Iruñea - Por fin un pequeño margen para arrimarse al peligro. Aire entre bicho y bicho -sin alardes, el justo- que otorga sentido a la descarga de adrenalina. Los victorianos, como acostumbran en su cita con la baldosa de Iruñea, salieron ayer disparados rumbo a Santo Domingo, después de que un pequeño grupo de corredores realizaran una sentada en protesta por las condiciones en que se corren los encierros, con cabestros demasiado veloces y un antideslizante que da seguridad, pero resta emoción. Ayer en los escoltas titulares de las reses bravas -son quince los animales dispuestos para este cometido por la ganadería El Uno- no figuraban ni Messi ni Cristiano, los dos bueyes que lideran la manada de cabestros.

El caso es que los ejemplares de Guadalix de la Sierra, cinco negros y un castaño, el más gordo 105 kilos mejor comido que el de menor apetito -se movían entre los 500 y los 605 kilos-, avisaron enseguida de que sus pisadas van acompañadas de riesgo. Por mucho que al encierro se le achaque falta de emoción y algunos mozos pongan su culo en el suelo en señal de protesta, nadie aguanta sentado cuando los toros anuncian su presencia. Los protagonistas de la carrera siguen siendo animales bravos, moles extraordinariamente armadas. Casi alcanzada la cima de Santo Domingo dieron los sustos iniciales de la jornada a derecha e izquierda. Primero arrollando a un grupete agolpado junto a la pared, embiste que mandó al hospital al iruindarra Iñaki García Chacón, corredor habitual de 54 años, con politraumatismo, tres costillas rotas y una fractura en el omóplato. Un buen chandrío. Porque esto va en serio. Después un victoriano rozó a un mozo con el cuerno en el lateral de la Casa Consistorial. Susto, previsible palomino en el calzoncillo como mayor disgusto y listo.

Superada la plaza consistorial, el muro que marca la frontera entre Mercaderes y Estafeta ni se enteró del discurrir de la torada. Otra exitosa jornada laboral del antideslizante para enfado de muchos, y ya son incontables en sus quince años de tajo a ras de suelo. Hasta ese punto el guion era calcado al de las cuatro fechas anteriores, en una nueva llamada al bostezo general de público y mocerío. Pero fue entonces, especialmente a partir del segundo tramo de la calle más famosa del recorrido, cuando la manada se expuso, se abrió un poco y dejó correr. Huecos muy solicitados por los aficionados a esta locura, que tiraron de piernas para lucirse unos segundos en la cara de toros veloces a rabiar. Hubo golpes y tropiezos por todas partes. Como siempre que se mezclan en un mismo escenario humano y cuadrúpedo. Y se vieron carreras bonitas, bendita novedad en un 2019 caracterizado por el galope hermanado.

La cornada del día Ya en el tramo de Telefónica, con la manada estirada, se produjo la única cornada del día. Said Antón Gutiérrez se tropezó con otro mozo y, junto con un corredor habitual, se fue al suelo en la misma frente del cinqueño Cóndor, que le pilló con el brazo derecho estirado y desgarró la extremidad del valenciano en una imagen espeluznante. Todavía quedaba tiempo para pasar más miedo. En la bajada al callejón dos jóvenes se enzarzaban con el clásico quítate tú para ponerme yo. Y el castaño claro Curioso, 605 kilos le contemplaban, resolvió la discusión por la vía rápida. Mandó como castigo a los dos al suelo, propinándole a uno de ellos un contundente empellón en la cara con la pala del cuerno. No cuenta como herida por asta, pero seguro que duele lo suyo. Y menos mal que el burel no quiso ser más curioso ni entrar al trapo, porque si pone de su parte, cuerno mediante, la narración no se hubiera quedado en anécdota. Suerte o capotico del santo.

Así fueron llegando los toros a la plaza, de forma escalonada. Dos toros primero acompañados por tres cabestros, otros dos más tarde y dos más al final. El coso iruindarra deparaba un último susto. Un insensato se acercó a Exótico y le agarró del lomo como si se tratara de un amable corderito. Por si fuera poco, grababa su proeza con el teléfono móvil para que familiares y amigos pudieran contemplar después la generosidad de la estupidez humana. Su gesto provocó que el animal se despistara cuando iba bien enfilado hacia toriles, amenazando con campar a sus anchas en una plaza a rebosar de corredores desprotegidos. Peligrosísimo. Pero los dobladores volvieron a estar a la altura y deshicieron el entuerto. Y la Policía cazó al infractor, de nacionalidad argentina, que en su visita a San Fermín dejará una merecida propina de 1.000 euros. El encierro termino así, parando el cronómetro en dos minutos y 49 segundos, el más largo de la campaña. Tiempo que tiene trampa porque solo la distracción de este victoriano en la plaza dilató una carrera de nuevo vertiginosa. Por fin con algo de espacio.