Si me preguntan cuál es la línea más curiosa y variopinta por el carisma de sus pasajeros, he de decantarme por la que transcurre por los aledaños del Hospital Psiquiátrico de nuestra ciudad. Y es que, entre los moradores de los centros especializados en la mente humana, hay una fauna de no residentes que van y vienen a su libre albedrío por la ciudad, utilizando también el transporte público como parte de su terapia, como fugaz entretenimiento o como lugar acogedor para pasar unas horas sin estar a la intemperie.

El otro día mientras descansaba unos minutos mis entumecidas piernas, pues llevaba casi dos horas sin bajarme del asiento por el tráfico lento de las horas punta, llegó a la parada un amigo mío al que no había visto desde hacía mucho tiempo. Julián estudió entonces lo que era el BUP en la misma clase que yo: en el instituto Ramiro de Maeztu. No fue una persona con la que mantuve grandes vínculos, pero siempre me pareció amable, correcto y aplicado, y ahora que lo pienso, tal vez fuera por esto último por lo que no mantuve los vínculos en sintonía, ya que en esa época yo estaba más concentrado en descubrir la libertad del individuo, la idiosincrasia del pensamiento, las minifaldas de las chicas y las timbas de póker, que en estudiar demasiado. La cuestión es que lo encontré presto a subirse a mi autobús, vestido elegante, portando un maletín y llevando el inevitable fonendoscopio al cuello, ejemplo de quien ejerce la medicina o se dedica al robo de instrumental médico.

-¡Hombre, Txusmi! -me saludó simpático al reconocerme-. Hace mucho tiempo que no coincidíamos.

-Es verdad Julito -le respondí dándole la mano-. ¿Qué tal estás? ¿Eres médico? -le pregunté- viendo su aparato de auscultación.

-Sí. Soy psiquiatra en el hospital. Tengo el coche estropeado y voy para allí en el autobús.

-Claro, claro. Ahora enseguida salimos. Y, por cierto, supongo que trabajando allí verás cosas y situaciones de lo más curiosas, ¿no? -le pregunté-.

-Si yo te contara? Veo gente que habla sola, que se pone a mirar por encima del hombro lo que lee su vecino, que insulta de pronto y se pone echa un basilisco por cualquier sandez, que empujan a los demás, que se tornan insolentes a su alrededor, que hace gestos y tics?

-Espera -le dije yo-, ¿estás hablando de mi trabajo o del tuyo? -y ambos reímos sin ganas-.

-Cóbrame dos billetes por favor -me rogó al poco-.

-¿Dos? Si vas tú solo?

-Ya, pero es que tengo doble personalidad. Son fallos mentales que heredas cuando trabajas en esos ambientes.

-¡Caramba! -exclamé mientras le señalaba la puerta-. Vamos a subir los cuatro al bus y nos lo cuentas con más calma?