Bilbao- “Fue un robo con secuestro en una tienda. Una vez que se produjo el encuentro, víctima y victimario finalizaron con un abrazo”. Este fue uno de los momentos más emotivos vividos por Eduardo Cabrera, coordinador del programa de justicia restaurativa penal de Berriztu, quien desgrana cómo se desarrollan estas citas.
¿Todas las víctimas quieren verse cara a cara con su victimario?
-En el programa de justicia restaurativa penal participan entre el 15 y el 20% de las víctimas. Localizarlas no es fácil porque son delitos que han ocurrido hace mucho tiempo, algunas no quieren recordar, otras ya no están... Les ofrecemos la posibilidad de hacer un proceso personal que les ayude a superar esa situación de víctimas. Algunas dicen que ya lo han superado por sí mismas y no quieren. En cambio, hay otras que pusieron una venda encima de la herida, pero no se ha curado, y sí que les interesa.
¿En qué consiste el proceso?
-Primero sería recordar el suceso para analizar cuáles son los sentimientos que le produjo porque cuando has sufrido un delito tienes muchas vivencias no contadas. La siguiente fase sería saber qué consecuencias tuvo para la víctima. La gente coge miedo a salir, hace cursos de defensa personal... Se ve cómo se puede trabajar. A las víctimas, sobre todo, les quedan muchas preguntas por hacer.
¿Cuál es su mayor preocupación?
-Como han denunciado, tienen miedo a que se lo vuelvan a hacer: igual me lo encuentro en la calle, muchas veces cuando salen tienen miedo a qué pasa. Y afrontar eso que realmente los victimarios lo que suelen tener es culpa y no quieren nada. O también miedo, por qué yo. La mayoría de ellos son fortuitos. Todo ese tipo de miedos es importante que se los quiten. Luego se le pregunta qué disponibilidad tienen para ser reparada. Hay personas que se quedan satisfechas con ese proceso y no necesitan nada más. Otras están dispuestas a leer una carta del victimario, a contestarla o a participar en un encuentro.
¿Qué aporta este a ambas partes?
-Es un encuentro muy sanador para las dos partes, más para las víctimas, que son las que más fantasmas quitan y dejan realmente de sentirse como víctimas en ese proceso.
¿Cómo se desarrolla esa cita?
-El encuentro normalmente se hace en un local de Berriztu y asisten el victimario y la víctima, acompañados de dos de las personas facilitadoras con las que han trabajado en el proceso, y un moderador.
¿Quién rompe el hielo?
-Las dos personas están nerviosas. Se sientan enfrente en una especie de círculo, pero no suele haber contacto. Se da la voz a la víctima para que exprese lo que siente o lo que piensa y lance preguntas o reproches, lo que ella quiera.
¿Qué suelen preguntar primero?
-Que por qué ahora, después de cuatro o cinco años, de un juicio donde ni siquiera nos has preguntado... Ellos contestan que porque no conocían el programa o porque ahora están preparados y antes no.
¿Qué más les inquieta?
-La segunda pregunta suele ser: ¿por qué yo? Porque eras tú el que pasaba por la calle cuando necesitaba el dinero o el que estabas donde fui a robar o a atracar. Suele ser fortuito. Luego preguntan cosas como si iba borracho o no, recuerdan el juicio y los hechos.
¿Se mantiene la calma?
-Hay algunos momentos más distendidos y otros de cierta tensión. Se va generando un debate, una conversación y poco a poco se van aceptando como personas.
¿Cómo es la despedida?
-Hasta el momento los encuentros han finalizado dándose la mano. Algunas veces la víctima dice: sí te perdono o no te perdono, pero por lo menos lo que siempre ha dicho es: ya no te odio. La otra persona agradece que se le haya escuchado y dice que entiende que no le perdone o que sí.
¿Siempre les compensa?
-La satisfacción es muy grande tanto de las víctimas como de los victimarios. Hasta la fecha no hay ninguna persona que se haya arrepentido de participar en un proceso de justicia restaurativa.
¿Cuál ha sido el más emotivo?
-Hubo un acto de reparación comunitaria al que fueron una mujer con un accidente con causa de muerte y un hombre al que le habían matado la mujer con un coche. Al finalizar el acto, donde explicaron sus experiencias, se miraron a los ojos y se abrazaron. Se produjo un silencio impactante. La víctima había visto un cambio en alguien y, a pesar de no ser su victimario, a él ya le había servido.
“Al finalizar el encuentro, la víctima perdona o no perdona, pero siempre dice: Ya no te odio”