Me da a la nariz que la estadística, las matemáticas, las causalidades y las variantes, en general, no son todo lo concluyentes que se precian de serlo. Y si no, díganme la posibilidad que tenemos en cada jornada de tropezarnos con alguna persona tocanarices o descerebrada a lo largo del día. Porque “el sentido común no es tan común”, como ya dijo Voltaire en un momento de nervios desde su masonería recalcitrante allende la vecina Francia de la Ilustración. En el trabajo, en la tienda, en el patio del colegio, en el súper y, cómo no, en el autobús. Pongamos que si el tres por ciento de las personas tiene intenciones de amargarnos el día, en cada viaje metropolitano ya tenemos la probabilidad de tropezarnos con, al menos, dos de ellas.
-“Si una raqueta de tenis y una pelota juntas cuestan un euro con diez céntimos y la raqueta vale un euro más que la pelota? ¿Cuánto cuesta la pelota?”, me dijo un viajero que planteaba enigmas a diestro y siniestro.
Evidentemente, yo sabía (seguro que ustedes también) que la pelota costaba cinco céntimos y no diez que es lo que contestaba todo el mundo, pero no me daba la gana de responder al señor por pelma.
-“Me parece que usted ha llegado doce centésimas de minuto tarde a la parada, joven?”, protestó otro usuario de edad más avanzada que la reina madre británica.
-“¿Por qué no se ha arrimado a la acera?”, insistió un pasajero que subía a bordo con cierta dificultad sin percatarse de que una furgoneta de reparto y un coche particular colapsaban la parada alegremente. “¡Eso es una excusa barata!”, me recriminó haciendo caso omiso a las explicaciones.
Mentalmente iba contando los seres vivos que ascendían al bus y que desarrollaban una actitud un tanto desagradable, acordándome cómo la media ponderada (que no sabría explicar exactamente lo que es, pero suena bien) se iba acercando a valores superiores a los recogidos en los estudios de sociabilidad.
-“¿No cree usted que sería mejor un recorrido alternativo por el eje del norte en lugar de esta ruta en bucle por el extremo oeste del barrio?”, me cuestionó una chica con gafas de pasta y teléfono cargado con el Google Maps.
El patrón de quisquillosos estaba superando mi línea de tranquilidad.
-“¡Un momento!”, dije levantándome al llegar a la parada término contando el número de usuarios que en ese momento aún portaba en el vehículo. “Sepan todos ustedes que, según las estadísticas, de las veinte personas que viajan ahora mismo en este autobús, diez son la mitad”.
Y me marché asqueado al bar a tomar un café rápido y saciar mis urinarias necesidades, mientras veía las caras de desconcierto del respetable.