Sin duda alguna, antes no se impartían tantos cursos de formación como ahora. No seré yo quien ponga en cuestión la eficacia o mejora laboral que generan dichos estudios, pero algunas veces parece que se abusa en cierta medida de ellos. Se explotan tanto para ampliar hasta el infinito y más allá la longitud exasperante de un curriculum vitae, como para justificar la inversión de medios y recursos en una empresa. No obstante, yo he de reconocer que varios cursos a los que he acudido me han ayudado a explayarme adecuadamente, como por ejemplo vaciando extintores para lograr un dominio de las técnicas de apagado en fogosos incendios, o poniéndole límites al estrés des-pa-ci-to al ritmo Fonsiniano de pop latino, o bien mejorando las técnicas posturales de conducción en las que siempre ayuda bastante disponer de un buen asiento anatómico.
Un amigo con el que me encontré en la parada del centro comercial de El Boulevard cuando iba a subirse al autobús, me comentó que en el último trimestre acababa de hacer 13 cursos intensivos:
- ¿Has hecho 13 cursos de formación en tres meses? -repetí un tanto alucinado por la confesión-. No es posible?
- Que sí, que sí -respondió él asintiendo con la cabeza-. Ten en cuenta que tengo un trabajo muy exigente.
- ¿Exigente? No fastidies. Pero si eres reponedor de yogures a tiempo parcial en el ultramarinos de El Corte Inglés?
- ¿Y te crees que eso es algo banal e intrascendente? Prepararte bien gracias a una buena formación no tiene precio. Sobre todo si te la ofrecen de manera gratuita.
- ¿Pero de qué has hecho tantos cursos, si puede saberse? -le cuestioné haciendo aspavientos que demostraban mi incredulidad.
- Mira -me explicó-, he hecho un curso de manipulación de alimentos y otro de manipulación de condimentos; dos cursos de técnicas de espalda y para agacharse correctamente al colocar el género, otro de trato al cliente en sección de congelados, otro también de distribución de productos en almacén, otro más de usos de carretilla y traspalé con prácticas en circuito y cinco cursos de reciclaje de otros tantos que hice antes. Ah, y se me olvidaba el último que ha sido de corte y confección.
- ¿De corte y confección? ¿En la zona de refrigerados del supermercado? ¿Y eso por qué? -le repliqué al fin, dudando de la verosimilitud de sus palabras que cada vez me sonaban más extraordinarias.
- Bueno, ya sabes que siempre he sido servicial con la empresa y he acudido a trabajar cuando me han llamado para cubrir necesidades donde hiciera falta.
- ¿Y qué tiene eso que ver con el curso de corte y confección?
- Hombre, pues que lo mismo valgo para un roto que para un descosido?