Bilbao - “Sé que, por mucho que quiera pedir perdón, no puedo devolver una vida, aunque de corazón daría la mía sin dudarlo”. Lo escribe una interna de la cárcel de Zaballa, condenada por atropellar a un hombre, que falleció, y darse a la fuga. Se trata de una de las 48 personas presas que se han disculpado por carta o cara a cara con víctimas de la mano de la asociación Berriztu. “No es pedir perdón de carrerilla. El proceso es difícil y tienen que afrontar muchas cosas. Hay algunos que se echan para atrás”, advierte Eduardo Cabrera, coordinador del programa de justicia restaurativa penal de dicha entidad, que el pasado jueves celebró en Bilbao su primer círculo restaurativo entre presos comunes, una víctima y representantes de la sociedad.
El primer paso que debe dar un interno para participar en esta iniciativa es reconocer los hechos, para lo cual trabaja durante varios encuentros con una pareja de mediadores. “Tiene que narrar lo sucedido en primera persona y eliminar las excusas que alguno siempre pone: iba bebido, no pensé que la consecuencia iba a ser tan grave, me encontraba muy mal o tenía necesidad de no sé qué. Son justificaciones que intentan dar que no sirven. Hay que desmontar esa historia y que realmente se sienta responsable”, explica Cabrera. Así lo hace la autora de la misiva, quien admite ser “la causante de la mayor pérdida, la de una vida humana”, y “del dolor, la tristeza, el desamparo y la rabia de toda su familia y amigos por haberles arrebatado a su ser querido”. Admitida su responsabilidad, reconoce que “conducía de manera imprudente” cuando arrolló a un hombre que cruzaba un paso de cebra, “siendo mis propios hijos -confiesa- los que me señalaron que había atropellado a una persona”. Lejos de asistirla, continuó con la marcha. “Mi penosa reacción fue bloquearme, entrar en pánico y abandonar en el lugar a la persona herida. Lamentablemente falleció”. Ahora, prosigue, “esa familia está rota y la mía también”.
Llegar a escribir o a relatar de viva voz ante una víctima los hechos que le han conducido a la cárcel lleva su tiempo. “Depende del desarrollo de cada persona, de su delito y de las capacidades que tenga para seguir, estamos hablando de procesos que pueden durar entre 8 y 28 sesiones de una hora”, detalla Cabrera.
El siguiente peldaño, una vez asumida la autoría con todas las letras, es tener conciencia del daño causado. “Siempre hay víctimas directas e indirectas. Si eres el responsable de un asesinato, la persona está muerta, pero hay familiares, allegados, la comunidad, el pueblo donde pasa, los miedos que se generan socialmente... Toda una serie de daños causados que la persona tiene que descubrir e incluso daño en su propio entorno, como personas de su alrededor que no esperaban eso y se han visto dañadas por sus propios hechos”, explica el coordinador del programa, quien destaca que se precisa “una capacidad empática, de ponerte en el lugar del otro, importante”. Una capacidad que no todos tienen. “Ahí también se cae alguno más del proceso”, reconoce. De hecho, de los 57 internos que han participado en el programa desde su puesta en marcha, en 2013, lo han culminado 48.
El necesario ejercicio de empatía tiene su reflejo en la misiva de esta interna. “Me arrepiento de que por mi culpa haya cambiado la vida de toda la familia de mi víctima. Sé que no me puedo justificar y que ha sido realmente injusto. Han pasado ya más de 5 años y no hay un solo día en el que yo no me arrepienta y me ponga en el lugar de estas personas. Cada vez que lo hago, se me arruga el corazón de tanta pena”, escribe.
“He causado dolor a mis hijos” Tras reiterar que “hay muchas personas sumergidas en el dolor, privadas del derecho a compartir su vida con su ser querido” y “hay una culpable y esa soy yo”, la autora de la carta tiene unas palabras para sus allegados. “También he causado dolor a mi familia, especialmente a mis hijos, llevándolos a unas circunstancias que tampoco ellos se merecían”, admite, para terminar disculpándose con su víctima. “Estoy cumpliendo mi condena y sé que es lo que me corresponde, aunque no hay mayor castigo que el remordimiento y el sentimiento de culpabilidad que forman parte de mi vida. Todos los días desde entonces pido perdón al hombre que atropellé, que descanse en paz”.
Paralelamente al trabajo que se realiza con los internos, los mediadores de Berriztu ayudan a las víctimas a superar sus miedos y les brindan la oportunidad de leer las cartas escritas por sus victimarios. “Algunas las contestan y otras dicen: me gustaría poder confrontar delante de él o ella”, explica Cabrera. De ahí surgen los encuentros, en los que ambas partes intentan saldar sus cuentas emocionales para tratar de pasar página en la medida de lo posible. Como colofón de este recorrido personal, concluye, el victimario expresa “qué estaría dispuesto a hacer para reparar el daño más allá de la reparación penal o civil establecida por la ley”.
En ocasiones los internos participan en actos comunitarios, como los que conciencian sobre los accidentes de tráfico o el primer círculo restaurativo, que se celebró el pasado jueves en Bilbao. En él participaron cuatro victimarios con delitos graves -secuestro, atraco, estafa millonaria y delito de sangre con causa de muerte-, una víctima, la directora de Justicia del Gobierno Vasco, el responsable del Servicio de Justicia de Adultos, el alcalde Mallabia y dos universitarias. “Realmente fue un encuentro restaurativo para todas las personas. Los victimarios cerraron un proceso personal para poder retomar su vida. Lo mismo pasa con la víctima, que ya ha oído el perdón y va a dejar de serlo. Incluso los representantes de la comunidad estaban impactados por haber visto cómo hay personas que hacen ese esfuerzo por cambiar y por salir adelante. Si se trabaja con las personas, todo el mundo puede cambiar”.
“Soy el chico que os atracó”. “Soy el chico que os atracó”, se presenta este interno, que reconoce “lo mal y asustadas” que tuvieron que sentirse sus víctimas. “No me paré a pensar en que erais dos pobres niñas que andaban por la calle con la paga que les había dado la madre. Quiero disculparme porque tengo una hermana de 15 años y no sé lo que haría si le llegase a pasar algo así”, confiesa y dice entender “el pánico, la rabia e impotencia” que les causó. “Ya no soy la misma persona. Llevo casi 3 años en prisión y ahora sí soy consciente de lo mal que hice las cosas”, reconoce para terminar pidiéndolas perdón.
“Te robé 5.050 euros”. Otro preso relata cómo perdió el empleo, acabó en la calle y estafó a un colega. “Te pedí un favor y como buen compañero me lo hiciste. A los días pensé en no hacerlo, pero estaba muy mal y lo hice. Te robé 5.050 euros. Me arrepiento de verdad”, confiesa. Tras esperar que su amigo no haya “sufrido mucho”, le pide perdón y le dice que le devolverá “50 o 100 euros al mes”.