Do pobachennia”. Un hasta pronto agridulce resonaba ayer en el aeropuerto de Bilbao. Los 42 niños ucranianos que han pasado las navidades en Euskadi regresaron ayer a sus casas, entre la alegría de reencontrarse con sus familias y la tristeza de despedirse de las que ya consideran como suyas. “Aunque ya estamos acostumbradas a estas despedidas, nos deja mucho vacío en casa”, reconocía Begoña Azkue, de Asteasu, que ha acogido por segundo invierno a Diana Chebchenko, al que se suman tres veranos. Su hermana mayor, ya adolescente, ha pasado también seis vacaciones estivales aquí. “Es una familia de seis niños, la madre está sola y tienen muchas necesidades”, explicaba. Diana se reunió en el aeropuerto con sus primas, Llana Kuchai y Anastasia Synefarm. “Me encanta y el próximo año quiero venir a estudiar aquí”, relataba.
La asociación Chernobil lleva siete años trayendo también en Navidad a niños de las zonas más afectadas por el accidente de la central nuclear, como un complemento a las estancias de dos meses de verano, que siguen siendo las principales, con cerca de doscientos menores. “Surgió de un grupo de familias que les solía traer por su cuenta. Hubo un cambio de legislación que prohibió los permisos particulares y la asociación decidió hacer un programa específico para invierno”, explicaba Marian Izagirre, presidenta de la asociación. Además de los evidentes lazos afectivos que se tejen entre ellos, Izagirre destaca también el beneficio, a nivel de salud, que supone para estos pequeños, de entre 6 y 14 años, salir del entorno contaminado: “Venir hace que su cuerpo sea capaz de regenerar suficientes defensas para llevar una vida sana”.
Peio Izko ha acogido a Llana en su casa de Iruñea por tercer año. “Ella se va contenta porque tiene ganas de ver a su madre y a sus hermanas pero a la vez con pena, porque son ya tres años y es parte de la familia”, explica. “Vimos que necesitaban familias, dimos el paso y hasta hoy; ahora estamos emocionalmente enganchados, no le puedes cerrar la puerta”, reconocía. Muy cerca, Sasha Menlik correteaba junto a su hermano, Martin Aranzibia. “Port Aventura”, sonreía travieso cuando se le preguntaba qué es lo que más le había gustado de su estancia, la segunda en casa de Iñaki Ayastuy, en Bergara. Karina Starovoitenko lleva también seis años viniendo a casa de Ángel Sánchez, de Eskoriatza, que se desenvuelve perfectamente en euskera con su hermana Sara. “Mejor que en castellano”, apuntaba Ángel. Janire Larrazabal, Iñigo Elejalde e Izaro Mellado se despedían de Nastya Roschina, de nueve años, que llegó a sus vidas el verano pasado. “Llevo muchos años acogiendo niños y, tras un parón, lo hemos retomado. Izaro también lo pedía; está acostumbrada a compartir esos veranos”, contaba Janire.