientras están ocurriendo. Es un dato muy elocuente. Es complicado darse cuenta de lo que sucede, más siendo un menor al que se le trata de hacer ver que son normales esas conductas de las que es objeto. Al igual que sucedió con la violencia de género, cuando en otro tiempo la sociedad era capaz de justificarla, los abusos en la infancia comienzan a recorrer ese camino, pero queda mucho por andar.
Se habla de entidades religiosas, centros escolares y grupos de tiempo libre, pero casi todos los casos se producen en el entorno familiar, del que casi nunca se sospecha?
-Sí, en realidad los casos más mediáticos tan solo suponen el 10% de los abusos en la infancia. El 90% se producen en un contexto intrafamiliar, aspecto que pocas veces se resalta. Estamos hablando de maltratadores, hombres principalmente, pero sin olvidar que hay un 13% de mujeres que también son agresoras sexuales.
¿Qué tipo de parentesto tienen?
-El padre es el principal agresor, pero también hay tíos, hermanos mayores y abuelos. En un porcentaje muy elevado varones, pero sin olvidar que en ese entorno familiar también hay mujeres que agreden sexualmente.
¿Es habitual negarse los hechos como mecanismo de defensa, ante el temor a romper la familia?
-No es exactamente así, porque eso supondría dar por sentado ser consciente de lo que está ocurriendo. En realidad el menor, desde que nace, está viviendo el maltrato y el abuso sexual como algo normalizado. Por eso no es del todo consciente de lo que está ocurriendo, ni del daño futuro que le va a ocasionar esa vivencia. Solo cuando llega a la adolescencia despierta a la realidad y se da cuenta de eso que vivió, que no lo deseaba y le hacía daño, no ocurre en otros hogares como creía.
¿La adolescencia es la etapa que marca el punto de inflexión?
-Sí. A partir de los doce años comienza a despertarse esa conciencia, la preocupación por algo que comienza a generar tanto malestar. Suele ser habitual que en una familia con dos hermanas, cuando una de ellas cumple cierta edad deja de ser objeto de agresiones, y la mirada del abusador pase a dirigirse a la más pequeña para seguir lastrando su infancia sin levantar sospechas.
¿Es habitual que las víctimas sientan culpabilidad y vergüenza?
-Sí, porque no han podido parar toda esa sucesión de hechos. Que una persona comience a sufrir estas agresiones con tres años y viva ese calvario hasta más allá de los doce, inevitablemente, genera culpa y vergüenza. La manipulación que ejerce el agresor va dirigida precisamente en esa línea, que el niño o la niña se vea tan involucrado en el juego que incluso se sienta responsable de lo que está ocurriendo. El agresor deposita en el menor la culpa, la vergüenza y la responsabilidad de lo que hace. Las víctimas, ante ello, están absolutamente indefensas, generándoles a largo plazo daños físicos y emocionales.
¿Cómo afecta en la madurez?
-Tiene un impacto directo en las tres áreas de la persona: la social, familiar y laboral.
Ha comentado que trabajan también con agresores. ¿Presentan algún tipo de patología?
-No, ni muchísimo menos. En realidad, hemos trabajado con pocos agresores porque son pocos quienes entienden que necesitan buscar ayuda. Es habitual que digan: "Yo no tengo la culpa, es el niño o la niña quien se me acerca y me provoca". "No tengo más remedio que hacerlo porque me siento acosado por la menor". Son testimonios de muchos curas, a los que hemos escuchado auténticas barbaridades. Eso no es cierto, porque el adulto siempre es el responsable y sabe lo que está ocurriendo. No así el menor, que no entiende nada.
Dice que estos agresores no presentan patología alguna, ¿pero por qué incurren en esas prácticas?
-No pongo la mirada tanto en el agresor sino en el modelo de funcionamiento que tenemos como sociedad. Esto va más allá de que alguien no controle sus impulsos. No hay más que recordar esa ley del siglo XIX según la cual el hombre era amo y señor de todo aquello que hubiere en su hogar, incluyendo a mujeres, niños, animales y criados. Es decir, como amo y señor hago lo que quiero con lo tengo dentro de mi casa. Estamos hablando de un abuso de poder por el cual hay personas que cogen una escopeta y matan a sus mujeres. ¿Por qué? Porque creen que es su propiedad. ¿Tiene patología mental? Habitualmente no. Es más bien el resultado de esa sociedad que da carta de naturaleza a un abuso de poder que, en el caso infantil, es más que evidente.
¿En qué situación se encuentran las personas que acuden a la asociación?
-Para cuando vienen a Garaitza ya saben para qué y por qué acuden. Al menos, tienen un mínimo de conciencia de lo ocurrido, aunque puede que presenten amnesia de infancia, algo que ocurre en el 40% de los casos. De alguna manera, saben que hay algo que no funciona, aunque otros usuarios que lo tienen clarísimo. Muchos no cuentan todo lo que ocurrió, algo que es lógico y normal porque es la primera vez que se sientan a relatar en voz alta ese tormento interno que tanto tiempo ha estado oculto. Compartir es exponerse, y sienten muchísima vergüenza porque no saben si quien les escucha les juzgará, como llevan haciendo ellos consigo mismo durante tanto tiempo.
¿Qué ocurre cuando se derrumba el muro de contención emocional?
-El abuso sexual infantil genera muchísimas secuelas y frena todo el desarrollo normal que debería tener un niño o una niña. Cuando se aborda, afloran dificultades de relación, problemas de alimentación, adicciones, falta autoestima? Hay culpa e ira, y surgen muchos problemas laborales porque resulta muy difícil mantener un trabajo estable. Hay quienes acaban su etapa escolar o académica sin mayores contratiempos pero padecen otros problemas en otros ámbitos.
¿Conoce a muchos afectados?
-Durante la última década hemos atendido a unas 3.500 personas. El mayor número de usuarios proviene de los tres territorios de Euskadi aunque también atendemos, entre otros, a afectados de Burgos o Navarra. Si tenemos en cuenta el servio vía Skype, ahí se dispara el número de atenciones. Normalmente son personas nacidas en el País Vasco que se han marchado, porque una de las secuelas del abuso es huir. Tanta culpa y vergüenza genera una gran incapacidad para permanecer en el sitio.
¿Qué hay tras esa vergüenza?
-Es que son personas que están conviviendo con su agresor o agresora. Por eso son tan habituales los desplazamientos geográficos. Lo curioso es que están viviendo en el extranjero, en países como Alemania, Inglaterra o Estados Unidos, pero luego buscan ayuda en Euskadi.
El pasado no se puede cambiar. ¿Es complicado dotar de herramientas a estas personas para que aprendan a convivir con ello?
-Cuesta, para qué vamos a engañarnos. Aceptar lo que vivimos es imprescindible, pero sobre todo poner la mirada en el daño, porque lo que ocurrió no lo vamos a poder modificar, pero sí podemos cambiar la forma en la que vivimos. Es algo que todos tenemos que tener clarísimos, sobre lo cual es muy importante que incidan los medios de comunicación. Hay que decir bien claro que a pesar del abuso infantil se puede llegar a tener una vida digna. No puedo cambiar lo que ocurrió, pero sí modificar el daño que me hicieron.
¿Reconforta hacerles saber que quien debería esconderse es el abusador y no el abusado?
-Sin duda, pero para lograrlo todavía es un poco pronto y hacen falta cambios sociales.
¿En qué dirección?
-De entrada, es muy importante poner la mirada en el agresor y no tanto en la víctima. Realmente en un juicio a quien se enjuicia es a la víctima, a la denunciante, que parece la sospechosa, y no al agresor.
¿El abuso sexual puede prescribir?
-Jamás debería prescribir porque lo que ocurrió nunca lo hará y perdura. Lo más justo sería que la víctima, al margen de su edad y de los años que hayan pasado, tenga derecho a denunciar. Al margen del tiempo transcurrido, necesitan contarlo y nadie puede arrebatarles su derecho a interponer una denuncia, incluso aunque el agresor haya muerto ya. Es una forma de validar semejante experiencia.
¿Hace falta más formación en los órganos judiciales para evitar una doble victimización?
-Sin duda, en todos los estamentos. Estamos a años luz de tratar a las víctimas de abusos sexuales en la infancia con el cuidado y respeto que merecen. El abuso tiene una connotación concreta que parece reducir la carga punitiva. Estamos ante una violación de los derechos humanos en tanto en cuanto esos abusos impiden el normal desarrollo de sus vidas. Da igual que no haya habido penetración. Es terrorismo. Lo que los niños viven en sus hogares es inaceptable, supone vivir en un estado de sitio, en un estado de guerra.¿Y qué falta para que la sociedad reaccione?
-Un cambio de mirada. Hemos visto que en la sociedad vasca, como en tantos otros lugares, se exculpa al agresor, tanto en centros escolares como en el seno de la Iglesia. Conocemos casos de párrocos que, tras conocerse sus abusos, han sido homenajeados. Como sociedad no tenemos conciencia del daño que se hace a un niño cuando es agredido sexualmente. Educamos a los niños para que sepan relacionarse a nivel social y laboral pero no tenemos en cuenta que hay una parte íntima que hay que cuidar.
¿Está enferma una sociedad que no cuida de sus menores?
-Claro, y está abocada a sufrir problemas en el futuro. Esos problemas con el tiempo van a generar más daño, porque en el interior de estas personas anida la ira y la culpa. Una menor victimizada sexualmente va a quedar traumatizada en su edad adulta, y nadie se da cuenta de ello.
La declaración del menor suele ser la principal prueba de cargo. ¿Percibe una correcta escucha de los menores?
-Los niños no tienen porqué repetir su declaración un sinfín de ocasiones. ¿Por qué tienen que acudir a un juicio cuando ya existe una grabación? Aunque sea detrás de un biombo, pasan mucho miedo. Si una persona adulta está aterrada, ¿qué puede sentir un niño o una niña? Es una desprotección total y absoluta.
Se ha debatido largo y tendido sobre cómo informar sobre el suicidio, y hay una corriente de opinión creciente que defiende abordar con responsabilidad una realidad que no se puede seguir ocultando. ¿En este caso ocurre algo parecido?
-Sin duda. Por cierto, una de las principales razones que hay tras un porcentaje muy elevado de suicidios es precisamente el abuso sexual. Vuelvo a insistir en que la problemática que genera es brutal.
¿Qué valoración hace de la ponencia creada en el Parlamento Vasco para investigar y prevenir casos de abusos sexuales en la infancia?
-Se está entrevistando a expertos y todavía no han comenzado a recabar testimonios de las víctimas. El Parlamento se lo está tomando muy en serio, pero hacen faltan meses para concluir todo el trabajo. Hay mucha gente involucrada, y espero que el resultado sea positivo.