Bilbao- Pese a la alarma causada por las trágicas muertes de una pareja de octogenarios de Otxarkoaga y un vecino de Amorebieta a manos de menores, el sociólogo Javier Elzo considera que son “hechos aislados” y que “no tenemos grupos organizados, como los maras en América Latina”. “Son jóvenes con enormes dificultades de inserción, a veces con unas apetencias económicas superiores a las que se pueden permitir y que han crecido en un universo sin límites, sin balizas de comportamiento, en donde no han vivido nunca el concepto de autoridad y respeto al mayor. Entonces, ¿a quién agreden? Pues al más débil”, describe.
Parece que hay un repunte de la violencia juvenil. ¿A qué se debe?
-Yo no me atrevería a decir que hay más violencia que hace unos años, pero sí parece que la que hay es más dura. También ha habido antes episodios muy graves, pero es cierto que estamos viviendo un momento álgido de violencia de menores.
Tres fallecidos y una menor agredida sexualmente en grupo. ¿Son los menores que delinquen más violentos ahora? ¿Por qué?
-Hay una tesis que dice que hace 40 o 50 años había una especie de violencia juvenil tolerada. Yo recuerdo que cuando jugábamos al fútbol nos pegábamos. Esta tesis dice que estamos creando una infancia sobreprotegida, en la cual el buenismo ha llegado a tales extremos que en algunos casos, por razones múltiples, de pronto responden con una violencia excesiva. Incluso la dimensión neurobiológica de su cerebro, de la cual no sabemos nada todavía, puede hacer que de repente haya una respuesta a un impulso que lleve a estos enormes grados de violencia.
El matrimonio de Otxarkoaga fue agredido brutalmente. ¿Cómo se explica tal nivel de ensañamiento en personas de apenas 14 años?
-Esa saña ha habido en chavales más jóvenes. Hace 25 años en Liverpool unos menores de 10 años torturaron hasta la muerte a un niño de 2. Un chaval se suicidó en Hondarribia por bullying, que son actos cometidos por menores hacia compañeros de manera sádica y continuada. En el caso de Otxarkoaga parece que los chicos que tenían dificultades de reinserción social. Entre un 5 y 7% de chicos y chicas las tienen, pero afortunadamente no acaban matando a dos ancianos para robarles. Una de las conclusiones que me gustaría que se sacaran de este terrorífico drama es la posibilidad de que, si se ponen todos los medios, esos chicos que tienen ahora 14 años puedan volver a insertarse en la sociedad sin riesgo para la población. Hay que reeducarlos no solo por buenismo o humanidad, que también, sino por eficiencia social. Por eso defiendo que se implementen ayudas sólidas continuas a los centros de reeducación.
¿No tienen recursos suficientes?
-Supongo que sí. Lo que quiero decir es que no se pongan chinitas a eso, que no se critique, que se ayude a estos centros, a los educadores, que se pongan ahí a los mejores y se les pague bien. Un investigador decía que un año de estancia en la cárcel en Estados Unidos costaba tanto como un año en Harvard. ¿Qué quiere decir? Que, desde un punto de vista de eficiencia económica, el que se invierta mucho dinero ahora en conseguir que un menor no sea un delincuente el resto de su vida es muchísimo más rentable que gastarlo en otras muchas cosas.
Tras estos sucesos, hay quienes reclaman la imputabilidad de los menores de 13 años o que a los de 14 se les impongan medidas más duras. ¿Son reacciones lógicas?
-Son reacciones lógicas y se entienden. Yo no estoy diciendo que tengan que estar en la calle. Un chaval que es capaz de hacer semejante barbaridad tiene que estar en un sitio encerrado, pero el centro de internamiento no tiene que tener como función solo la de que no haga daño a la sociedad o que pague por lo que ha hecho, sino que al mismo tiempo hay que aprovechar para que pueda salir en unos años produciendo para el resto de los ciudadanos.
¿Puede crearse un conflicto entre quienes defienden la reeducación y los que les acusan de buenismo?
-Puede crearse, pero es un conflicto fruto de una ignorancia porque es una inversión educativa que luego será productiva para la sociedad. Si ese chaval sigue con el actual chip cuando haya cumplido la pena, lo sacamos a la calle y no se reinserta, no produce nada para la sociedad e incluso hay una alta probabilidad de que vaya a la cárcel y se pase otros años allí a cuenta del erario público.
Habla de menores a los que no se les han puesto límites. ¿La educación permisiva pasa factura?
-Hay muchos jóvenes a los que les falta saber hasta dónde pueden llegar y eso es consecuencia no solo de una educación permisiva, sino de una dimisión de educación, pensando que él ya decidirá lo que está bien o mal. Donde hay un repunte muy claro es en la violencia contra los padres y el profesorado porque todavía hoy hablar de educación en valores, educación hacia la autoridad, está mal visto en muchos ámbitos y eso también hay que ponerlo a la hora de explicar por qué hemos llegado a estos casos, que son el extremo de una situación generalizada de una parte importante de la sociedad.
Parece que algunos proceden de familias desestructuradas.
-Dios me libre de echar la culpa a los padres de esos chavales. Bastante sufrimiento tendrán. Aparte de que puede haber familias estructuradas donde hay un padre y una madre, pero no educan, porque han delegado esa función en la escuela, los abuelos... Eso también es una familia desestructurada.
Se tiene la mira puesta siempre en los inmigrantes, pero los menores detenidos son autóctonos.
-Según el último estudio que hice de violencia juvenil, hace 5 años, no se puede decir que los hijos de inmigrantes tengan una mayor tasa de violencia que los de los autóctonos.
Quizá la gente se refiera a los menores no acompañados.
-Los menores no acompañados tienen un mayor riesgo de cometer violencias que los menores acompañados, sean o no inmigrantes.