Hace diez años, con la llegada del calor, la plaza de Gallarta se llenaba de niños llegados de tierras lejanas para disfrutar los meses del verano con familias del barrio minero. Hoy en día, esa imagen ha desaparecido. A pocos metros de allí se encuentra desde hace veinte años la asociación Bikarte, encargada de traer cada año a menores procedentes de Rusia y Bielorrusia a sus hogares de verano. “Cada vez cuesta más encontrar familias de acogida”, reconoce Amaia Aretxaga, la presidenta. En el mismo sentido, Julio San Román, miembro de Oporrak Bakean, que se encarga de la llegada de niños y niñas saharauis a Euskadi, asegura que “desde hace diez u ocho años se ha ido dando una reducción paulatina”. “En los buenos tiempos venían hasta 550 niños y niñas, este año podrían venir 248”, explica, y asegura que “en Euskadi, el bajón ha sido más paulatino que en otras comunidades”. El plazo de inscripción para las familias interesadas expira hoy, sin embargo, “si llega alguna solicitud a partir de esa fecha no tendríamos problema en tramitarla”, aclara San Román.
Bikarte ha tenido que cerrar la campaña de este verano a finales de febrero. “Este año vienen antes que nunca, el 11 de junio, porque el Mundial de Fútbol de Rusia nos ha condicionado todos los vuelos”, apunta Aretxaga. Ese día llegarán al aeropuerto de Loiu un total de 69 niños y niñas -40 de Bielorrusia y 29 de Rusia-. En los últimos veinte años, la asociación ha llevado a cabo más de 2.500 acogimientos temporales, de los que se benefician, actualmente, unos 120 niños y niñas de media entre verano y Navidad.
Aretxaga y San Román consideran que las causas que han llevado al descenso en el número de menores acogidos temporalmente en Euskadi son diversas. Para la presidenta de Bikarte, la fundamental es la desinformación. “La crisis hizo mella en un primer momento y después, la desinformación. Lo que más nos ayuda es salir en prensa. Hace un tiempo nos hicieron un reportaje y el teléfono echaba humo. Nos da mucha pena porque hay mucha gente que nos llama en mayo y ya es tarde. Ese tipo de familias se suelen quedar de reserva por si pasa cualquier cosa”, explica Aretxaga, quien aclara: “Hay gente que piensa que esto cuesta mucho dinero, pero nosotros subvencionamos mucho el viaje. No tenemos un precio estándar, porque nos basamos en las subvenciones, rifas que hacemos, lotería de Navidad, así que depende del dinero que entra. El coste real por niño puede rondar los 900 euros, pero las familias pueden pagan 200 o 250 euros”.
Para San Román, el descenso llegó con la crisis, pero también por las circunstancias personales. “La posibilidad de tener dos meses a un niño en casa a veces se complica porque las familias trabajan bien en julio o bien en agosto. Muchas veces las gente es solidaria, pero las circunstancias no posibilitan que pueda acoger”, reconoce. A pesar de todo, quienes han vivido esta experiencia lo recomiendan: “Merece la pena”, sostienen. “Y, sobre todo, ellos nos necesitan”.
Aliaksei y Eugenia, de Bielorrusia, y Ghali, del Sahara Occidental, forman parte del grupo que este verano aterrizará en Loiu. El primero lleva cinco años viajando cada verano a Deba a reunirse con su familia: Itxaso, Iker, Jon Ander y Luken. “Vi un anuncio en el periódico y me puse en contacto con Bikarte”, explica la amatxu. “El primer año es duro y gratificante a la vez, es un proceso de adaptación para toda la familia. De repente te llega otro hijo ya crecidito, de otro país, que no habla el idioma y con una mochila muy grande detrás. Al principio piensas que lo más difícil va a ser el idioma, pero al final eso es lo de menos, son niños súper avispados e inteligentes porque están acostumbrados a buscarse la vida, así que se adaptan rápido”, cuenta. Fue el caso de Aliaksei, que ya tiene 12 años, habla bielorruso y euskera y está totalmente integrado en la vida del pueblo. “Creo que vivir en Deba, al ser un pueblo pequeño, ha ayudado, entra y sale con total libertad. Mi hijo mayor tiene un año más y Aliaksei es uno más de su cuadrilla”, explica Itxaso.
En su Bielorrusia natal, Aliaksei ha estado alguna temporada viviendo en un orfanato pero ahora reside con su familia. “Están acostumbrados a sobrevivir”, lamenta. Por ello, Itxaso anima a acoger: “Hay mucha necesidad, sobre todo por el tema de la radiactividad, están muy expuestos”. Es también el caso de Eugenia, de 7 años, que llegó por primera vez a Euskadi las pasadas navidades. “Les miden la radiactividad antes de salir. Que el resultado sea superior a 20 ya es mucho y Eugenia tenía 50. Nos recomendaron darle mucha fruta, que es lo que más ayuda. Cuando se fue de aquí, un mes después, la radiactividad le había bajado a 14. El problema es que cuando regresan a su casa vuelve a subir, porque lo que está contaminado es la tierra”, explica Alex, el aita de la familia de acogida de Eugenia, compuesta además por Inma e Ivan.
La pequeña vive en una zona rural de Bielorrusia cercana a Chernobil con su familia. “Eugenia ayuda a su madre, cocina, friega, cuida a los hermanos más pequeños. Cuando estuvo aquí, si yo me ponía a limpiar, ella me ayudaba; o si me ponía a cocinar, se ponía a cortar cebolla. Al principio me daba miedo, una niña tan pequeña con un cuchillo, pero lo manejaba mejor que yo. Le tuve que explicar que aquí ella no tenía que hacer esas cosas”, apunta Alex. La niña va a regresar en verano y el aita reconoce los problemas que pueden surgir en las familias a la hora de conciliar. “En Navidad me cogí vacaciones, ahora tenemos tres semanas y el resto del tiempo irá a un udaleku con nuestro hijo”, explica.
¿Y ahora? Este verano será el tercero para el saharaui Ghali en Bizkaia, y el último. “Tiene ya 12 años”, explica Eneko, quien valora la experiencia de forma muy positiva. “El primer año les suele costar la adaptación, porque para ellos es todo nuevo, no han salido nunca de allí, lo que han vivido es desierto y poco más. Y aquí ven la playa, el agua, el verde, las fuentes, todo es nuevo, hasta las alturas porque allí viven a ras de suelo”. Para Eneko, la experiencia no es solo positiva para los menores que vienen. “Yo tengo dos hijos de 10 y 12 años y para ellos es bueno también, ven otra realidad”, apunta. Reconoce que todavía no se han planteado más allá del verano. “Este es un poco más duro que los demás porque es el último, de momento no nos hemos planteado si después acogeremos a otro niño. Mantenemos el contacto durante el año con su familia y tiene hermanos pequeños, quizás, no sé. De momento, vamos disfrutar de este verano”.
Itxaso considera que lo más difícil es dar el paso. “Cuando empiezas a acoger, continúas. Lo más difícil es dar el paso la primera vez. Mucha gente te dice: ya me gustaría, pero...”, sostiene.
Oporrak Bakean. Hace diez años, unos 550 niños y niñas procedentes del Sahara Occidental llegaban a Euskadi para pasar el verano. El año pasado fueron 330 menores y este año la cifra se ha reducido a 248, un 25% menos que en 2017. “Este año la reducción va a ser mucho más importante”, reconoce Julio San Román. El plazo para acoger a un niño o niña saharaui termina hoy, pero la asociación deja abierta la puerta para aceptar nuevas solicitudes en los próximos días. El teléfono de Julio San Román es 658751359.
Bikarte. En sus veinte años de historia, Bikarte ha tramitado la acogida temporal de 2.500 niños y niñas procedentes de Rusia y Bielorrusia, una media de 120 anuales actualmente. El año pasado llegaron a Euskadi 68 menores en verano y 44, en Navidad. Este año llegarán al aeropuerto de Loiu un total de 69. Amaia Aretxaga, la presidenta, reconoce que “cada vez es más difícil” conseguir familias de acogida. Los teléfonos son 605709022 (Amaia) o 687860395 (Belén).