Madrid - La Guardia Civil tuvo claro desde el principio que Bernardo Montoya era el sospechoso “con mayúsculas” de la desaparición en El Campillo (Huelva) de Laura Luelmo, que murió esa misma noche tras ser golpeada por su asesino contra el suelo en la vivienda de este, donde permaneció poco tiempo. Catorce días después de la desaparición de la joven profesora zamorana, de 26 años, el coronel jefe de la Comandancia del instituto armado de Huelva, Ezequiel Romero, y el teniente coronel de la Unidad Central Operativa (UCO) Jesús García Fustel ofrecieron algunos detalles de la investigación del caso, aún no culminada.
Tampoco lo está la autopsia definitiva, por lo que todavía no puede concretarse el momento exacto de la muerte de la joven, si bien los investigadores creen que falleció la noche del 12, el mismo día que desapareció. Piensan también que la víctima permaneció poco tiempo en la casa de Montoya y que este la llevó enseguida, probablemente dentro del maletero de su coche, hasta un paraje de jaras, a entre 5 y 10 kilómetros de distancia de la vivienda, y pudo ser allí donde agredió sexualmente a la joven, que podría haber estado inconsciente.
Fue el día 12 a las 16.22 horas cuando Laura Luelmo envió último mensaje de WhastApp a su novio, en el que le decía que a lo mejor saldría a caminar si no hacía mucho viento. Aunque en los últimos días se había publicado que la profesora -que hacía una suplencia en el instituto de Nerva- salió a hacer running, los investigadores señalaron que, en todo caso, sería a caminar porque por prescripción médica no podía correr.
En el supermercado Sí se constató también que a las 17.20, como figura en el ticket, la joven compró varias cosas en un supermercado -huevos, agua y patatas fritas- y que en torno a las 18.10 aproximadamente un vecino vio el coche de Montoya en la puerta de su casa con el maletero abierto. En esa franja horaria fue cuando probablemente Montoya, que confesó que le había gustado Laura, vio a la joven con la bolsa del supermercado y a la fuerza se la llevó a su vivienda, en cuya entrada había dejado un brasero picón.
Según el relato del propio agresor a los investigadores, ya dentro de la casa le ató las manos por detrás, le tapó la boca con cinta y la tiró al suelo. Enseguida se dio cuenta de que tenía el brasero fuera, salió a por él y cuando volvió su víctima se levantó y le propinó una patada en el costado. La reacción de Laura enfada a su agresor -un asesino “desorganizado” y con “un alto grado de impulsividad”, en opinión de los investigadores-, la arroja contra el suelo y la golpea en la frente. - Sagrario Ortega