La noche se presentaba oscura como una OPE a Osakidetza, larga como la cola de Lanbide y agobiante como una reunión de antiguos alumnos. Ante mí se vislumbraban (poco por la escasa luminaria de las farolas vitorianas) ocho horas nocturnas a los mandos de un articulado, con la vista puesta en el reloj que marcaba impertérrito los minutos sin compasión. Aunque el tráfico disminuye considerablemente en tan siniestro horario y algunos semáforos pasan al indiferente ámbar, la ecuación relación tiempo, gente, distancia, siempre da una cifra cercana al cero absoluto y muy próxima al incumplimiento tácito del horario. Con lo cual, el pie derecho se hunde en la miseria apretándose de manera intensiva contra el pedal del acelerador, provocando un aumento de la velocidad de crucero, lo que conlleva a alterar el espacio-tiempo de alrededor con el propósito de aproximarnos lo más posibles a unos horarios que resultan imposibles.

Veía con el rabillo del ojo a un viajero que estaba encantado un par de asientos más atrás. Subía, bajaba, saltaba, se desparramaba por el asiento en las rotondas y disfrutaba, en fin, como un niño grande. Después me confesó cuando pagó de nuevo el billete de vuelta al llegar al final del recorrido, que para él el autobús nocturno era mucho mejor que cualquier parque de atracciones. Y si no que le dijera en que lugar por 1,85 euros de nada, podía estar casi media hora disfrutando en una montaña rusa sobre ruedas que lo catapultaba (literalmente) por entre los peraltes urbanos, a través de giros imposibles y donde las fuerzas G y centrípetas eran las culpables de semejante aventura digna de PortAventura.

A media noche llegando a Catedral con el autobús bastante lleno de gente, me encontré en la parada con la Unidad de Rescate de la Ertzaintza, así como con el Grupo Canino de Salvamento. Un mando me indicó que habían recibido el aviso de que varios menores se habían perdido por el fondo del autobús y que iban a buscarles. Yo intenté disuadirles de tan temerosa aventura, pero mis esfuerzos fueron vanos. Tardaron casi tres horas y seis viajes completos en llegar al final del articulado y rescatar a ambos adolescentes. Al final, el equipo de socorro fue vitoreado por los usuarios cuando aparecieron con los chavales extraviados.

Terminando mi turno de trabajo, con sueño y con ganas de irme a casa, llevaba en la última vuelta a un hombre maduro repleto de euforia gracias al poder del etanol que antes de apearse me sorprendió con una máxima:

-Es terrible -exclamó desde la puerta al bajar-, el consumo de alcohol hace perder la memoria y otras cosas que no recuerdo?