En el folleto de la Asociación de Familias de Menores Transexuales se indica que “la transexualidad no es ni una enfermedad ni un trastorno. Tampoco es una decisión o una elección. Es un hecho más de la diversidad humana”. Y se añade: “Lo que un niño o una niña en esta situación necesita, como todos los demás, es que su entorno sea capaz de escucharle, de aceptarle y de amarle tal y como es”.

Nerea, Laura y Kimetz, así como sus familias, son tres ejemplos de esa realidad que habla de respeto a la identidad sexual de los niños y niñas y a su derecho a tener una infancia y una adolescencia siendo quienes verdaderamente son.

Nerea

Nerea tiene ahora 6 años. Ixone, su madre, dice que con apenas dos años, poco después de empezar a hablar, ya hizo su declaración de intenciones. “Nos hacía preguntas como ¿cuándo se me va a caer el pitilín? Porque a las niñas se les cae y yo soy una niña. Siempre mostró preferencia por los juegos que en esta sociedad asociamos con las niñas, las muñecas, las princesas, disfrazarse con vestidos? eso desde siempre. Pensábamos que era un niño al que le gustaban esos juegos, pero la cosa iba a más, a más? No sabíamos qué pensar. A los cuatro años fue cuando hizo el tránsito”.

Para llegar a realizar ese “tránsito” la mayoría de las familias necesitan información y apoyo de otras personas que conozcan la realidad de la transexualidad infantil y que, en muchos casos, ya han pasado por esa situación. “Hace año y medio, cuando me vi en esta situación, cuando comprendí que no era una fase ni un niño al que le gustaba ponerse vestidos, que había algo más, no tenía mucha información. Sientes que esto solo te pasa a ti, no sabes a quien recurrir, cómo ayudar a tu hija, cómo hacer con el colegio, cómo abordarlo, todo son dudas. Así que, en parte por la necesidad de que alguien me orientase, y en parte por sentirme comprendida, acudí a la Asociación de Familias de Menores Transexuales. Porque ni psicólogos, ni pediatras, ni las andereños del cole, nadie sabía qué hacer o cómo ayudar a mi hija. Unirnos a Chrysallis fue una necesidad, pero también algo muy conveniente, porque necesitamos sentirnos acompañados, comprendidos, escuchados y acogidos”, explica Ixone sobre los motivos que le llevaron hasta la asociación. “Pude hablar con otras amatxus -añade- y enseguida pude ver que teníamos muchas cosas en común. Ves que no estás sola y eso consuela y calma muchos miedos”.

Ixone reconoce como su mayor problema “la soledad, la falta de información, porque íbamos al pediatra y no sabía cómo orientarnos, a pesar de su buena voluntad, fuimos a hablar con una psicóloga que en vez de ayudarnos hizo todo lo contrario, porque desconocía esta realidad. Y luego están las trabas legales para cambiar el nombre? Eso es todo un mundo”.

Kimetz

Bego es la madre de Kimetz, que ahora tiene 17 años. “Me lo dijo con 15 años porque ya no aguantaba más, pero dice que él lo sabía desde los 6 años. Sabía que era un chico aunque no lo veía normal, pensaba que estaba loco, creía que no podía ser. En cuanto me lo dijo le noté un cambio grandísimo porque yo veía que no era feliz, no salía, no tenía amigos, estábamos todo el día en el médico, no sabía qué le pasaba, pero fue decírmelo y cambiar completamente: le notabas una felicidad que antes no tenía, ahora tiene un montón de amigos, le han aceptado super bien en el instituto y en todas partes”, rememora Bego.

La madre de Kimetz también reconoce que el anuncio de su hijo la dejó un poco “descolocada”, sobre todo por la falta de información, ese “no saber qué hacer” común en muchas familias. Cuando Bego se acercó a Chrysallis hacía poco tiempo que Ekai, un joven de Ondarroa, se había quitado la vida al no haber conseguido un tratamiento hormonal que frenase su pubertad. “Parece que siempre tiene que pasar una desgracia para que todo avance o haya más sensibilidad”, reflexiona Bego tras constatar que la muerte de Ekai cambió algunas cosas y eso benefició a su hijo: “Kimetz me lo dijo en febrero, estuvimos en psiquiatría, porque tienes que pasar por ahí, y la primera consulta con el endocrino fue el 8 de mayo, se congeló los óvulos el 28 de junio y a finales de agosto le empezaron a hormonar, fue muy rápido porque antes los chavales estaban un año o más yendo al psiquiatra. En ningún momento le han cuestionado que sea un chico ni nada, en ese sentido todo ha funcionado bien”.

Preguntada por la reacción de la sociedad, de los ámbitos familiares o escolares, de los más allegados a los chicos y chicas transexuales, Bego habla de su experiencia y recuerda cuando Kimetz le pidió que dijera “a todo el mundo que era un chico, que quería que le trataran como a un chico pero que no le preguntaran nada”. Supongo -dice- que no quería dar explicaciones”. En el día a día “no ha tenido problemas, nadie le ha faltado al respeto, y si alguien lo hiciera Kimetz se reiría de la falta de información de esa persona y es que hay mucha ignorancia”. Se refiere Bego a esas personas que piensan en la transexualidad como una patología, “personas que te aconsejan consultar con especialistas o pedir una segunda opinión” y reconoce que todavía “cuando nace un niño o niña miramos entre las piernas en lugar de mirar en su corazón”. Según Bego, “lo que peor ha llevado Kimetz es que antes cantaba genial y ahora con las hormonas le ha cambiado la voz y eso le asustó un poco pero ahora está aprendiendo a cantar otra vez, porque la música es su vida”.

Laura

Vanessa cuenta que Laura, su hija de 16 años, “empezó el tránsito cuando tenía 11 años, casi 12”. Explica que “al principio piensas que es un niño con mogollón de pluma y ahí queda el tema, pero veíamos que cada vez demandaba más cosas, juguetes, ropa, se metía en el armario de su hermana para ponerse su ropa. Quería vestirse de chica y decía que no le importaba lo que pudieran decir. Si se meten conmigo igualmente, ¿qué más da? nos decía”.

En el caso de Laura, como en el de Kimetz, el tránsito a su verdadera identidad sexual supuso un cambio radical en su estado de ánimo. “En clase iba justita, le costaba, pero en cuanto hizo el tránsito aprobó por primera vez en su vida. Nunca había estado tan contenta. Antes se arrancaba el pelo, por los nervios, se daba golpes, no estaba feliz con ella misma, veía a su hermana y le preguntaba por qué ella no podía ser así. La verdad es que ha sufrido, pero a la vez en casa ha tenido mucho apoyo y mucho respeto y eso le ha ayudado. En la calle no se sentía comprendida, pero en casa sí. En casa no había límites, se ponía ropa de chica, trapos en el pelo para simular tenerlo largo, se maquillaba. Todo eso se lo hemos respetado. Para ella era un poco como llevar una doble vida. Ahora lo piensas y dices ¡qué duro!”, cuenta Vanessa.

Laura, que ahora reside en Bilbao con su familia, vivió todo este proceso de tránsito en un pueblo de Valladolid. “Una tía mía me envió el documental El sexo sentido -explica Vanessa- y cuando lo vi comprobé que los menores pueden ser transexuales. Mi miedo era que, como se trataba de un menor, legalmente no se pudiera, pero sí se puede. Así, fuimos haciendo cada vez más cambio, mas cambio... y con 11 para cumplir Laura 12 hizo el tránsito. En el colegio me decían pero mañana no vendrá con falda, ¿no? Porque los niños se tienen que adaptar y yo les respondía que los niños saben mejor que nadie todo lo que hay porque Laura en un cumpleaños ya dijo que era una chica y que quería tener amigos que la respetaran”.

Para resolver dudas y encontrar ayuda Vanessa contactó “con Chrysallis, la asociación estatal, les expliqué lo que pasaba y me dijeron que se podía hacer el tránsito. También me reconocieron que no hay muchas madres que acepten tan rápido la situación y lo pongan tan fácil. Pero es que lo único que yo quería es que mi hija fuera feliz. Lo piensas y ves que bastante jodida es la vida para cualquier persona, porque si eres gordo, delgado, bajo, alto? bastante complicado es todo como para que encima se lo compliquemos más, porque no son los genitales los que nos dicen lo que somos o lo que tenemos que ser”.